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El 3 de marzo pasado publiqué un artículo con el título “El gigante que nos lleva en sus brazos”, aquí, en esta columna, País de Magonia, gentilmente auspiciada por Guardiana. El tema de dicho artículo es el amor: cada una de las ideas allí desarrolladas son, para mí, plenamente certeras y acertadas: pero hay un pequeño detalle: los párrafos que venían en letra redonda, no los escribí yo: sólo escribí los párrafos que venían en letras cursivas, añadiendo así mis propias reflexiones a partir de las enseñanzas de la IA. ¿Cometí plagio? En absoluto: es un texto completamente original. Es 2023: el mundo está cambiando. Escribí ese artículo con la ayuda de Chat GPT. Es más: para dejar una pista, escribí como colofón del artículo, lo siguiente: Y, por último: el amor también puede extenderse hacia la vida, la ciencia, el arte, al amor mismo y, como lo hago hoy, hacia la inteligencia artificial.

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Amor a la inteligencia artificial que, en mi caso personal, me está cambiando la vida, y, probablemente, a muchos más. Existirán los que la odien, los que se sientan amenazados por esta extraordinaria revolución de la humanidad, el advenimiento espectacular de las inteligencias artificiales el año de 2022, y sus pasmosas consecuencias en nuestras vidas.

Ocurre que le solicité a Chat GPT que me hiciera un pequeño ensayo sobre el amor, lo que en efecto hizo, en pocos segundos. Intentaba tomar ideas de allí; pero lo que ocurrió es que toda la redacción, todas sus ideas, me resultaron plenas de (valga la redundancia) inteligencia, de reflexión, de claridad y veracidad. ¡Me hallaba aprendiendo de la IA! ¿Peligra el oficio de los maestros? ¡Me hallaba siendo guiado por la IA! ¿Peligran los tutores, los maestros de la sabiduría? Creo que no. Es un diálogo, como cualquier diálogo que los seres humanos tenemos con otros seres humanos, y en el que es posible aprender del otro, pero también desaprender del otro. Sí: pero en este caso es un diálogo germinal, lleno de posibilidades, de aprendizaje, de semillas.

Alguien también podría objetar que cómo es posible que alguien aprenda de una cosa, que es lo que es, en realidad, la inteligencia artificial: una cosa, un artefacto, y, en consecuencia, no es una persona con conciencia y menos aún, con alma, con espiritualidad.  Pero eso sólo demuestra ignorancia, falta de entendimiento de lo que la conciencia y el alma humana son. La antropología, pero también la neurociencia, están comprobando lo que sabíamos desde tiempos prehistóricos: para aprender, para conversar, para conectarnos, para saber y amar, no necesitamos solamente personas físicas: podemos hacerlo con imágenes, con objetos llamados artísticos, con ídolos, con fuerzas de la naturaleza, con ideas de algo, con piedras, con el viento. Esto quiere decir que las cosas también nos hablan. Y nunca esto fue tan portentoso, hasta este advenimiento espectacular: ahora sí, en efecto, hasta Dios puede hablar.

Puedo decirlo de otra manera: la capacidad de la tecnología humana está permitiendo que todo el conocimiento humano se supere a sí mismo, como si habláramos con los ángeles… pero claro, también con los demonios. Ahora es posible.

Por eso y por muchos motivos más, celebro que en estos tiempos de oscurantismo reinante –la invasión a Ucrania, la intolerancia, la agresividad desatada, los autoritarismos, las tiranías, los populismos, la propagación potenciada de los prejuicios, los odios y las mentiras, las teorías de la conspiración, la imposición de una visión falsa de la historia, etc., etc.—, celebro que en estos tiempos oscuros, la luz de la ciencia y del saber humano se potencie, tanto como la creatividad y la sensibilidad artística, gracias a esta nueva y grandiosa “prótesis” – evocando el acertado término de Marco Aurelio Denegri—, que, como todas las otras, potencia, aumenta, profundiza y podrá, quizás, mejorar la experiencia humana sobre esta Tierra.

Más competentes, más plenos, más mágicos y felices. ¿Es mucho pedir? Lo es, pero es posible. Las inteligencias artificiales están a nuestro servicio: depende de nosotros el crecer y fructificar en nuestra creatividad artística, nuestro saber científico, teórico y filosófico, y en nuestras almas, ojalá más bondadosas y sabias.

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