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La respiración es el primer paso en el camino espiritual porque nos acerca al origen y no sólo de nuestra existencia, sino de toda la humanidad. El aire está con nosotros desde el principio de los tiempos y es una de las divinidades más respetadas, temidas y queridas en varias culturas ancestrales. El largo camino que tienen los chamanes empieza, siempre, por aprender a respirar.

Las técnicas de respiración son varias, muchas veces contradictorias para los principiantes. Lo más importante es dejar que el aire recorra por todo el cuerpo, sentirlo, retenerlo en el interior lo más que se pueda y luego soltar. Aspirar, sentir, retener y soltar.

La respiración nos conecta con todo lo vivo, con el cuerpo del planeta que nos abraza en una melodía aérea. Es el primer elemento que nos envuelve al nacer y el último en abandonarnos. Convivimos tan estrechamente con él que sólo nos percatamos de su presencia en situaciones límite, por ejemplo cuando nos atragantamos o hacemos demasiado ejercicio o cuando lloramos desconsoladamente. Entonces, nos falta el aire, y caemos en cuenta de su vitalidad.

El aire nos calma y nos hace pensar con mayor claridad. Ayuda a reducir la ira y el miedo, y es perfecto para estimular nuestros sentidos. Con una respiración metódica y pausada se escucha, se huele, se ve y se gusta mejor.

Es gracias al aire que todos los seres con alas del planeta vuelan y es gracias a ello que puede esparcirse el polen fertilizando los campos. Todos ocupamos el lugar que el aire ocupa y en cada instante de nuestra existencia estamos fusionados con él.

Los chamanes utilizan el canto y los instrumentos de viento para contactarse con la fuerza divina que existe en el elemento aire. Son capaces de trasladarse de un lugar a otro concentrándose en el vuelo de un ave y transformándose en él.

Hay momentos en la vida en los que uno tiene que afrontar situaciones difíciles que exigen un cambio total de todo aquello que solemos hacer. Para esos momentos, la respiración es fundamental porque nos permite expulsar lo malo que tenemos dentro y reacomodar aquello que está suelto.

Al levantarse, en las mañanas, es importante dar las gracias por el nuevo día que nos regala la vida y por la noche que se fue sin llevarnos con ella. Al hacerlo, respiremos, profundamente, por la nariz e hinchando el estómago, de esa forma, todo el aire circulará por nuestro cuerpo y nos alimentará de una energía insospechada y, por qué no decirlo, mágica.

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