“Las vacunas salvan vidas”, “las vacunas son seguras”... son frases que los médicos solemos repetir a nuestros pacientes (especialmente quienes nos dedicamos a la pediatría), en un afán por educar a las madres y padres para proteger a sus hijos de enfermedades graves. Sin embargo, la gente está hoy más preocupada por los efectos adversos de las vacunas contra Covid-19 y no se detiene a pensar en que la vacunación es uno de los mayores logros de la salud pública de la humanidad.
Es probable que muchas personas no sepan que la vacunación ha permitido erradicar o disminuir enfermedades graves con terribles consecuencias. Ahí están como ejemplo la viruela, la poliomielitis y el sarampión (la vacunación contra el sarampión ha reducido la mortalidad mundial por esta causa en un 84% entre 2000 y 2016). La vacunación también ha permitido controlar enfermedades como la diarrea por rotavirus, la meningitis, la neumonía y el coqueluche, que producían miles de muertes de niños y niñas.
Sin embargo, daría la impresión de que solo los médicos que hemos visto la desaparición o reducción de estas enfermedades en los hospitales somos testigos silenciosos del gran beneficio de las vacunas.
Ahora bien, no podemos decir que existe una vacuna 100 por ciento eficaz y 100 por ciento segura, debido a que sí pueden producirse eventos adversos después de una vacunación; pero por fortuna tales reacciones en su mayoría son leves como el dolor en el sitio de aplicación, fiebre y malestar que, por cierto, también son un aviso de que el sistema inmune de la persona vacunada “ha sido engañado haciéndole creer que se ha enfermado” y responderá produciendo anticuerpos que le protegerán.
Están descritos eventos adversos (reacciones) graves, pero son extremadamente raros, como es el caso de las alergias graves a alguno de los componentes de la vacuna (calculados en 1/1000.000 de dosis aplicadas), estas pueden ser por supuesto manejadas por el personal de salud. Por esto de lejos el beneficio supera al riesgo.
En este mismo contexto, no hace mucho se informó de eventos de trombosis (formación de coágulos anormales) en pacientes que habían recibido la vacuna contra Covid-19 de AstraZeneca en Europa, después de 20.000.000 de dosis aplicadas (para que el lector comprenda, este tipo de eventos también se hubieran presentado dentro de 20.000.000 de personas sin necesidad de vacunarse), pero al haberse introducido una nueva vacuna, fue motivo de análisis y después de una revisión científica exhaustiva, la conclusión fue que es un evento muy raro y el beneficio sigue de lejos superando al riesgo (de hecho, la enfermedad por Covid-19 produciría más eventos de trombosis por si sola).
Habiendo aclarado sobre la existencia de eventos adversos que se presentan después de una vacunación en cantidades mínimas, es importante también hablar de los tres tipos de información sobre las vacunas que la ciudadanía está recibiendo actualmente con un gran poder de diseminación gracias al avance de la tecnología y nos detendremos en el tercer tipo que es el que hoy preocupa de cara a la pandemia.
Información adecuada o buena: esta proviene de gente profesional que proporciona información correcta; aunque a veces no tenga la capacidad de transmitir terminología científica de manera sencilla para que toda la población tenga acceso a la explicación.
Mala información: se trata de información no adecuada transmitida por desconocimiento en el tema, por ejemplo algunas recomendaciones escuchadas en centros de vacunación como no bañarse tres días después de vacunarse (la vacuna para nada está peleada con la higiene; un baño no incrementa los efectos adversos, ni disminuye la eficacia de la vacuna).
