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 “¡¿Cuándo?!”, grita el dirigente, preguntando y azuzando. “¡Ahora!”, responde la multitud, como parte del ritual de la marcha callejera. “¡¿Cuándo, carajo?!”, replica con mayor energía y la multitud responde subiendo el tono: “¡Ahora, carajo!”. Ahora... Esta es una de las palabras clave de nuestra cultura que vive en la inmediatez y, en palabras de José Carlos Ruiz, en una turbotemporalidad que le impide ver lo que realmente sucede, porque lo pasa volando, como si la realidad se tratase de un meme más.

Jean Paul Lederach, un estudioso de los conflictos y de la cultura de paz, plantea que la percepción tan pasajera del presente -que puede ser entendida como una conquista de un sistema que nos quiere vender todo desechable para que lo volvamos a comprar-, nos impide comprender los problemas complejos en los que nos encontramos las sociedades humanas. Por este motivo, Lederach propone vivir el ahora como un presente de 100 años.

Esto significa que lo que me pasa ahora, no es solo una realidad situacional, sino que se ha venido incubando desde hace muchos años y, en la misma lógica, lo que sucederá mañana no tendrá como gran protagonista al azar -tal como lo proponen los pensadores de la complejidad-, sino más bien, será el resultado de las acciones humanas del presente, algo más parecido a las propuestas aristotélicas de hace dos mil años.

Esta manera de mirar la realidad podría aportarnos, si no respuestas, al menos las pistas para plantearnos las preguntas adecuadas sobre problemas relacionados con la violencia en nuestro país. Por ejemplo: ¿De dónde proviene esta cultura tan boliviana de usar la confrontación y el bloqueo para resolver todo tipo de conflictos? ¿Por qué estamos dispuestos a rifar nuestros ideales haciendo volar antenas, cercando ciudades o buscando la confrontación violenta?

Sin duda, esta situación, tan presente hoy en nuestro país, no es fruto del azar y tiene más bien orígenes y causas bien situadas en distintos momentos de nuestra historia. Lógicamente, la respuesta a esta cuestión no solo tendrá carácter histórico, se deberá procurar comprender también las situaciones estructurales en las que el país obliga a vivir a sus ciudadanos.

Dentro de esta lógica podríamos preguntarnos también a qué se deben los tan elevados números de violencia contra la mujer en nuestro país, para no apuntar con el dedo solo a los circunstanciales culpables, sino tratar de cambiar de raíz la situación.

¿Por qué los bolivianos somos tan indisciplinados y nos saltamos las normas a discreción? ¿De dónde proviene la profunda tendencia a la corrupción? ¿Por qué nuestra cultura política pretende eliminar al otro? ¿Cuándo los parlamentarios se olvidaron de argumentar y de dialogar en la que debería ser la sede más democrática de nuestro país, el parlamento, para comenzar a aplicar “rodillos”, aprobando incluso leyes absurdas?

¿Qué responsabilidad tiene la educación en todo este oscurecido panorama?

Sin duda, la escuela como institución del Estado tiene una gran responsabilidad en el presente de un país, ya que puede ser constructora y reproductora de cultura, así como también puede llegar a ser crítica y propositiva con los sistemas en los que se halla inserta.

El problema radica en que cada gobierno y cada reforma educativa han respondido solo al presente del gobierno de turno y no así a un proyecto democrático más amplio que supera las barreras de los partidos políticos, que construye, en una lógica de procesos, un nuevo país, un país soñado para las nuevas generaciones.

Los actuales problemas educativos son situacionales, el reto es enmarcarlos en un proyecto democrático más amplio que supere las barreras ideológicas de los partidos políticos y se constituya en una política de Estado que nos permita construir el futuro sin olvidar nuestro pasado.

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