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Ineludiblemente la realidad nos sobrepasa ocasionalmente. Lo digo por el pesar que genera conocer la serie de delitos de un individuo a quien no le importó violentar y quitar otras vidas, y también lo menciono por el circo armado por unos jóvenes que pisan coca en Tik Tok; la viralidad de esos contenidos es preocupante.

Sin duda dos acontecimientos que han hecho noticia, pero que me interpelan profundamente para preguntar si la vida no vale más que la esclavitud de una apariencia “hueca”, favorecida por la banalidad a pesar de las normas legales o los lujos cuando se ostenta. Es una escuela de fatuidad para los más pequeños que crecen sin aprender que la vida es más que todo ese mundo aparente.

En el caso del sospechoso de varios delitos y los adolescentes “héroes de moda” por su descaro, me pregunto qué piensan o si saben de vivir en paz con la conciencia tranquila antes de hacerlo con el vértigo de vivir al margen de la ley o, incluso, con la amenaza de ser asesinados por la salvaje competencia por la venta de droga. Concluyo, al parecer la vida no les importa, lo que tienen es el momento de placer y el dinero mal habido a costa de muchas personas.

El orden social que conocemos ha cambiado y mucho. Los libros de Derecho y Sociología están quedando desfasados ante una realidad muy cambiante y contradictoria, donde prevalece lo ilícito por sobre la norma que ordena y pone límites al comportamiento del ciudadano.

Se está olvidando la necesidad de rescatar la solidaridad e inclusión antes que el racismo y la discriminación, el respeto antes que la burla y la sorna por el dolor ajeno. Lo digo por los videos virales en los que la gente sufre heridas o se lastima, con razón se ha puesto de moda filmar hechos de sangre y compartirlos sin remordimiento. Falta empatía, valor innato humano casi olvidado.

Prefiero apelar y aferrarme a mis utopías, esas en las que el bien común todavía importa por sobre el individualismo salvaje y deshumanizante en el que las vidas tienen un precio en el mercado negro de la web profunda donde se venden órganos, se rematan niñas y adolescentes al mejor postor. Prefiero a Dios antes que a la iglesia, al buen vecino antes que al enemigo, el sano disfrute de la compañía de tus seres queridos antes que el alcoholismo o la drogadicción normalizadas, social e hipócritamente aceptados. Tal vez pido demasiado, pero aún me inspira la esperanza y la bondad que encuentro en la mirada de un niño o un anciano para seguir caminando.

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