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No me deja de asombrar las formas en que ocurren, una y otra vez, acontecimientos insólitos en Bolivia.  Desde personas que utilizan las vías del nuevo tren metropolitano de Cochabamba para botar basura, caminar, usarlas como trocha para automóviles, hasta sacrificar animales para rituales, daría la impresión que en Bolivia lo “real maravilloso” tiene carta de ciudadanía.

En efecto, en Bolivia muchas conductas colectivas e individuales subsisten o se adaptan a nuevas circunstancias sociales, que resultan extrañas o insólitas desde la perspectiva de las personas que han sido socializadas según las pautas generales de lo que consideramos “la modernidad”, o las conductas “normales” esperables de un ciudadano occidental con niveles medios de educación. No obstante,  estas conductas no son exclusivas de los sectores populares o de la población mestiza o indígena boliviana, ya que permean prácticamente a todos los estratos sociales: todos los bolivianos participamos de lo insólito...

Sin embargo, a estas conductas insólitas no se les ha dado la suficiente atención por parte de los investigadores sociales, quizás porque muchas de estas son vistas con una mirada que tiende a idealizar la cultura y las idiosincrasias de los bolivianos, una exaltación. Fueron los folkloristas del siglo XX, esos notables recopiladores de tradiciones y costumbres, los que sí se interesaron por estas facetas de la vida cotidiana de los bolivianos. Y hoy lo hacen los periodistas, ante la obviedad de tener que cubrir, con notas de prensa o reportajes, la permanente incidencia de hechos bizarros. Muchas de estas historias venden, y sirven de gancho para captar lectores: es lo que ocurre con la crónica roja, o amarillista según el color que queramos darle: sólo faltará el verde para que este tipo de crónicas abarquen la totalidad de lo boliviano.

Me he propuesto realizar, entonces, unas reflexiones teóricas sobre este tema, apuntes que serán presentados en un próximo simposio internacional. Esto tiene que ver, claro, con las formas específicas en que los bolivianos construimos nuestras personalidades, nuestras visiones del mundo y consideramos “normal” el comportarnos de determinada manera. Es, quizás, el asunto sociológico más importante: el saber cómo somos (lo cual no tiene mucha ciencia, porque todos lo podemos constatar cotidianamente), pero fundamentalmente, saber por qué somos como somos. Y esto tiene mucho que ver con la persistencia de ciertas conductas “bizarras”, inusitadas, insólitas, extravagantemente cotidianas.

Considero que no sólo se trata de un rasgo “identitario” o meramente folclórico, como durante mucho tiempo se ha querido pensar, aunque claro, la recopilación, clasificación, descripción, análisis y publicación de estas conductas por parte de los investigadores folkloristas, ha sido enormemente meritoria. Sin desmerecer su entrañable trabajo, creo que la cuestión va más allá, porque son una significativa puerta de ingreso para entender procesos constitutivos de lo boliviano de manera más compleja.

Así, puedo adelantar aquí que estas conductas insólitas tienen que ver con la permanencia de estructuras psíquicas y conductuales que provienen de las sociedades premodernas. Esto lo habían planteado, a su manera, los folkloristas; el problema es que, al no contar con aparatos metodológicos y teóricos más agudos para el entendimiento de lo humano – ¿y cómo reprochárselos, si muchos sociólogos y antropólogos de hoy, teniendo acceso, no se interesan por ser más rigurosos y preclaros con su comprensión profunda de lo boliviano, dominados como están por dogmas ideológicos?—, terminaban por considerar como un rasgo cultural, y hasta digno de celebración, este mundo de conductas extrañas. Nadie puede negar la riqueza vivencial que implican todas las formas “culturales” en la que desarrollamos nuestra cotidianidad: ch’allas, q’owas, costumbres, tradiciones, ritos, entendimientos mágicos del mundo. Esto hace a la vida de los bolivianos una vida más espesa, más rica y feraz, más cargada de significaciones.

Esto es así. Pero también, y lamentablemente, este rasgo sociocultural de lo boliviano tiene un lado oscuro. Detrás de las conductas insólitas se esconden violencias, incomprensiones, intolerancias, conflictividades, egoísmos individuales o de grupo. Siendo una sociedad donde las economías informales predominan, también lo hacen las conductas informales, el incumplimiento de reglas y acuerdos, las pequeñas ventajas del día a día, las trampas y las mañas, y todo esto tiene que ver, de manera compleja, con los procesos sociales e históricos de larga data. Suele decirse que muchas conductas son como son, porque pertenecen a las culturas indígenas, y, que, por lo tanto, deben ser respetadas. Pero no se trata ni de “respetarlas”, ni de execrarlas. Se trata de comprenderlas.

Como parte de este trabajo, estoy recopilando relatos sobre “conductas insólitas” de todas aquellas personas que quieran colaborarme. Casi todos los bolivianos tenemos algo que contar, hemos sido partícipes, o hemos visto de cerca, sucesos que llamaron nuestra atención por lo inusitado, lo pasmoso de lo ocurrido. Aprovecho entonces este espacio para solicitar, a todos aquellos que quieran contribuir con una recopilación de relatos de conductas y sucesos insólitos, escribiéndome a mi e-mail personal: mausanpat@gmail.com, o contactándose conmigo, a fin de contarme, por escrito o de forma oral, aquellas historias de lo insólito que tengan para compartir, y de esa manera contribuir al acervo de lo fascinante boliviano.

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