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En los sistemas machistas-patriarcales en los que vivimos, a las mujeres nos enseñan desde muy niñas no solo los roles que se supone deberíamos ocupar en la sociedad (regalando a las niñas muñecas para que se dediquen a lo privado y a los hombres pelotas o autitos pensando que a futuro su lugar estará en lo público), sino que también se nos inculca que las mujeres no podemos apoyarnos entre mujeres, que la rivalidad entre nosotras es una característica del “ser mujer” y que entre mujeres, “nos sacamos los ojos”, a diferencia de lo que pasa con los hombres.

Nada más falso y más funcional a este sistema que quiere mantener la subordinación de las mujeres, que cuida el “statu quo” para que sigamos trabajando cuatro veces más que los hombres en el ámbito de los cuidados y que no se democraticen los roles del hogar; que sigamos ganando hasta un 40 por ciento menos por igual trabajo asalariado, o que sigamos siendo las víctimas permanentes de todo tipo de violencia, llegando de manera constante a los feminicidios (una mujer muere cada dos días por esta causa), en manos de quienes juraron amarnos, porque se supone que eso es lo “natural”.

También se nos enseña que la “complicidad” es algo que hace más bien a la naturaleza masculina. “Entre ellos se tapan las espaldas”; aunque no estén de acuerdo, porque “entre hombres no hay traición”.

Sin embargo, a pesar de todos estos esfuerzos -y refuerzos- del sistema machista-patriarcal, la realidad es que la sororidad, la hermandad y solidaridad entre mujeres, desde nuestras diversidades y pluralidades, para enfrentar el sistema patriarcal que históricamente nos ha subordinado, es posible.

Los ejemplos se pueden ver en diversos momentos de nuestra historia y nuestra cotidianeidad. Desde lo colectivo, por ejemplo, en la lucha por la construcción de la democracia en la que fueron las mujeres, unidas y hermanadas, las que salieron al frente para enfrentar al sistema dictatorial; las miles de mujeres que de manera incansable trabajaron unidas desde todos los departamentos del país y desde las más diversas organizaciones e instituciones para lograr una de las constituciones más avanzadas en términos de derechos de las mujeres; las mujeres, muchas veces anónimas, que de manera permanente salen en diversas manifestaciones demandando el respeto a sus derechos y van alimentando acciones de exigibilidad que logran cambios sociales fundamentales.

La sororidad se ve en lo organizativo, con las compañeras que ven su propia necesidad e identifican que es una demanda común a otras mujeres, y logran establecer asociaciones productivas, microempresas, iniciativas de microcrédito colectivo, urbanizaciones de carácter asociativo y guarderías comunales, entre otras propuestas creativas de transformación.

Podemos encontrar la sororidad también en lo individual. Desde esa compañera que ve que una mujer de su entorno cercano está viviendo violencia y en lugar de “hacerse a la loca” decide hablar con ella, acompañarla, caminar con ella; aunque esto le suponga una serie de “complicaciones” en su vida personal.

Es un cuento bien contado, y muchas veces repetido, eso de que la sororidad entre mujeres no es posible. Nos toca a todas y cada una de nosotras y le toca a la sociedad en su conjunto empezar a cambiar este mito y construir una realidad de solidaridad que nos hace bien a todas y a todos. Cuando las mujeres avanzamos, la sociedad avanza.

Cuando se desmonta alguno de los elementos de un sistema injusto como es el patriarcado, damos pasos para construir un mundo mejor.

LA SORORIDAD ES POSIBLE

TU VOZ, MI VOZ, NUESTRAS VOCES, LO IRÁN DEMOSTRANDO…

*La Dirección de Guardiana da la bienvenida a todas las personas de la Coordinadora de la Mujer que a partir de hoy aportarán con sus columnas de opinión, empezando por la comunicadora Laura Guachalla.

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