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Vivir, intentar, fracasar, empezar de nuevo, subir y bajar, son sólo momentos del estar aquí. Es sólo vivir, y eso ya es mucho: vale la pena.

Pasan los años, y es inevitable. En ellos está el contenido de la vida, en el pasar del tiempo. Vivir es pasar, y no parar: eso será la muerte, e incluso allí, se puede vivir en el recuerdo de otros, en la memoria de las cosas y de los lugares.

Pero pasamos, y depende cómo queremos verlo: ¿Como envejecimiento?, ¿como caducidad?, ¿como final de todo? O más bien: ¿Como crecimiento?, ¿como florecimiento? Hay que recordar que seres vivos, como los árboles, se toman mucho tiempo para realizarse en plenitud. En una sociedad ageísta como en la que vivimos (es decir, llena de prejuicios y discriminaciones ante las personas por el solo hecho de su edad), donde se mide a las personas sólo por su juventud, entonces no hay tiempo, o no hay peor baldón que el pasar el tiempo sobre nosotros, sobre los cuerpos (¿seremos sólo cuerpos? ¿O seremos, más bien, gracias a ser cuerpos?). Pero a todos, absolutamente a todos, el tiempo les pasará. La única forma de que no pase esto es que no hayan nacido, o que ya estén muertos: la vida, en cambio, de la que hablo aquí, es puro pasar.

En 1975 y 1976, tanto Roy Brown como el grupo puertorriqueño Haciendo Punto en Otro Son grabaron la canción del mismo Roy Brown, en base al poema homónimo del gran poeta Juan Antonio Corretjer, En la vida todo es ir. Versionada luego por Serrat, En la vida todo es ir son décimas inmarcesibles que hablan de este mismo: “en la vida todo es ir / a lo que el tiempo deshace. /sabe el hombre donde / y no donde va a morir”.  Obligados por las fuerzas del universo a seguir hacia adelante, hacia donde nadie sabe, nos dirigimos “al porvenir” quizás con “una esperanza a seguir”.  Pero no podemos volvernos atrás, “pues la vida es senda rara: / en la vida todo es ir”.  Por eso “no hay más. Un solo camino”. ¿Cuál es? El que tomamos para seguir.

No sabemos a dónde vamos, aunque la vida nos da oportunidades para tomar rumbos, para volvernos, para rectificar los pasos, para tomar otros caminos. Para intentar, buscar, probar, ensayar, aspirar, procurar y ansiar. Siempre se puede comenzar de nuevo, o quizás el comienzo estaba ya atrás, allí donde lo dejamos, allí donde no lo sabíamos o lo negábamos. Lo importante es caminar.

El cubano Ángel Quintero también nos legó la inolvidable idea de que sólo somos una ventana, “que entre la vida y la muerte abre sus alas”.  En mi posición de ventana, encontraremos “los caminos que desangran mi por qué, / de pasado, de presente y de final, / mis sueños, mi corazón”. Allá está “una estrella desafiando el porvenir / a los magos y hechiceros de la luz, / a Cristo, y a Lucifer”: hacia allá vamos, más allá del bien y del mal.  Ventana, pero también puente. Nuestro poeta Antonio Soldado Terán decía que antes del puente que vamos a pasar, está “todo lo que dejaste hasta mañana”, y que, después del puente, van “delanteros, los pies a su costumbre”. Por allí pasamos todos los días, o quizás todos los días son el puente.  Pero el puente “no camina a parte alguna, se está siempre entre las dos orillas de la vida”, sólo está allí. Mi amigo y hermano Marco Antonio Macías le puso música, como Brown hizo con el poema de Corretjer, y juntos, en la voz de mi también amigo y hermano Miguel L. Yaksic, cantábamos: “dan ganas de quedarse como el puente”.

Sí, dan ganas. Pero en la vida todo es ir… sólo que a veces dan ganas de quedarse;  pero seguimos abriendo nuestras alas a cada nuevo día, atravesando el puente que es vivir.  

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