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Khalil Gibran, poeta, filósofo y artista libanés, nos legó una poesía sobre los hijos e hijas en la que nos recuerda que no son nuestros, sino de la vida. Nos dice que podemos darles amor, pero no nuestros pensamientos, abrigar sus cuerpos, pero no sus almas; además, nos recomienda no procurar hacerlos semejantes a nosotros porque habitan en la casa del mañana y nos recomienda ser esos arqueros que los lancen a la vida para su felicidad.

La paternidad y maternidad sólo se comprenden a cabalidad hasta que se tiene hijos o hijas propios. Las noches de desvelo, las salidas al parque, los correteos al médico o a las clases de fútbol o danza. Aquellas otras horas al llegar a casa luego del trabajo para jugar, hablar o ayudar con las tareas del colegio son instantes mágicos que parecen sueño a medida que nuestros hijos e hijas crecen.

Lo cierto es que a medida que nuestros hijos e hijas crecen, los vamos perdiendo porque muy pronto empezarán a caminar por su propia cuenta y a encarar la vida solos. No obstante, la cultura boliviana aún reproduce una herencia y mandato social que exige a los padres y madres cuidar y educar a sus hijos e hijas.

Algunas familias los sobreprotegen y cubren todas sus necesidades (a veces lujos) más allá de los 20 años o hasta que concluyen sus carreras universitarias o los encaminan vía “contactos parentales familiares” a sus primeras fuentes laborales. El ideal de la clase media es que sus hijos estudien en el extranjero o se queden a vivir allí porque su “futuro” es incierto en nuestro país.

Otras muchas familias encaminan a sus hijos o hijas a asumir el cuidado de sus hermanos menores, la preparación de los alimentos en el hogar o en el mercado laboral como sus ayudantes en algún negocio o puesto de venta. Crecen haciendo las tareas en las calles o alternando sus obligaciones como estudiantes, como obreros, vendedores en el mercado informal o en las mejores circunstancias como emprendedores o microempresarios.

Realidades distintas según las clases sociales, el ingreso de las familias y la ocupación o puesto de trabajo de los padres. No existe una fórmula mágica única para “criar bien”, sino solamente una serie de pautas que dependen de la disciplina, valores y prioridades de cada familia. No existen escuelas de padres formales, aprendemos en el camino y a menudo cometiendo errores. Las reglas del pasado ya no funcionan, son otros tiempos con inteligencia artificial y redes sociales; la velocidad se ha acelerado tanto que apenas podemos distinguir las noticias reales de las falsas, lo real de lo irreal.

La sociedad líquida de Bauman nos habla de lo efímero y se ha convertido también en la norma en las relaciones sociales. Nuestra sociedad sigue reproduciendo viejos problemas de corrupción, contaminación, narcotráfico e inseguridad que se han multiplicado en un estado burocrático que como bolivianos hemos normalizado.

Ese futuro de nuestros hijos e hijas en el ámbito educativo es preocupante a partir de datos en torno a la calidad educativa en Bolivia. De acuerdo con los resultados de la encuesta “La continuidad educativa durante la cuarentena”, publicada en 2020 por Unicef Bolivia, cuatro de cada diez adolescentes o jóvenes no asistieron a clases a través de ninguna plataforma de internet, hecho que se agravó en el área rural, donde existen menos ingresos económicos y posibilidades de acceso a la web.

La calidad de la educación en Bolivia fue evaluada por el Tercer Estudio Regional Comparativo y Explicativo (Terce), instancia que otorgó a Bolivia la posición 13 de 16 países latinoamericanos analizados. Esa investigación forma parte del Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la Calidad de la Educación (Llece), de la Unesco-Santiago (Rodríguez en El País, 2021).

Ante esos datos, no queda menos que cuestionar lo poco que ha mejorado nuestro sistema educativo y lo mal preparados que están la mayoría de los estudiantes en primaria, secundaria y a nivel universitario. La crisis generada por la cuarentena ahondó la crisis educativa que se reflejó en la dura transición de las clases virtuales a las presenciales. Hoy, en las aulas existe pereza, poca concentración, dificultad de escribir a mano, leer y comprender. Ese es todo un fenómeno que debería estudiarse.

Por otro lado, sólo como referencia de ese incierto “futuro laboral” según el "Boletín Estadístico de la Encuesta Continua de Empleo" el primer trimestre de 2023 en el área urbana, la tasa de desocupación fue de 4,8%, se incrementó en relación a la gestión anterior (INE, julio de 2023). Además, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) informó que en Bolivia el año 2022 el 80% de las personas trabajó en la informalidad. El 87% de estas personas eran mujeres y, de este porcentaje, 4 de cada 10 desempeñaban actividades por cuenta propia (INESAD, 23/01/2023).

En esas condiciones, tanto la educación como el trabajo de nuestros queridos hijos e hijas están en crisis y sin perspectivas de mejorar en el corto plazo.

Considero que como país tenemos grandes desafíos por delante en el ámbito educativo y laboral, las condiciones son más precarias que antes. Urgen políticas públicas municipales, departamentales y nacionales para reflexionar, diagnosticar y proponer estrategias de solución; lo contrario supone un serio deterioro del desarrollo humano en nuestro país.

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