Desinformación: es la información intencionalmente preparada para socavar o crear desconfianza en las vacunas (con “mala leche” como se diría en términos coloquiales). Normalmente cuando aparece una información falsa o tergiversada no se sabe si lo que la motiva son intereses políticos, económicos o religiosos o solo tiene que ver con el caos que generó la pandemia. Y con respecto a la vacunación, como ciudadanía hemos podido ver en redes sociales a “youtubers” pegándose objetos metálicos o hemos leído o escuchado sobre el temor infundado de convertirse en hombres lobos (de ser cierto, dentro de poco, tendremos jaurías de este animalito, que por ahora solo habita en América del Norte y Eurasia). No nombraré otras ideas paranoicas y conspiratorias que escuché, para no dar mayor cabida a estas falsas teorías.
Los grupos antivacunas han existido desde mucho antes de la pandemia y cada que se introduce una vacuna nueva resurgen y actualmente lo hacen con mayor fuerza gracias a la rapidez y alcance de las redes sociales. Por ejemplo, allá por el año 1998 en Gran Bretaña una investigación fraudulenta hizo dudar sobre un componente de la vacuna contra sarampión (timerosal). El 26 de febrero de ese año, una ola de desconfianza se apoderó de la gente porque ese día, el médico Andrew Wakefield presentó una indagación preliminar en la que decía que 12 niños vacunados habían desarrollado comportamientos autistas e inflamación intestinal grave.
Al poco tiempo, el investigador fraudulento Andrew Wakefield fue puesto en evidencia y luego expulsado del Colegio de Médicos de Gran Bretaña, además, la revista que publicó esta investigación se retractó y la retiró, pero tarde, el daño estaba hecho. Europa, hasta este momento, no puede eliminar el sarampión de su territorio (Las Américas eliminaron el sarampión desde el año 2016 y solo tiene brotes esporádicos, traídos por algún europeo infectado o persona proveniente de territorios con circulación del virus).
Hoy, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ve esto con mucha preocupación, tanto que la vacilación frente a las vacunas (dudas) se convierte en uno de los 10 mayores problemas de salud pública en este momento.
Por lo explicado, es importante que las y los profesionales de la salud destinemos unos minutos de nuestro tiempo para absorber dudas de las personas o progenitores de niñas y niños que acuden a vacunarse, informando que las vacunas son producto de la investigación de muchos años, que son probadas en su eficacia y seguridad, y que cada fase en su estudio es estrictamente auditada y vigilada.
Las vacunas contra la Covid-19 fueron desarrolladas en menos de un año, merced al gran avance de la ciencia del Siglo XXI, a la gran inyección de fondos para los estudios (el desarrollo de una vacuna puede llegar a costar entre 500 millones de dólares a 2.000 millones de dólares), a la presión mundial y a la existencia de estudios ya avanzados desde hace 10 años por la aparición el 2002 y 2003 de un coronavirus muy similar al virus de Covid-19, que por suerte no se convirtió en pandemia.
Se ha calculado que por lo menos 70 por ciento de la población debe ser inmunizada para detener la transmisión del virus SARS Cov–2 (inmunidad colectiva, mal llamada de rebaño) y así poder volver a nuestras actividades normales.
Lograr este objetivo encuentra en el camino dificultades como la escasez mundial de vacunas, la debilidad de los sistemas de salud de países en desarrollo y la mutación del virus a cepas más agresivas y de diseminación más rápida. Lamentablemente, a estos problemas hoy se suman los grupos antivacunas que se dan el trabajo de generar dudas en la población acerca de la seguridad y eficacia de las vacunas.
Por esto, el papel de las y los trabajadores de salud y las autoridades es crucial brindando información adecuada y comprensible para el común de la población. Y tendremos que hablarle a la gente tanto de los beneficios como de los riesgos para que esta pueda sopesar el riesgo frente al beneficio como suele hacer en este tipo de decisiones.
(*) La Dirección de Guardiana le da la bienvenida al médico Héctor Mejía Salas, quien es pediatra, Magíster en Epidemiología Clínica (Universidad de La Frontera Temuco, Chile), Profesor Titular de Pediatría de la Facultad de Medicina de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), Jefe de Enseñanza e Investigación del Hospital del Niño, Diplomado en Vacunología, en la Escuela de Salud Pública de México.
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