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Cierto que, como consecuencia de la pandemia, muchos emprendimientos y negocios familiares han quebrado, obligando a las personas a cambiar de rubro, muchas veces por otros muy menesterosos. La situación ha hecho que se opte por oficios de mano de obra no calificada, dadas las circunstancias. Así, se asoma a las familias la ruina económica si es que no se está inmerso ya en plena debacle.

No obstante, existe una mayor amenaza, igualmente por acción directa del Covid-19, que está colocando a innumerables familias al borde de perder todo el patrimonio acumulado quien sabe durante toda la vida. Quienes no hayamos sufrido en carnes propias esa realidad, la hemos escuchado de relatos verosímiles. Se trata de deudas como resultado de cuentas médicas, generalmente  de internación del padre o la madre (o ambos), adultos mayores que han contraído el mal y que han necesitado de hospitalización en clínicas privadas. Como bien se sabe, la pandemia se ensaña con personas otoñales, quienes muchas veces precisan de varios días, o hasta semanas, de terapia intensiva.

Un día, un solo día de terapia intensiva —dicen los que han padecido de pagar deudas hospitalarias— cuesta alrededor de 3.500 bolivianos, o sea, 500 dólares, si es que no más. Otros mencionan gastos diarios de hasta 5.000 bolivianos. Aparte, han tenido que adquirir incluso medicamentos en el mercado negro, algunos inyectables, por ejemplo, con un valor de 1.800 bolivianos. Y no se necesitaba uno solo, sino tres, por lo menos.

Si la enfermedad fue derrotada y el familiar salvó la vida, se puede hablar de un final muy feliz; aunque se haya tenido que perder tal vez la casa familiar, cosa que no tiene mayor importancia si se logró recuperar la salud. El asunto se agrava si además el pariente finalmente falleció y las cuentas pueden llegar a sumar 70 mil, cien mil o hasta más de 200 mil bolivianos.

Se ha visto que los hijos, generalmente a su vez con familia, hacen esfuerzos desesperados por reunir el dinero. La administración de las clínicas privadas es implacable y exige diariamente el pago en efectivo, cosa comprensible, por otro lado, puesto que son iniciativas privadas y con fines de lucro.

No siempre todos estos hermanos participan equitativamente de las responsabilidades económicas, sino que algunos aducen dificultades personales que les impiden aportan en la medida de los otros. Así, empiezan a aparecer rencillas. En la desesperación, en ocasiones, entregan “los papeles de la casa”, es decir, la documentación del inmueble familiar que queda en calidad de garantía y que tal vez no se recupere.

Estas situaciones parecen dramas personalísimos, cuestiones que atañen a individuos en particular. No son dramas personalísimos, sino que es un drama social, una herida en la colectividad, una consecuencia del abandono de la salud pública, del desprecio a la atención de la salud de los bolivianos. El Padre Mateo Bautista García, gran impulsor del 10 por ciento de asignación del presupuesto general de la nación a la salud, estuvo machacando desde la era evista hasta el gobierno de transición, en que se haga efectivo el 10 por ciento. Fracasó. Bueno, es decir, no fracasó él, sino que fracasamos todos los bolivianos y ahora se nos pasa la factura, pero no metafóricamente, sino real.

Si en lugar de hacer el entonces ministro de Economía y hoy presidente de Bolivia, Luis Arce, obras faraónicas e inútiles en su funcionalidad, se hubieran levantado hospitales aquí y allá, con ese ímpetu con que se levantaron tinglados; si se hubieran destinado recursos para más ítems de personal de salud, don Pedro o doña María o como se llamen los ciudadanos que no cuentan con acceso a la seguridad social, hoy no estarían rematando sus casas, sus autos, sus lotes de terreno.

Ver a un familiar gravemente enfermo, a punto de morir, es una experiencia de la más angustiosa. En ese trance, se es capaz de todo, de subastar a precio de gallina muerta, de endeudarse de usureros, lo que sea. Pasado el vendaval de tener que recurrir a clínicas privadas, vendrán los días en que las familias se verán más pobres, sin patrimonio, o con tales deudas que tendrán que vender sus bienes a precios infames. Eso, sin mencionar la desgracia irremediable de la pérdida de seres queridos.

Entre tanto, de un modo insensible, las autoridades miran para otro lado, alardean de que ya llega, ya casi, ya partió el avión que trae las vacunas, que está en el aeropuerto, ya pronto. Mientras, cientos de bolivianos, además de ver el trabajo en riesgo o ya definitivamente perdido, verán hecha añicos la dicha de la casita propia que ya se habían construido. En estos momentos, cuánta gente estará correteando de un lado a otro en procura de reunir los miles de bolivianos de la cuenta médica; cuánta gente estará en la angustia de no saber cómo mañana hará frente a las deudas.

Definitivamente, no se avizora un cambio de timón en la presente gestión gubernamental con relación a la salud. Pareciera una cuestión ajena, que no les atañe. Mientras, se viene la ruina a las familias. Tras esa ruina, se nos vendrán grandes males mayores.

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