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Para la celebración de los 200 años de la batalla de la Coronilla, acaecida el 27 de mayo de 1812, que cupo en suerte dirigir, investigar, escribir e ilustrar el libro Están aquí las mujeres de Cochabamba. Libro conmemorativo por los 200 años de la batalla del 27 de mayo de 1812, con la colaboración de Alber Quispe Escobar y Geovana Mejía Coca, libro editado por el Concejo Municipal de Cochabamba bajo la presidencia de la concejala María Isabel Caero. El libro representa la ambiciosa tarea de tratar de resumir, lo más rigurosamente posible, 200 años de historia de las mujeres en la región, y claro, al ser esta fecha oficialmente convertida en el “Día de la Madre” por ley del 8 de noviembre de 1927, las constantes referencias a las madres cochabambinas, o si se quiere, a las mujeres en cuanto a su condición de madres, estuvo omnipresente en las páginas del libro.

No se trata de pensar en que la única misión de las mujeres es la de ser madres. Es posible que en ninguna sociedad (ni siquiera en las sociedades de la Temprana Modernidad) se haya contemplado este determinismo: la existencia de mujeres solteras y sin hijos hasta el final de sus vidas, ejemplificadas aún más por las monjas, demuestran que la maternidad nunca fue la única opción, aunque sí la mayoritaria y la más esperada. En tiempos de altas tasas de mortalidad, las altas tasas de fecundidad parecían venir de la mano: para 1960, la tasa global de fecundidad de las mujeres bolivianas era de seis hijos, un número altísimo en relación a los países occidentales de la época. Si bien esta tasa había caído a 2,7 hijos para 2020 (lo que demuestra el cambio de las pautas de conducta y valores femeninos), el culto a la maternidad se ha mantenido constante: para los bolivianos, las madres siguen siendo la versión más excelsa de la feminidad, por motivaciones varias que provienen del seguir siendo una sociedad del honor.

A continuación, transcribo la introducción del libro Están aquí las mujeres de Cochabamba… que, considero, sintetiza algunas de las problemáticas vinculadas a la feminidad y la maternidad. Las madres son mucho más que una cuestión vivencial y personal de todos, que por fuerza son hijos o hijas: se trata de uno de los puntales de la existencia social de los seres humanos, porque a través de ellas se encadenan los procesos de socialización, generación tras generación, se confirman las estructuras de interdependencias sociales, y se conforman las estructuras psíquicas de las personas desde sus primeros días.

27 de mayo de 1812: suenan las campanas de Cochabamba por sus mujeres, que ofrendan sus vidas en las laderas de la colina de San Sebastián, y que a partir de su acto crean un mito: el de la valentía única de las mujeres de Cochabamba. Es sobre este mito, pero más que nada, sobre esta realidad, que verse este libro. ¿Dónde están las mujeres de Cochabamba? Están aquí, viviendo muchísimas batallas durante estos [76.700] días transcurridos desde entonces. Este libro [Están aquí las mujeres de Cochabamba…] intenta ser nada más que un vuelo de pájaro, una mirada apenas provisional, sobre estas batallas que continuaron después de amainado el fragor de la batalla.

¿Cuánto ganaron, cuánto perdieron las mujeres [y las madres] de Cochabamba en estos siglos? No hay respuestas fáciles, y probablemente recién se inicie un periodo de reflexión histórica y sociológica sobre los procesos de constitución de lo femenino en la región. Conocida es la popular creencia, de que las mujeres [y las madres] de Cochabamba son “de armas llevar”, y que se distinguen en el concierto de las mujeres bolivianas como las más combativas, las más corajudas y arronjadas, lo que muchas veces puede significar, por el contrario, un exceso de rebeldía y conflictividad. Los investigadores, sin embargo, vemos las cosas de otra manera, ya que no todas las mujeres de un lugar son exactamente iguales, mucho más en una sociedad marcada por excesivas diferencias étnicas y de clase. Hay distintos tipos de mujeres; pero además diferentes son las maneras de ser mujer a lo largo de las décadas. Muchas de nuestras entrevistadas confesaban, por ejemplo, las distancias vivenciales que experimentan en relación a sus madres y abuelas. En el plano de los siglos, estas diferencias son más que evidentes; una joven mujer de hoy, probablemente no entendería las causas últimas que llevaron a sus antepasadas a un combate excesivamente temerario, cuando la prudencia aconsejaría conservar la calma, huir, esperar una mejor oportunidad para luchar. Ellas, sin embargo, tampoco entenderían a sus descendientes. En mucho, serían muy similares. Rezarían, manifestarían su profunda fe religiosa, ayer como ahora. Atenderían solícitas a sus hombres, a sus hijos, padres o esposos. Probablemente ellas también fueran coquetas, preocupadas en sus apariencias, aún incluso en el atolladero de la pelea. Pero sus diferencias son muchas. Aquéllas no luchaban por los derechos de la mujer; apenas algunas tendrían alguna noción de que las mujeres podían aprender a leer, a seguir una educación no sólo primaria, sino cuando menos acceder al conocimiento de las Humanidades. Menos aún se imaginarían votando en elecciones que eran una utopía, o realizando sus propios contratos, o   viviendo solas, o encontrándose en citas con sus pretendientes. Claro, historiadoras e historiadores enfatizan que, a pesar de todo, las mujeres de principios del siglo XIX gozaban de ciertas libertades, especialmente aquellas del pueblo bajo, donde los controles patriarcales eran menores que entre las mujeres de las familias terratenientes. En todo caso, mucho queda por saber de esta imaginario conversación entre el ayer y el hoy, entre las tatarabuelas y las tataranietas. En algo, sólo en algo, queremos contribuir a este diálogo.

