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Enero de 2021 entra en nuestras historias personales y colectivas como un mes de grandes pérdidas. Varios hombres y mujeres ya no están con nosotros, la Covid-19 nos arrebató sus vidas. Destaco dos nombres que sin duda en los albores del siglo XXI marcaron la diferencia: Basilia Catari y Felipe Quispe.

Ambos han dejado un legado importante que ha encaminado su ser y hacer hacia cambios estructurales, cada uno desde una personalidad diametralmente distinta.

Él, Felipe Quispe, irreverente con voz altisonante y potente en su mensaje de cambiar un estado de subordinación y sometimiento —de los llamados k’aras hacia los otros diferenciados por su apellido, su origen étnico identitario y tal vez por el color de su piel— hacia nunca más mirar desde abajo y sí directo a los ojos, demandando el mismo respeto en igualdad de derechos.

Ella, Basilia Catari Tórrez, menos conocida; pero que claramente ha dejado una huella profunda en el sector que representó, el de las trabajadoras asalariadas del hogar. Si bien su partida no ha tenido el eco suficiente, creo que también es importante recordar su profundo aporte a mujeres y hombres.

Doña Basilia era una inmigrante rural que muy niña llegó a la ciudad de La Paz. Para poder sobrevivir trabajó como “sirvienta o empleada doméstica”. Pero su inteligencia, sororidad y convicción la llevaron a fundar el Sindicato de Trabajadoras del Hogar Sopocachi, para luego también fundar, junto con otras mujeres muy valientes, la Federación Nacional de Trabajadoras Asalariadas del Hogar de Bolivia. Desde ese cargo elaboró el primer proyecto de Ley de las Trabajadoras del Hogar (1984).

Esta lucha se pudo concretar casi una década después, ya que en 2003 el Parlamento boliviano aprobó la Ley 2450 de Regulación del Trabajo Asalariado del Hogar, que concedió a estas trabajadoras derechos similares del resto de trabajadores de Bolivia. Aunque la aprobación de esta ley supuso un avance importante, las condiciones laborales de las trabajadoras del hogar aún son una tarea pendiente y urgente para promover una sociedad que se respete a sí misma en la vigencia plena de los derechos para todas y todos.

En Bolivia, la historia de discriminación de las trabajadoras asalariadas del hogar se remonta a la dominación colonial española, a esa carga histórica plagada de una violencia simbólica lacerante, expresada por la discriminación, la invisibilización y consecuente negación de derechos como un salario justo, salud, beneficios sociales, la valoración de su contribución a los hogares y, sobre todo, un trato digno.

Sus colegas y amigas —como Victoria Mamani Quispe o Yolanda Mamani Mamani— destacaron en su despedida que fue “el pilar principal para visibilizar la explotación laboral, la discriminación racial hacia las trabajadoras asalariadas del hogar”, porque abrió el camino para que las trabajadoras hablen en primera persona defendiendo la igualdad en derechos, como debe de ser.

Ella consideraba que “sólo organizadas es posible frenar la exploración laboral”, legado que dejó a sus colegas que la lloraron. Doña Basi tenía tanta dulzura y humildad como sabiduría, pues ella con olfato y claridad meridiana en pocas palabras marcaba horizonte.

Catari y Quispe a su modo interpelaron poderes constituidos; ella desde el seno de las familias/empleadoras, él desde el corazón de sistema político. Al partir muchas voces se sumaron para destacar su valía y aporte. Ojalá que esas voces se amplifiquen y se doten de principios de reconocimiento, horizontalidad, valoración y, por supuesto, inclusión efectiva y sostenida como sujeto social y no como objeto social, más allá del Facebook, el Twitter o el Instagram.

Tanto doña Basilia como don Felipe serán sinónimo de insurgencia permanente, aquella que se levantó contra un orden establecido, que asumió posturas firmes con convicción, muchas veces tachadas como radicales, de lucha y condena frente a un modelo colonial muy presente en pleno siglo XXI y que no deja de ser injusto e indeseable, siempre.

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