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Dice aquel viajero que cada vez que abrazamos a alguien con gusto ganamos un día de vida.

Tenemos esa mala costumbre de ignorar la importancia de los pequeños detalles y no darle valor al tiempo que compartimos con quienes amamos, hasta que no podemos hacerlo. Con la pandemia y el distanciamiento físico, no solo que se han desnudado las profundas desigualdades sociales en todos los países, sino que también hemos descubierto esta imperiosa necesidad de recuperar esos momentos que dábamos por sentados.

Nuestra especie no se basta a sí misma para satisfacer sus necesidades emocionales, como seres sociales buscamos a otros que ayuden a completarnos; que nos sostengan en los momentos más oscuros y cuando ya no tenemos la fuerza necesaria para continuar. De entre los modos en que los seres humanos nos demostramos cariño y apoyo, el abrazo es uno de los más poderosos y nobles.

Abrazar es una maravillosa forma de dar amor a los que nos rodean. Es acariciar el alma de quien tenemos cerca.  

Neruda escribiría románticamente: “¿Cuántos significados se esconden detrás de un abrazo?”.

Cierro los ojos y pienso: Un abrazo consolador de mi papá cuando me caí manejando bicicleta. Un abrazo de reencuentro con mi abuelito. Un abrazo de amor con mi esposa después de un largo viaje.

Como si la Covid-19 no nos hubiera quitado ya suficiente, nuestros abrazos también están en pausa.  

Acercarnos a quienes amamos es un peligro y ya no se ve como una cuestión de amor, sino de irresponsabilidad. La pandemia no solo ha desestructurado la economía, sino que nos ha desestructurado en lo interno, en lo humano. Nos ha secuestrado momentos para el futuro, tejidos de sonrisas, cariño y abrazos. 

La falta de contacto físico ha convertido a algunos en cascarones vacíos con permanente búsqueda de sentido a la vida. El escenario ha propiciado también la oportunidad de mostrar lo peor de sí, de odiar hasta el extremo, de perseguir, acusar, insultar.

El distanciamiento también es ideológico, de prejuicios e intolerancia, de contenido.

Un abrazo conciliador podría resolver infinidad de cosas, en su lugar, no tenemos nada. Somos muros en blanco.

Dudo que regresemos a una “normalidad” después de todo.

 “Un abrazo es arrancar un pedacito de si para donarlo a algún otro hasta que pueda continuar el propio camino menos solo” (La magia de un abrazo, Pablo Neruda).

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