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Cuando éramos niños se puso de moda Rambo, ese excombatiente de la guerra de Vietnam, que en su versión literaria muere al final, pero en la película, obviamente por motivos comerciales propios de Hollywood, devino en múltiples secuelas. Es interesante observar que según un medio de comunicación estadounidense que publicó un artículo de un científico político de la universidad de Ohio, que se encargó de analizar los asesinatos del señalado personaje durante sus primeras cuatro películas, el resultado es un verdadero genocidio.

Rambo mató por primera vez en 1982. La película se llamó "First Blood" y el excombatiente de Vietnam liquidó a una persona. Pero tres años después fue cuando el baño de sangre comenzó. La segunda película registró 58 muertes, la tercera 78 y la cuarta, estrenada en 2008, sumó 83. Fueron, además, muertes muy sangrientas, llenas de violencia, sangre, tripas, miembros por aquí y por allá. A pesar de ello, todos los que veían estos filmes parecían felices y entre ellos muchos niños, adolescentes e incluso adultos se sintieron identificados con el soldado, con su fuerza, su valentía y es que representaba al macho típico al que no le dolía nada. Incluso podía suturare solo una herida. Quién pensó en los muchos problemas mentales y de estrés postraumático tan grandes del personaje. Todos queríamos ser él. Incluso en las entidades militares y policiales hasta ahora se dice que el más destacado miembro es un “Rambo” y la sociedad, en su generalidad, tranquila porque se sigue el modelo establecido.

Y si uno hace un repaso de los diferentes canales de televisión en Bolivia, ve que nunca faltan las novelas de diferente origen (coreanas, brasileras, turcas, mexicanas...) con diferentes nombres, pero con bastantes parecidas líneas argumentales y, por supuesto, con los estereotipos bien establecidos: la víctima femenina que tiene que esperar que la salve el príncipe azul; las escenas de violencia contra la mujer patentes en diversas formas; la supuesta rivalidad entre mujeres para ganarse al galán y la sociedad, nuevamente, tranquila porque todo esto sigue supuestamente el modelo establecido.

La mayoría de la gente, en estos dos ejemplos, no hace ningún aspaviento. Y lo serio es que tanto películas como novelas como las que ejemplificamos son vistas en familia. Las observamos con nuestros niños y niñas, porque, aunque las mismas tienen generalmente recomendaciones de edad para verlas, nunca he sido testigo de que ni los cines o canales ni los/las progenitores/as realmente restrinjan el ingreso o consumo de este material, el que seguro va a afectar la mente de nuestros niños y niñas, que crecerán bajo estos estereotipos. Aunque es cierto que no podemos generalizar porque muchos y muchas progenitores hemos explicado su trasfondo en algún momento e incluso hemos realizado un análisis crítico.

El ejemplo anterior también se aplica a los diferentes juegos electrónicos que les facilitamos a nuestros hijos e hijas, donde la violencia es lo generalizado.

En estos días se ha levantado una polémica mundial por una película dirigida a la familia, donde existe una pequeña escena de cariño entre una pareja de diferente orientación sexual: un beso, una de las formas más bonitas en la que los seres humanos nos demostramos cariño, pero la misma fue satanizada en diversos países, incluido el nuestro.

La escena recibió una prohibición total de la película en 14 países, entre los que se encuentran Egipto, Líbano, Jordania, Malasia, Siria y Arabia Saudita, nótese, países fundamentalistas y donde los derechos humanos tienen una cabida muy restringida y, por supuesto, tuvo el apoyo y aplauso de sectores conservadores y religiosos de muchas partes del mundo, incluido Bolivia. Y seguramente que a estos ciudadanos/as les gusta Rambo y sus muertes en escena o los culebrones que se ven a diario en las diferentes televisoras del mundo, pero se santiguan ante un beso de dos seres humanos del mismo sexo, pero de diferente orientación sexual o de género, levantando el grito al cielo, la típica hipocresía y doble moral de estos sectores.

  • ¿Hasta cuando debemos esperar a comprender, aceptar y respetar a esta población, que ha existido desde los albores de la historia humana?
  • ¿Hasta cuándo los vamos a discriminar, tratar de esconder debajo la alfombra, negando su humanidad e igualdad?
  • ¿Hasta cuándo serán considerados ciudadanos de segunda categoría sin los mismos derechos que usted o yo?
  • ¿Hasta cuándo deberán esconder su amor, su realidad, su vida para no ser lapidados socialmente?
  • ¿Hasta cuándo los sectores conservadores dejarán su hipocresía y doble moral, y pondrán en práctica sus principios de amor y tolerancia que muestran solo cada fin de semana en sus templos y congregaciones?

Estas son algunas de las preguntas que se esperaría sirvan de reflexión para aquellos que todavía no hacen de los derechos humanos una forma de vida y acción, y puedan llegar a entender que un beso entre dos mujeres u hombres en una película no hará que los niños y niñas cambien porque sí. Es un tema más complejo y humano, que solo se resuelve con aceptación, respeto y amor. Solamente habremos cumplido el objetivo cuando nadie, pero absolutamente nadie, haga mayor comentario sobre el tema en cuestión como debería ser y solamente se circunscriba a ver si Buzz llegó al infinito o más allá.

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