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Magonia era, o es, un país en las nubes. Los campesinos franceses del siglo IX creían que de allí provenían las tormentas, los truenos, los rayos y las granizadas que afectaban sus cosechas. Los brujos llamados tempestarios mandaban “los vientos levantiscos”, y entonces a su voluntad, se provocaba el granizo. Pero esta creencia “falsa y mentirosa”, la criticaba ya el arzobispo Agobardo de Lyon,  el que no por casualidad estaba “armado con una espada fuerte” (como significa su nombre). Estos tempestarios, hechiceros a sueldo, se comunicaban mediante encantamientos con unos hombres que habitaban en las nubes, marineros del cielo, navegantes del aire y súbditos de una tierra flotante, que mandaban los granizos para destruir los sembrados y llevarse los frutos de las cosechas a su país, ese país sobrehumano y lejano, conocido como Magonia.

Cuando las multitudes atrapaban a esos marineros celestiales, porque sus barcos habían naufragado quién sabe cómo en el cielo y habían caído a tierra, la decisión de la mayoría era lapidarlos… como debió ser práctica frecuente, en aquellos tiempos, ante personas consideradas sospechosas.  Estos seres, o bien eran viajeros humanos que visitaron la tierra aérea de Magonia, o bien eran magonios, mahones o mavones. Pero también podían ser, como sostiene Juan Mateos, silfos y sílfides, habitantes elementales del aire, mortales a diferencia de los ángeles, y también a diferencia de ellos, no siempre benévolos. Estos seres, una especie de gemelos especulares de nuestro mundo terrestre pero en el firmamento, son también, entonces, una especie de dobles que, como el retrato de Dorian Gray, nos puede mostrar los aspectos más oscuros o subterráneos, diré mejor, sobreterráneos, superfeéricos, de lo que somos.  

El medievalista Rob Meens sostiene que estos brujos capaces de conjurar las tempestades, en un tiempo donde el cristianismo ya dominaba en las creencias religiosas del vulgo, eran, también, sacerdotes católicos que, a pesar de que Agobardo los denunciara como mentirosos y heréticos, no tenían problema de emplearse como magos del clima, en una doble pertenencia a la doctrina católica y las pervivientes creencias mágicas paganas. Entonces, también en Magonia están perviviendo supercherías, pensamientos, conductas, lógicas de ser, formas de relacionarse socialmente que viene de otros tiempos, de otras mentalidades, pero que de una manera sorprendente, están entre nosotros, los bolivianos, los latinoamericanos, que de alguna manera somos magónicos, o vivimos en Magonias que solo en apariencia son tierras firmes, modernas y democráticas: en verdad vivimos en ese plano sutil de los magonios, sembrando tormentas y tempestades, para, como el torbellino “maganwetar” –del que hablaba Jacob Grimm—, de marinos y mujeres del cielo, novias del viento, nos llevemos las cosechas arruinadas por nosotros mismos, y medremos de los ilusos, o seamos los sirvientes de aquellos que, a nombre nuestro, se llevan todo: cosechas, botines, glorias y famas. Y aún más: detenten poderes más allá de nuestro entendimiento.

Algunos navegantes virtuales –porque Internet es también, un país imaginario—han vinculado las tierras aéreas de Magonia con el mundo de los extraterrestres y los ovnis…así lo hizo en 1969, Jacques Vallée, en su libro Pasaporte a Magonia. Esta idea tiene gran resonancia por el éter digital, así como que generan repercusión las creencias de que nuestros males no los provocamos nosotros, sino los otros, Otros con mayúscula, sean magonios, sean extraterrestres, sean los yanquis del imperialismo. No importa quién: seres alienígenas, montados como Robur el Conquistador, en sus máquinas-barcos-zepelines voladores que vienen a dominarnos, a llevarse nuestras cosechas. ¿Hay diferencia sustancial, entonces, entre los campesinos del mundo carolingio del siglo IX con nosotros, en el mundo del avance tecnológico del siglo XXI, los que tal vez seguimos “abrumados por tanta demencia, alienados por tanta estupidez” como decía Agobardo? Quizás sí, quizás no…

En esta columna por lo tanto,  desplegaré varias cuestiones e interrogaciones concernientes a lo que somos, en ese país imposible que, como Magonia, suele ser Bolivia, y trataré de proponer y argumentar mis respuestas a eso.  Como suelen ser las bestias mitológicas, compuestas por partes de animales existentes, esas respuestas serán en parte razones, en parte opiniones. Espero contribuir al desciframiento del mapa de esta Magonia boliviana, que si bien no tiene mar, es también un país fabuloso, en el doble sentido de ser extraordinario y a la vez inconcebible, tan prodigioso como inverosímil. Navegaré entonces por las olas aéreas de un país indescifrable, pero también descifrable, si lo sabemos invocar bien. De alguna manera, un tempestario, pero con la sola ganancia de ver desplegarse los prodigios como una procesión de barcos y tripulantes que traen tormentas y también traen, quién sabe, respuestas pavorosas al enfrentarnos a nosotros mismos.

*La Dirección de Guardiana da la bienvenida al sociólogo, Magíster en Arte Latinoamericano y doctorando en Historia Mauricio Sánchez Patzy.

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