El presente libro [Están aquí las mujeres de Cochabamba…] ha sido hecho prestando la misma atención al contenido informativo, como a la reflexión sobre los derroteros de la mujer cochabambina en estos [210] años de historia. Por otra parte, las ilustraciones tratan de reproducir la extraordinaria vitalidad de las mujeres de todos los tiempos, con sus gustos, sus fantasías, sus modas, sus patrones de belleza, sus combates por pequeñas, ignoradas victorias diarias. Para lograr este cometido tratamos de conseguir y desplegar, buscar en archivos o crear, imágenes que sean, en sí mismas, una reflexión, pero también una poesía sobre el mundo femenino, alucinante y generosamente derramado a través de los tiempos. También para enfrentarnos a nosotros, y nosotras mismas: ¿Qué es ser mujer en Cochabamba? ¿Qué es relacionarse con una mujer en Cochabamba? Las respuestas son, a no dudarlo, inagotables, imposiblemente infinitas. Pero las relaciones entre hombres y mujeres, así sean entre la madre y el hijo, entre el hermano y la hermana, la novia y el novio, el marido y la esposa, el padre y la hija entre muchísimas más, revelan la calidad de las relaciones humanas de una sociedad. Estamos convencidos de que, allí donde estas relaciones se basan en la equidad y en el respeto al otro, pero también en la admiración y el amor en sus múltiples encarnaciones, allí las sociedades son mejores, más prósperas e impulsadas a un futuro promisor.

Es un libro que camina por los rieles del tranvía de los siglos, y les invitamos a subir y a acomodarse en los asientos reservados para contemplar un paisaje lleno de mujeres [y madres], que caminan por el valle, por los atardeceres del río Rocha, que suben a las colinas a ver la vida pasar, que cada noche que vuelven cansadas a sus hogares, llevan en las frentes la misma luz, los mismos mándalas que guiaron a aquellas combatientes que hoy recordamos, [210] años femeninos después.

En el libro Están aquí las mujeres de Cochabamba…, Alber Quispe Escobar escribió sobre el culto a la madre y su instauración a lo largo del siglo XX. Transcribo aquí un pasaje:

El culto a las mujeres combatientes de la Colina San Sebastián o “La Coronilla”, se profundizó a partir de la celebración del primer centenario, en 1912. Se trataba de dotar, al panteón de héroes locales, de un pedestal femenino, equiparable al de los varones. Se creó una simbología dicotómica de los pilares de la patria: a los hombres, la gloria; a las mujeres, el honor. Así, ellas empezaron a personificar lo mejor de las mujeres de la región, y su exaltación se identificó con todas las mujeres cochabambinas, consideradas como arronjadas, valerosas, sacrificadas. También nació, gracias a la glorificación de estas mujeres, el culto a las madres, no sólo cochabambinas, sino a las madres bolivianas en su conjunto: por ley del 8 de noviembre de 1927, se instituyó al 27 de mayo de cada año como el día destinado “especial homenaje a la Madre, en todos los colegios y establecimientos de instrucción, mediante conferencias, lecciones y visitas a monumentos conmemorativos”.

