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Corría el año 1960, elecciones presidenciales en los Estados Unidos. John F. Kennedy, inexperto en política internacional, llegaba al set vistiendo un traje oscuro perfectamente entallado, un rostro bien rasurado y un peinado impecable. Su contrincante, Richard Nixon, un experimentado político que venía de ser vicepresidente y quien evitando las recomendaciones de sus asesores de imagen, se presentaba con un traje gris (que causó mal impacto visual con el set blanco de fondo en épocas de pantallas a blanco y negro), con la barba a medio crecer y recién operado de la rodilla. Por primera vez en la historia se televisaba un debate político que sirvió de ejemplo para demostrar que la audiencia no se interesa en lo absoluto por las propuestas electorales, sino por el carisma del candidato. Nixon, con rostro aparentemente demacrado, versus la reluciente piel de Kennedy (producto de la enfermedad de Addison, una deficiencia renal que le brindaba un efecto de bronceado) proyectaban, a uno, cansancio y desgaste y al otro, éxito y prosperidad. Según las encuestas, curiosamente Kennedy salió victorioso en el debate de TV y Nixon en la radio. Kennedy ganó esas elecciones y fue asesinado tres años después.

El debate presidencial libre de manipulaciones es una simple quimera. No considera que los candidatos buscan imponer las preguntas con las que se sientan más cómodos, el lugar a ocupar en el set para mostrar su mejor ángulo e intentar que el evento se realice en medios de comunicación afines a su partido. El debate político es un show en el que miden fuerzas los estrategas de marketing político que se encuentran detrás, esas grandes corporaciones de asesoría política que ganan una fortuna a costa de la falta de análisis y reflexión de ciudadanos que no toman consciencia real de lo que se juega en elecciones. Los primeros planos del rostro, de las manos, de los labios, la postura, las respuestas, todo está fríamente calculado para que “uno pierda y el otro gane”. Sin considerar además ese terrible afán de algunos periodistas y entrevistadores de proteger a su candidato ideal en lugar de cuestionarlo. Todo eso demuestra los tiempos de inmadurez democrática que vivimos en todo el mundo. En la política no existe nada al azar. Las utopías terminan diluyéndose con el valor de los intereses de clase.

Los sectores de poder en la sociedad boliviana han logrado instalar una falacia que ocupa el día a día de la discusión política boliviana, un sinsentido para mostrar egos y desviar la atención de lo verdaderamente importante. La estrategia se basa en hacernos creer que el debate político es necesario porque es sinónimo de democracia. Pretende imponer que la forma es más importante que el contenido, porque si leyéramos a conciencia cada una de las propuestas electorales, nos daríamos cuenta de que a quienes hay que cuestionar es a nuestros candidatos y no esperar cómodamente que ellos midan fuerzas entre sí en un circo romano manipulado. Por eso, no creo en los discursos, sino en los hechos. En un mundo cada vez más líquido y digital, prefiero las propuestas a los debates.

Y sin ir muy lejos, he notado que ninguna de las propuestas electorales de las tres fuerzas políticas más grandes del país propone un cambio sustancial del modelo social económico productivo que rige hace más de una década. Entonces, pude establecer que el odio y la bronca acumulada hacia uno u otro candidato no pasan por su visión de país con miras al bicentenario, sino que simple y llanamente se busca un cambio de actores porque ya es suficiente tiempo. Esto me hace recuerdo cuando al vecino le va bien y a uno no o a uno le cobran más impuestos que al del frente. ¿Por qué él sí y no yo? Ante esto hay que estar claros que en el periodo electoral surgen esperanzas de que la nueva rosca dominante “me va a hacer un campito” para que gobernemos juntos, pero una rosca es un entramado de negocios y nexos familiares a la que, por supuesto, nunca tendremos acceso. En resumen, más de lo mismo.

En lugar de resignarme sabiendo que no voy a ser parte de ningún espacio de poder, he decidido hacer mi tarea. Aprovecho este espacio público para preguntar a los candidatos:

  1. En lo social: ¿Seguirá manteniendo los bonos sociales y cómo estos serán sostenibles en el tiempo?
  2. En lo económico: ¿Cuál es su propuesta para industrializar el país?
  3. En lo ambiental: ¿Cómo se junta su nueva visión productiva con el respeto al planeta?
  4. En lo fiscal: ¿Pretende cambiar las leyes tributarias en el país para impulsar los emprendimientos y reducir la carga fiscal para los nuevos modelos de negocios?
  5. En lo laboral: ¿Aprobará el nuevo Código del Trabajo que se encuentra estancado en la Asamblea Plurinacional hace varios años?
  6. En cuestiones de sexo: ¿Cómo espera bajar los índices de violencia hacia la mujer y las tasas de feminicidios?
  7. En cuestiones de diversidad: ¿Cómo pretende reducir la tasa de crímenes de odio y mejorar las condiciones de vida para la comunidad LGBTI?
  8. En cuestiones de inclusión: ¿Cómo proyecta impulsar la contratación a trabajos dignos de personas con discapacidad en empresas públicas y privadas?
  9. En el ámbito de las donaciones: ¿En su propuesta contempla la deducción de impuestos a todas las organizaciones económicas que realicen donaciones en dinero a causas sociales y ambientales?
  10. En lo animalista: ¿Qué propone para promover la esterilización y la tenencia responsable de mascotas?
  11. Sobre la niñez: ¿Cómo impulsaría la adopción de niños y niñas que son abandonados por sus padres y que no pueden encontrar aun una familia?

¿Alguno será capaz de responderle franca y directamente a un simple mortal para demostrar que le interesa el futuro del país? Hoy es jueves 8 de agosto, inicio el conteo...

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