0

La llegada de la primavera es uno de esos momentos cargados de simbolismo en el mundo entero. Al final, somos hijos de la revolución neolítica, y el ciclo de las estaciones, cuyo conocimiento es fundamental para la producción agrícola, no tardó en interpretarse como un marcador del ciclo de la vida humana. Tal vez es así, tal vez no lo es… pero no es lo que importa. El juego incesante de las estaciones nos impacta, así sea de manera mágica, cósmica, molecular o poética. Nos marca la vida.

La primavera es regeneración, renacimiento, palingenesia. La idea de que el cosmos y las almas humanas nacen, y luego mueren, para que de esa muerte vuelvan a nacer, está presente en muchas culturas del mundo, si no en todas, porque así como podemos constatar que después de los rigores del invierno viene la florescencia y la vitalidad de la primavera, también sabemos que los seres humanos nacemos y morimos. ¿Renacemos de la muerte? ¿Renacemos de las pequeñas muertes de la vida, los fracasos, los malos pasos, las angustias?

Quiero responder que sí, que renacemos, que podemos hacerlo, y por eso pensar que la llegada del equinoccio de la primavera es un recordatorio de que sí podemos renacer, revivir, recomenzar, resucitar de las cenizas. Quizás ahora más que nunca, imaginarlo y añorarlo nos hace bien.

Afrodita/Venus llega, nacida de las aguas, a la orilla, y nace de una vieira (“símbolo de la fertilidad y del placer de los sentidos y la sexualidad por su parecido con el sexo femenino”, dicen de ella Rainer y Rose Marie Hagen), pero también símbolo de la virginidad, una ambivalencia sugestiva: pureza y pecado, castidad y lujuria a la vez: camino y llegada, origen y final. 

A Venus la empuja Céfiro, el viento del Oeste, el viento suave y fructificador. El viento favorable que lleva a Psique a la mansión de Eros, y la llegada de la primavera está entonces vinculada con el amor, tanto como la transfiguración de la griega Cloris (ninfa de los jardines), en la romana Flora, “la potencia vegetal que preside todo lo que florece” como dice María José López Terrada. Las flores nos circundan, porque Cloris, gracias al “toque de la brisa” o la pasión del viento, “el ciclón de la pasión” (del que habla Wind), expele flores de su boca, “echa flores en su aliento”, y entonces todo se cubre de amor y deseo, porque como dice Michel Fugain,  “Y a le printemps qui te réveille”, la primavera te ha despertado, y “L'amour et la joie sont revenus chez toi”, chez moi, chez nous, a nuestra casa el amor y la alegría vuelven.

Afrodita/Venus llega al mundo/orilla sembrándolo de rosas, porque también ella es primavera, y es recibida por la Hora de la primavera, que la cubre con un manto o capa, paño/umbral entre dos mundos, como se cubren a los muertos y los recién nacidos (dicen con justeza los Hagen). El manto púrpura también es el manto de la Virgen. Este manto tendido por la Hora está lleno de flores, pero es manto; ¿cubrimos la desnudez y la pasión con el recato de la cultura? o por el contrario, ¿envestimos, transmutamos como Cloris en Flora, la desnudez de lo salvaje por el arte de la primavera/amor del arte de amar? ¿El amor profano que pasa a ser sagrado?

El florecimiento, el amor, la vida entonces, renacen, resuenan tanto en el plano místico como en nuestras vidas de mortales. Y llega la primavera, y se vuelve a nacer de una vieira hacia un mundo donde quizá, con sus ramas de mirto y sus flores de aciano, nos espera la metamorfosis a una versión florecida de lo que siempre quisimos ser.

Primavera, cúbreme con tu manto para ver mejor, para sentir más. Cúbreme con tu lluvia de flores y tu horizonte de verdades. Transmútame, traspásame. Con Ceres/Démeter y su flor de aciano que florece en los trigales, dame una buena cosecha en la estación de la vida que nace ya, y ayúdame a nacer.

Juegos del lenguaje político

Noticia Anterior

Conciliadores: constructores de paz

Siguiente Noticia

Comentarios

Deja un Comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *