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Por Óscar Jordán Arandia *// Vivimos en un mundo lleno de contradicciones. Lo que antes nos era complementario ahora pareciera que es nuestro contrario.

Desde una visión contemporánea y occidental, nuestra existencia en la tierra se entiende como una lucha entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal, entre lo bonito y lo feo. Desde ese punto de vista, todo en este planeta tiene a su contrario, lo que nos induce a huir de aquello que consideramos malo y buscar solamente las experiencias buenas.

Así, no hay peor enemigo en la vida, que la muerte.

Al asumir la existencia como una lucha de contrarios —que, dicho sea de paso, siempre terminará con la muerte como vencedora— el cuerpo es el centro de toda batalla, pues cualquier acción que hagamos como seres humanos, incluido el pensar, repercute, en mayor o menor medida, sobre nuestra corporalidad: nos enfermamos de estrés, de tristeza, de preocupación y estamos en permanente peligro de dejarnos llevar por el exceso en los placeres y necesidades. Es muy frecuente oír el dicho “todo en exceso hace mal” pues el cuerpo es un organismo complejo e interconectado que se altera con los grandes derroches de placer.

La visión de la vida y de la muerte como contrarios es –para muchos sabedores y médicos tradicionales– una de las causas más importantes para que la humanidad —y el planeta— esté constantemente enferma. En efecto, si no podemos incorporar en nuestra vida cotidiana la dimensión existencial integral y estrecha de toda la naturaleza con la especie humana –que implica una práctica espiritual–, es muy posible que nuestra calidad de vida esté siempre en desmedro.

Como todos sabemos, la curación de las dolencias y enfermedades que sufrimos los seres humanos están en manos de los médicos, quienes utilizan una serie de procedimientos heredados de grandes escuelas que datan incluso de la Grecia Antigua, es decir de hace unos 2.500 años. La herencia occidental que tenemos de la medicina se basa en el principio de que la existencia humana es lo más importante y tiene más valor que cualquier otra existencia en el planeta. De esa forma, es posible justificar —moral y filosóficamente— experimentos con animales o, con plantas con el fin de encontrar alguna substancia que sea benigna (por lo menos circunstancialmente) para atenuar las consecuencias de las enfermedades. En todo caso, el principio más importante en estas prácticas se rige siempre por una búsqueda de la salud, como contraria a la enfermedad.

Pero ésta no es la única visión del mundo. En muchos lugares del planeta, conviven —de forma más o menos armoniosa— distintas culturas con diferentes formas de ver la salud. Particularmente en Bolivia, existen legislaciones que garantizan no solamente una práctica de la medicina alopática científica (llamada también medicina occidental), sino también de la medicina tradicional ancestral, que recupera conocimientos diferentes, muchos de ellos no reconocidos como “científicos”. No obstante, la efectividad de estas prácticas tradicionales ancestrales es tan contundente que incluso la Organización Mundial de la Salud ha reconocido a la medicina natural (que no es lo mismo que la tradicional) como una práctica científica.

Cada dos semanas, a partir de hoy, Guardiana reservará este espacio para compartir experiencias, reflexiones, consejos, novedades y otros contenidos de interés enmarcados en la temática de la medicina tradicional ancestral y el naturismo. Para ello, contaremos con la participación de invitados especiales que se destacan por su experticia en este campo. Bienvenidas y bienvenidos a este espacio de reflexión. Si quisieran compartir opiniones o tienen interés de publicar en esta columna, las puertas de Guardiana están abiertas.

Salud y prosperidad


*El periodista, escritor y docente universitario Óscar Eduardo Jordán Arandia será el encargado de coordinar esta columna quincenalmente.

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