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Las teorías conspirativas pueden definirse como intentos de explicar hechos o situaciones particulares, como resultado de las acciones de un grupo pequeño, poderoso, con intenciones perversas. En el tema de salud seguramente usted escuchó de muchas de ellas. Durante los últimos años, se han popularizado numerosas teorías de conspiración en torno a cuestiones de salud pública como la fluoración del agua, las vacunas, los teléfonos móviles y la medicina alternativa. Aunque haciendo una revisión histórica esto no es tan nuevo. Por ejemplo, hace más de 200 años, cuando Edward Jenner descubrió la vacuna contra la viruela, inoculando inicialmente secreciones de la ubre de una vaca con lesiones de viruela y luego de lesiones de humano a humano, marcó el inicio de  una ola de teorías conspirativas, pues ni el mismo Jenner ni la opinión pública podían explicar cómo funcionaba la vacuna (en ese momento la ciencia desconocía la existencia de virus o cualquier otro germen), por lo tanto pronto hubo rumores de que la vacunación haría que a la gente le crecieran ¡¡¡cuernos!!! y que las vacunas en realidad matarían a la gente.  En la década de 1980, el Dr. John Wilson hizo un gran escándalo acerca de que la vacuna DPT supuestamente causaba convulsiones y daño cerebral, pero fue desmentido con varias investigaciones. En 1998, Andrew Wakefield publicó un artículo en el que afirmaba que las vacunas contra el sarampión producían autismo. Este artículo fue completamente refutado y luego retirado de la revista donde fue difundido, y la mayoría de los coautores de Wakefield también se han retractado de sus puntos de vista, pero esto desató una desconfianza generalizada en la vacuna y ahora esto genera brotes de sarampión en Europa hasta el día de hoy; por cierto, ahora es una amenaza mundial. 

A esto le siguen historias sacadas de cuentos de terror como que las industrias farmacéuticas saben que las vacunas no son seguras, pero aun así obtienen grandes ganancias con ellas, por lo que deliberadamente mantienen oculta esta información o que la CIA está envuelta en la estrategia de esterilizar hombres, a través de la vacuna de la polio en Pakistán (esto llevó sin duda a los fracasos de las campañas de vacunación en este país). Cabe remarcar que este país es uno de los pocos que no ha podido eliminar la poliomielitis de su territorio, generando miles de casos de polio paralítica entre sus niños.

Pero no solo las vacunas fueron víctimas de las teorías paranoicas, sino también el origen de algunos virus como el virus del SIDA. En su momento se generó la duda de que era un invento del gobierno de los Estados Unidos para reducir la población negra. Lo mismo pasó con el mortal virus del ébola en África, Leonard Horowitz (odontólogo norteamericano) ha sido muy activo en promover la idea y escribir libros de que el ébola ha sido fabricado por el gobierno de EE.UU. como parte de un plan genocida. Como resultado de esto, algunos de sus seguidores han recomendado no vacunar a los niños contra ninguna enfermedad.

Un estudio publicado en JAMA (Journal of the American Medical Association), para determinar el alcance del "conspiracionismo médico" en el público estadounidense, a través de investigación de mercado por la empresa de Internet YouGov, recopiló una muestra de una encuesta en línea representativa a nivel nacional de 1.351 adultos en agosto y septiembre de 2013. Los resultados enumeran las proporciones de estadounidenses que informan haber oído hablar de 6 teorías de conspiración médica populares, que le parecerán ridículas o de pronto usted también las creyó:

  • La FDA (Food and Drug Administration), en EEUU, intencionalmente evita que el público conozca curas naturales contra el cáncer, debido a una presión de las compañías farmacéuticas.
  • Los funcionarios de salud saben que los teléfonos celulares causan cáncer, pero no hacen nada para detenerlo porque las grandes corporaciones no lo permiten.
  • La CIA estadounidense deliberadamente infecta a poblaciones africanas con el virus del SIDA, a través de las vacunas contra la hepatitis B.
  • La difusión mundial de alimentos modificados genéticamente por Monsanto Inc. es parte de un programa secreto, llamado Agenda 21, lanzado por las fundaciones Rockefeller y Ford para reducir la población mundial.
  • Los médicos y el gobierno todavía quieren vacunar a los niños, aunque saben que estas vacunas causan autismo y otros desórdenes psicológicos.
  • La fluoración del agua pública es en realidad una forma secreta de empresas químicas para deshacerse de los peligrosos subproductos de minas de fosfato en el medio ambiente.