El recordatorio hacía énfasis en que esas mujeres combatieron para defender a sus hijos, en que se enfrentaron a las tropas realistas porque eran madres; en todo caso, se exaltaba un valor de la feminidad de la época, no tanto una realidad; un valor que asignaba a la mujer el “alto honor” de la maternidad: “Las asociaciones de beneficencia y protección a los huérfanos podrán adherirse a este homenaje y organizar fiestas y colectas tendientes a intensificar y amparar la virtud del sentimiento materno”, reza la ley. Fue hasta 1944, cuando el presidente Gualberto Villarroel decidió convertir el culto a la madre en un evento altamente significativo para todo el país, ya que él estaba convencido de que la mujer cochabambina del pueblo, la chola valluna, poseía todas las virtudes de una madre ejemplar. 200 años después del acontecimiento de aquel 27 de mayo, la fecha se ha convertido en el motivo de celebración de las mujeres cochabambinas y bolivianas en su conjunto: el legado de las Heroínas entonces, a pesar de que no sabemos a ciencia cierta sus nombres y las condiciones de su participación en aquella batalla, ha rendido frutos. Están aquí, entonces, las mujeres de Cochabamba.

También me cupo escribir sobre la mujer cochabambina en el siglo XIX, en el XX o en el XXI. Transcribo aquí algunos pasajes sobre la mujer cochabambina en el siglo XIX:

Las mujeres de Cochabamba no contaron con las mismas posibilidades de educación que los varones en el siglo XIX. En 1830 y según d’Orbigny, los cochabambinos sólo hablaban quechua: “El idioma general de Cochabamba es el quechua. Los indios no conocen otro. Los mestizos de ambos sexos sólo saben algunas palabras de un pésimo español. La lengua quechua está tan difundida, hasta en la ciudad, que, en la intimidad, es la única que se habla”. También enfatiza que las mujeres de las elites cochabambinas prefieren hablar en quechua: “las mujeres de la sociedad burguesa poseen una idea muy incompleta del castellano, que no les gusta hablar; por eso el extranjero, que no puede aprender de la noche a la mañana el idioma de los incas, se halla a menudo en un gran embarazo”. Debemos de suponer que estas mujeres “burguesas”, eran de orígenes mestizos, y de ahí su predilección por el quechua. Aún más, en un medio donde se le daba muy poca importancia a la educación ilustrada de la mujer, el castellano debía de ser bastante innecesario para expresarse cotidianamente. Sin embargo, d’Orbigny mira hacia el futuro, en atención a la creación de escuelas, tarea impulsada por Antonio José de Sucre y luego por Andrés de Santa Cruz: “Ahora que las escuelas se multiplican, que la educación se extiende más entre las mujeres, ellas serán, sin duda, con los medios naturales de que están dotadas, tan amables, tan sensatas en la conversación y de una sociedad tan agradable como lo son los hombres cultos del país”. Las transformaciones en la situación de la mujer, a pesar de las intenciones del viajero, serán lentas.

[…]

A las mujeres se les enseñaba varias cosas, todas destinadas a una preparación para su función de esposas, madres y amas de casa. Por ejemplo, el tocar el piano, las reglas de urbanidad y de galanteo, el saber bailar, la coquetería y la elegancia sobria eran rasgos valorados como atributos que contribuían al cortejo y a la consecución del buen matrimonio. Debían asistir a misa, saber rezar, leer el catecismo, cumplir con los sacramentos, tanto como tener nociones de higiene, cosmetología (que para entonces era el cuidado de los vestidos y la limpieza del cuerpo). Tanto o más importante era formar a las mujeres en el dominio de los oficios del hogar, ya que se consideraba que la mujer moza estaba destinada a cumplir su “triple destino de esposa, madre y administradora de su casa”, por lo que su educación no era completa si no era mujer hacendosa, “para cumplir con todos sus deberes”, como sostenía Quijarro en 1854. Por este motivo, la mujer debía adquirir “precisos conocimientos” para tener “mérito verdadero”. La mujer del siglo XIX debía dominar todas las destrezas del hogar: barrer, planchar, coser, bordar, tejer, cocinar, adornar la casa y tantas tareas más. Por cierto, muchas de estas faenas estaban transferidas a las sirvientas o criadas, quienes se ocupaban de la mayoría de ellas, lo que otorgaba mayor tiempo a las mujeres de las clases acomodadas para ocuparse de sí mismas, de su arreglo personal, sus peinados, vestidos y calzados, y para que tuvieran una activa vida social. De hecho, la vida social está asociada con las mujeres en sociedades como Cochabamba, dado que éstas se dedicaban a los chismes, la maledicencia, los rumores y las intrigas, tanto como a hablar de modas y de recetas de belleza.

En fin: como puede verse, la complejidad vivencial de las mujeres/madres va mucho más allá de las simples celebraciones anuales asociadas al día de la mujer o al día de la madre. Al ser la mitad de la población, merecen todo el interés de los investigadores, tanto como los varones (cuya historia apenas existe), como de las niñas, o las mujeres mayores. Una sociedad que es capaz de estudiarse, de conocerse sin fanatismos ni parcialidades, es una sociedad capaz de reconocerse, criticarse y celebrarse, para avanzar y transformarse para mejor.

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