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Cuando escuché por primera vez la expresión “el hombre es lobo del hombre” del filósofo inglés Thomas Hobbes (1651) me pareció excesivamente sombría y apocalíptica. No obstante, esta frase lanzada en el siglo XVIII ya vaticinaba las características de la humanidad actual que se reflejan en las elevadas estadísticas de violencia debido a un egoísmo individualista exacerbado.

Vivimos una doble moral social que ha calado en las esferas más profundas de la sociedad boliviana, mientras unos rezan en la iglesia de día, por las noches acuden a lenocinios clandestinos en busca de niñas y adolescentes prostituidas contra su voluntad o redes de tráfico de órganos, explotación sexual y pornografía. Datos de la Dirección General de Trata y Tráfico de Personas revelan que entre 2015 y 2021 se registró en el país un incremento del 13,5% de denuncias de trata de personas  (La Razón, 30/07/2022). Según datos de la Fiscalía General del Estado, Bolivia reportó 33 víctimas de feminicidios entre enero y mayo de 2023 y en 2022 hubo 51.911 casos de violencia contra mujeres y menores (OMS, 06/06/2023).

Existen muchas víctimas de redes de proxenetas que impunemente facturan mucho dinero en calles y zonas ante la vista y paciencia de la ciudadanía, y autoridades que poco o nada hacen para frenar ese infierno.

Esa violencia estructural también se reproduce en la política con abrumadora frecuencia y se leen en las noticias como el asesinato de Fernando Villavicencio, candidato a la presidencia del Ecuador el pasado 9 de agosto de este año, al finalizar un acto de campaña en la ciudad de Quito. Casos semejantes son frecuentes en Colombia y México debido al narcotráfico.

En Bolivia, se produjeron asesinatos a presidentes como Jorge Córdoba (octubre de 1861), Manuel Isidoro Belzu (marzo de 1865), Hilarión Daza (febrero de 1894), Gualberto Villarroel (21 de julio de 1946), René Barrientos (27 de abril de 1969) y Juan José Torres (junio de 1978).

Por otro lado, hubo varios accidentes de políticos en los que perdieron la vida o salieron heridos políticos bolivianos, entre ellos:

-El 2 de junio de 1980, el expresidente Jaime Paz Zamora, entonces candidato a la Vicepresidencia del partido Unión Democrática y Popular (UDP) sobrevivió un accidente aéreo.

- El 21 de enero de 1995, Mario Mercado Vaca Guzmán (político, parlamentario, dirigente de fútbol y exalcalde de la ciudad de La Paz) falleció tras la caída de la aeronave en la que viajaba a Oruro.  En ese mismo año, el 26 de noviembre, el ex dueño de la Cervecería Boliviana Nacional y jefe nacional de Unidad Cívica Solidaridad (UCS), Max Fernández, murió en Uncía (Potosí) al estrellarse su aeronave.

- El 2002 y 2005 el empresario, exministro de Planeamiento (1991 y 1993) y líder político Samuel Doria Medina sobrevivió dos accidentes en avionetas Amaszonas.

El caso del asesinato del líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz (17/07/1980) también forma parte de esta lista lamentable de muertes. Al parecer hubo varias muertes trágicas, algunas ligadas a “desperfectos técnicos” recurrentes que segaron o atentaron contra la vida de varios políticos y empresarios en nuestro país cuyas las causas y culpables hasta hoy se desconocen.

En ese sentido, rodeados de violencia como vivimos urge replantear las creencias y valores de una sociedad boliviana profundamente contradictoria, se dice creyente, pero asesina y se corrompe sin sonrojarse; se considera multiétnica y plurilingüe, pero ataca y ofende a quien tiene un color de piel diferente, un acento distinto o una posición ideológica diferente. La tragedia que nos trajo la cuarentena dejó dolorosas huellas en muchos bolivianos y bolivianas, pero al parecer olvidamos pronto lo efímera que es la vida y asumimos batallas contra los otros seguros de tener la única verdad.

Para el filósofo Byung-Chul Han (2016), el hombre se ha convertido en el explotador de sí mismo por un propio afán desmesurado de competencia, de éxito, vivido como “realización personal”. Uno se explota a sí mismo hasta el colapso. El sistema neoliberal ha sido internalizado hasta el punto de que ya no necesita coerción externa para existir.

Han (2022) sostiene que vivimos bajo una especia de dictadura, pero de nuevo cuño. “Si el comunismo y el fascismo eran movimientos totalitarios que coaccionaban al individuo mediante la fuerza externa, el capitalismo actual se habría convertido en un sistema totalitario que aplica la fuerza internamente”.

Han (2022) plantea que la violencia “se ha transformado. Ya no hay genocidios y grandes masacres porque no son necesarios, puesto que se ha inventado un sistema nuevo, mucho más sutil. La guerra ya no es la herramienta, sino la violencia sistémica, anónima, no revelada. Y la ejerce el propio individuo contra sí mismo”.

Esa violencia sutil es la violencia simbólica de Bourdieu, aquella que no utiliza la fuerza física, sino la imposición del poder y la autoridad; sus manifestaciones son tan sutiles e imperceptibles que es permitida y aceptada en las aulas, los conventos, las asambleas indígenas, al interior de los partidos políticos, en las salas de redacción, en los hogares y en nuestra mente.

Esa violencia simbólica nutre a diario la violencia estructural y tiene tintes del patriarcado, de xenofobia, de racismo, homofobia e intolerancia religiosa; tal situación parece confirmar que la humanidad se está depredando a sí misma, carcomiendo sus propias entrañas de forma fratricida y suicida.

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