¡¡Los sorprendentes son los resultados!! ya que el 37% de la muestra estuvo de acuerdo en que la FDA está suprimiendo intencionalmente las curas naturales para el cáncer debido a la presión de las compañías farmacéuticas; el 20% estuvo de acuerdo en que las corporaciones estaban impidiendo que los funcionarios de salud pública divulgaran datos que vinculan los teléfonos celulares con el cáncer o que los médicos aún quieren vacunar a los niños a pesar de que saben que tales vacunas son peligrosas. En resumen, el 49% de los estadounidenses está de acuerdo con al menos una teoría de la conspiración médica y el 18% está de acuerdo con tres o más.

Pero sin ir lejos, en nuestro país hay gente médica y gente no médica que quiere hacer creer que un desinfectante puede curar la Covid-19 o que las vacunas son perjudiciales. Es más, vergüenza ajena debería darnos porque en determinado momento la Asamblea de la Paceñidad aprobó por voto que “la agüita milagrosa era un tratamiento para la Covid-19” (sin duda fuimos el hazmerreír del mundo en ese momento, ningún país había llegado tan lejos).

Se ha visto que creer en teorías conspirativas puede condicionar ciertos comportamientos de salud como, por ejemplo: tomar infusiones o hiervas curativas, tomar vitaminas, comer alimentos solo orgánicos, no vacunarse, etc.

Pero ¿qué hace que la gente cree y crea en estas ideas paranoicas y delirantes? Un artículo publicado por dos psicólogos australianos en la revista Plos One postula que la gente más propensa a creer en estas teorías conspirativas y paranoicas puede tener patrones inusuales de pensamiento y cogniciones, pueden ser estratégicos, manipuladores, dominantes e insensibles y mostrar déficits interpersonales y afectivos. Muchos de los adeptos a teorías conspirativas pueden tener pensamiento maquiavélico (en psicología rasgo de personalidad, que se define como un estilo de comportamiento social caracterizado por la manipulación y la motivación de explotar a los demás con la finalidad de obtener determinados beneficios o ventajas). Por otro lado, también hay gente adepta que tuvo malas decisiones médicas (mala experiencia personal o con familiares en el pasado).

Es común y fácil desacreditar a los partidarios de las teorías de la conspiración como una franja delirante de maniáticos paranoicos porque no pueden sustentar sus teorías más que con declaraciones o testimonios, o porque no cuentan con estudios científicos serios. Pero es importante reconocer que estas teorías “locas”, lamentablemente son ampliamente conocidas y están respaldadas por mucha gente (incluso famosos que se prestan a esto, como actores de cine antivacunas, por ejemplo, no sé si con un afán mediático o también por tener alguna alteración psicológica de las ya descritas).

Más allá de ver el conspiracionismo médico como indicativo de una condición psicopatológica, las autoridades en salud y el periodismo responsable deberían preocuparse, informando adecuadamente a la población, porque de lo contrario esta mala información genera conductas de salud riesgosas como no vacunarse, no usar protectores solares, usar medicina alternativa para condiciones peligrosas como el cáncer, etc. Es importante que los estudiosos lleguen a comprender mejor cómo surgen y se difunden, de manera que se puedan proponer medidas concretas para educar mejor al público y evitar que se dejen seducir por estas narrativas propias de películas o novelas de ficción.

Héctor Mejía Salas, M.Sc.

Pediatra – Magíster en Epidemiología Clínica

Profesor titular de Pediatría UMSA

Jefe de Enseñanza e Investigación del Hospital del Niño

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