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Nacieron durante o un poco antes de la Segunda Guerra. Su espíritu cundió por todos los continentes. No son solamente fruto del baby boom; son la generación gloriosa que cambió los gustos, la sensibilidad del mundo para siempre.

Las razones y explicaciones son muchas, pero me basta decir algunas pocas cosas. Una nueva manera de entender la existencia humana empezó a abrirse camino: pero esto no era algo original. En el siglo XIX, y especialmente en el espíritu de las vanguardias, en los años 20 y 30, ya se habían vivido erupciones generacionales importantes. Pero los nacidos durante o un poco antes de la Guerra cambiarían el espíritu de los hombres, o, mejor dicho, recuperarían receptividades, a través del arte, pero especialmente a través de la música. ¿Efecto de haber pasado una guerra? ¿Mejoras en la educación? ¿Repentino despertar de las conciencias? Lo cierto es que en las sociedades occidentales las posibilidades comunicativas, las mejoras educativas, la autoconciencia, y sumado a todo esto, la experiencia de pertenecer a una nueva generación joven (ya para los años 50) distinta a la de los padres, fecundizaba un terreno fértil para la creatividad y las ideas jóvenes. Estos jóvenes tenían a su disposición la cultura: la música, los libros, las palabras heredadas. Y con ellas hicieron alquimia de inspiraciones. La generación gloriosa.

Por todas partes el espíritu descubridor del rock and roll, del folk rock, del neofolklore, de la canción ajena a los mecanismos comerciales, de la poesía, de la experimentación, cundió. Cundía en Inglaterra y el universo renacía al son de George, Paul, John y Ringo, pero también de David, Eric, Gary, Keith, Matthew, Justin, David G., en fin, muchos de la misma generación. En España también aparecieron Paco, Joan Manuel, Víctor Manuel, Luis Eduardo, Hilario, Patxi, Luis, José Luis, José Antonio, Amancio, Lluis… en Italia otros de inconmensurable talla: Lucio D., Franco, Lucio B., Fabrizio, Sergio, Angelo, Antonello, una inmensa cosecha de gloriosos seres. Y en Francia, y en Portugal, y en América Latina. Por todas partes. Algunos eran mayores (Violeta o Atahualpa), pero alimentaron con sus creaciones a los jóvenes de esta generación gloriosa.

En América Latina también los nacidos alrededor de la Segunda Guerra crearon los sentidos y los sonidos que ahora marcan los corazones y los sueños de los latinoamericanos. Víctor, Patricio, Rolando, Payo, Tito, en Chile: Alí en Venezuela; Óscar en México y así muchos más. En Cuba, junto a Noel, Silvio, Vicente, Sara, Eduardo, Lázaro, Augusto y tantos más, creó, cantó, tocó, floreció Pablo. El gran diamante de la generación gloriosa.

Soy hijo de esa generación. Soy hijo biológicamente hablando, pero también espiritualmente siendo. Porque sin estos grandes que ya empiezan a dejarnos, mi generación sería poca cosa, si algo fuera. ¿Y las siguientes? Aún menos. Con ellos comenzó todo. Nosotros los vimos con admiración, con ojos emocionados, para procurar crear y dejar algo a los demás como ellos lo hicieron. Pero no sólo la deuda es con los más renombrados de la generación gloriosa, que nos dejaron su inapagable antorcha: también la deuda es con los otros miembros de la generación gloriosa que, sin tanta fama y destaque, fueron y serán gigantes, como nuestros padres.

Al irse Pablito sé cuánto ha sembrado en nosotros, en ti, en mí, en los que vibramos con su asombrosa voz, sus mágicos sonidos de guitarra, sus cósmicas canciones. En 1979, en mis tímidos 13 años, descubrí a un ser que podía cantar a uno de los más grandes latinoamericanos de todos los tiempos y latitudes, no sólo de Cuba: José Martí. Los siglos bailaban delante de mí, al saber que éramos una visión, y que de gorja son y rapidez, los tiempos. De saber que nacen, entre espinas, rosas. Y de no pedir a alguien que no nos baje una estrella azul, de esperar a alguien que llegue a nuestro cuerpo abierto, o de ser como un caminante que al llorar al camino hacía crecer, e identificarse con la primavera, de encontrarte y de estarme encontrando, de recontar cuánto ganamos y perdimos, sí, pero ganamos siempre con tus canciones, Pablo.

La búsqueda al centro del sol fructificó. Recordaré siempre ese día exacto en que te conocí, pegado al cielo como estás ahora tú. Gracias por tendernos tu mano abierta, tu corazón, tu voz. Compartimos la vida, la muerte, el amor, las simples cosas que nos hacer ser humanos. Hermano padre de la generación gloriosa, que lo único estable siga siendo la felicidad. Que no se compra, que no se pregona, que no se da en caridad. La siembra seguirá y tu muerte no quema: nos iluminará para siempre, lo sé.

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