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Por Lisette Balbachan* // La violencia de género que vivimos todas las mujeres, en menor o mayor medida desde que somos muy pequeñas, se ha adaptado a los nuevos tiempos y encuentra en los entornos digitales un lugar óptimo para seguir creciendo.

En la región son constantes las situaciones en las que hacemos frente a la violencia física, violencia sexual, violencia psicológica y violencia económica, y es fundamental entender que todas estas formas de violencia de género deben ser analizadas desde su interseccionalidad, es decir, debemos tener en cuenta las distintas variables que se cruzan: etnia, clase social, lugar dónde se vive...

¿Y la violencia de género en línea?

Si bien muchas organizaciones de la sociedad civil, la academia y organismos internacionales han intentado precisar qué es la violencia de género en línea, no se ha logrado un consenso en torno a su definición. Teniendo en cuenta ello, podemos tomar la definición de la Relatora Especial sobre la Violencia contra las Mujeres (ONU) que plantea que la violencia en línea contra las mujeres es “todo acto de violencia por razón de género contra la mujer cometido, con la asistencia, en parte o en su totalidad, del uso de las TIC, o agravado por este, como los teléfonos móviles y los teléfonos inteligentes, Internet, plataformas de medios sociales o correo electrónico, dirigida contra una mujer porque es mujer o que la afecta en forma desproporcionada” (REVM-ONU, 2018, párr. 23).

Una característica recurrente en contextos de violencia digital de género es la revictimización, es decir, que se responsabiliza a la persona que sufrió la violencia en lugar de poner el foco en quien la ejerció. ¿Cuántas veces escuchamos la frase “Vos subiste la foto” o '¿para qué mandas fotos así?"? Estas situaciones generan un impacto fuerte en lo emocional y psicológico de la víctima, quien siente vergüenza, se empieza a aislar y no cuenta lo que le pasó para no pasar por eso.

Es fundamental que corramos la mirada hacia lo estructural que enmarca las violencias y hacia quiénes las ejercen. Si no hacemos esto, no podremos romper con el círculo de violencia.

El iceberg de la violencia

Según los últimos datos oficiales informados por los países al Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe (OIG) de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), al menos 4.473 mujeres fueron víctimas de feminicidio en 29 países, lo que representa, aproximadamente, 12 muertes violentas de mujeres por razón de género cada día en la región.

Estos datos alertan a los Estados y los empujan a tomar medidas, lo cual es un gran avance en materia de derechos, pero ¿qué pasa con las violencias que siguen invisibilizadas?

La violencia digital de género suele ser minimizada y muchas veces no es reconocida, ni siquiera por quién la sufre. Sumada a la revictimización que inhibe a las personas a denunciar, hay una ausencia de cifras y estadísticas que permitan desarrollar estadísticas y políticas públicas. A nivel Bolivia, además, no contamos con una legislación específica, lo que lleva a una poca claridad en las rutas de atención oficiales y un nulo acceso a la justicia.

Esta falta de datos e información oficiales no permite entender con claridad las particularidades y tipos de violencias que sufren mujeres y personas LGBTIQ+ en entornos digitales.

Según el último reporte del Centro de atención SOS Digital, que da acompañamiento y respuesta a violencias digitales de género desde el 2020 en el país, las violencias más frecuentes son la amenaza de publicación de contenidos íntimos, eróticos o sexuales o su difusión sin consentimiento y el envío de contenido íntimo a familia y amigos.

Quienes enfrentan este tipo de agresión mencionan sentir preocupación, miedo y vergüenza por el acceso de personas desconocidas a su información personal.

Mientras los problemas estructurales de acceso a la justicia persistan, la violencia digital de género quedará en la impunidad. Reconocemos que incorporar a este tipo de violencia en la normativa nacional no es sinónimo de justicia. Pero es un primer paso para que el Estado reconozca a la violencia en línea como un problema real y otorgue responsabilidades a las autoridades pertinentes.

Debemos comprender que no es un fenómeno aislado, sino que son otras expresiones del machismo y patriarcado estructural. Estas violencias nacen de los estereotipos y roles de género que se han naturalizado y se reproducen en los entornos virtuales.

Desde la resistencia activa junto a identidades disidentes y desde una perspectiva interseccional tenemos que llenar de contenidos feministas los entornos digitales de los que intentan corrernos y disciplinarnos.

No hay que abandonar estos espacios, tenemos que construir herramientas feministas para transitarlos.

*Lisette Balbachan es responsable de Comunicación de la Fundación InternetBolivia.org

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