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El lunes 1° de febrero comenzó oficialmente el año escolar. Aunque el tiempo de preparación para esta nueva gestión fue extenso (prácticamente desde la declaratoria de emergencia sanitaria, en marzo de 2020), muchas escuelas no han comenzado clases ya que están concluyendo los aprestamientos virtuales. En algunos sectores del país las clases han sido presenciales y se han visto imágenes emotivas por televisión. Por su lado, el canal estatal y una cadena de radios han comenzado a emitir los programas educativos producidos por la cartera de educación. En conclusión, se ha visto a profesores comprometidos que han tenido que poner sobre sus hombros las limitaciones virtuales que el Gobierno no ha podido solucionar; padres de familia confundidos porque no sabían cómo apoyar a sus hijos; niñas y niños entusiasmados por volver a pasar clases, y un sinnúmero de espectadores viendo, de brazos cruzados, qué pasaba con la educación del país.

La realidad es que cada sector está jalando por su lado y se ha hecho difícil llegar a acuerdos que verdaderamente favorezcan a los estudiantes. En este contexto, vale la pena rescatar la propuesta de un Pacto Educativo Global, lanzada por el Papa Francisco en octubre del año pasado.

No se trata de una propuesta técnica, no plantea una pedagogía específica ni un tipo de escuela en particular. Francisco invita a reflexionar sobre el cambio epocal que está atravesando el mundo. Ante todo cambio de época, es también necesario cambiar la educación.

El cambio de época está caracterizado por un deterioro del medio ambiente, que es el resultado de un tipo de producción que está explotando el planeta, incluso hasta dejarle daños irreversibles. De aquí viene una crítica al capitalismo y a la sociedad de consumo que han convertido a distintos sectores de la sociedad en descartables. El pontífice denuncia que así como existen productos que se usan y se botan, de la misma manera el sistema hace con algunos sectores de la sociedad como los ancianos y los niños, por ser una carga  los primeros y por no ser productivos, estos últimos.

La pandemia ha acelerado el ingreso de la tecnología en los procesos educativos y, aunque esta nos permite disponer de información y disfrutar de la conexión en tiempo real, también trae consigo algunas amenazas. La hiperestimulación es una de ellas. Nuestros niños y adolescentes están constantemente bombardeados por juegos, anuncios, likes, fotos, vídeos, etc. que les roban el tiempo. De hecho muchos adolescentes se pasan el día entero delante de sus teléfonos. Este fenómeno puede provocar falta de concentración y los deseos de pasar a otra cosa con rapidez.

La rapidez con que se obtienen las cosas en internet, esta hipervelocidad, provoca en las nuevas generaciones dificultad para detenerse, para reflexionar, para escuchar y escucharse a sí mismas. Genera también frustración y baja valoración de uno mismo. Puesto que los niños no pueden realizar sus propios procesos de crecimiento y de aprendizaje con la velocidad con que suceden las cosas por internet, se sienten frustrados y piensan que valen poco. Por otro lado, ir tan veloz solo nos permite mirar lo que está cerca: la partida Free Fire de este momento, los diamantes y premios que puedo conseguir en este juego, la habilidad de mis adversarios, etc. y me impide ver hacia dónde se dirige mi vida, qué pretendo con ella, cuál es su sentido último.

La hiperconexión, como ya sabemos, nos ha convertido en clientes o en mercancía. Si no compramos, somos objeto de venta.

Francisco recomienda no subvalorar los peligros del uso de la tecnología y la conectividad, ni siquiera cuando las aplicamos al ámbito educativo.

El Pacto Educativo Global propuesto por Francisco es una invitación a que todos los sectores de la sociedad nos comprometamos con la educación de las nuevas generaciones para salvaguardar el mundo en que vivimos, no solo de la voracidad explotadora con que nos relacionamos con el planeta, sino también para superar la mentalidad del descarte con que tratamos a inmensos sectores de la sociedad.

El planteamiento de Francisco insiste en:

  1. Poner a la persona como el centro de todo proceso educativo
  2. Escuchar la voz de niños, jóvenes y adolescentes
  3. Fomentar la participación de las niñas y las jóvenes en la educación
  4. Tener a la familia como primera e indispensable educadora
  5. Educar y educarnos para acoger a los más vulnerables
  6. Estudiar otras formas de entender la economía, la política y el progreso
  7. Salvaguardar y cultivar nuestro planeta

No veo razones para no sumarnos a esta iniciativa. ¿Acaso la educación no nos afecta a todas y todos? Todos tenemos algo que aportar, no solo los maestros, también los niños y jóvenes, los padres de familia, los empresarios, el sector de salud, los transportistas, las empresas telefónicas, los científicos, los académicos, las universidades, los obreros, los mineros, los campesinos… Y si no nos sumamos a la propuesta de Francisco, ¿al menos podríamos hacer un Pacto Educativo Boliviano? ¿Podríamos hacer el intento de unirnos en torno al futuro de nuestros hijos y de nuestro país?

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