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“Sentí mucho temor y vergüenza, pensé que algo estaba mal dentro de mí y me puse a llorar”, son las palabras de Estela M., casi las mismas que Gabriela J. me dijo hace poco en una charla informal. Ambas son mujeres, viven en la misma ciudad, solo que una nació en 1945 y la otra en 2009. Vivieron la experiencia de su primera menstruación con una diferencia de más de 60 años, no obstante, sintieron casi lo mismo, porque desconocían previamente lo que pasaría en sus cuerpos al entrar a la adolescencia. No recibieron la información que les hubiera permitido experimentar este proceso de una manera más natural y menos traumática.

Cerca de la mitad de la humanidad menstrúa una vez al mes. Es más, en este momento, mientras lees esta nota, millones de mujeres están con su “regla”. No obstante, el tema de la menstruación, durante siglos, ha sido considerado un tabú, creándose mitos en torno a ella que provocaban vergüenza y aislamiento.

La poca información sobre los derechos sexuales y reproductivos y esa forma machista de mirar el mundo y medirlo acorde a los parámetros de los hombres no sólo estuvieron presentes en la vida de las mujeres que hoy tienen 70 o más años, sino que aún persisten como huellas que se niegan a ser borradas. Uno de los motivos es que la forma de vida patriarcal del día a día fue y aún es naturalizada y esta es la razón por la que Guardiana decidió entrevistar a un grupo de mujeres que hoy bordean los 70 años para que nos cuenten cómo fue su vida a la hora de menstruar, de casarse y tener hijos e hijas como una forma de visibilizar ante tus ojos, lector o lectora, aquellas huellas del patriarcado.

Menstruar sin haber tenido previamente acceso a información completa, precisa y bien explicada; casarse con alguien que desea hacerlo para tener a una persona que le lave la ropa, le cocine y atienda la casa; tener que ver pacientemente cómo el esposo hace poco o nada en el hogar mientras mantiene relaciones con otras mujeres; seguir los consejos de madres o abuelas sobre el matrimonio como fin último de una mujer o contentarse con recibir menor porción de alimentos porque una luce con mayor peso son solo algunas de esas huellas que podrán divisarse en las distintas historias.

Una vez que leas en marzo las historias de Teresa, Estela, Marcia, Julia y Claudia, de quienes sólo ponemos sus nombres y no sus apellidos porque no existe el afán de criticarlas en esta serie denominada Ser Mujer Ayer, te invitamos a que te preguntes: ¿Cuánto de todo esto me pasó o me pasa a mí?

Sin derecho a estar bien informadas

“Hay que hablar de la menstruación para sacarla del estigma”, sostiene la psicóloga y especialista en sexología Denisse Suárez, quien aclara que se ha avanzado en este tema, pero que aún falta naturalizarlo entre niñas, niños y adolescentes, para que entiendan en qué consiste el ciclo menstrual.

Es cierto que ahora existe mayor información, pero todavía se mantiene el fenómeno de la “pobreza menstrual” en muchos países del mundo, entre ellos Bolivia.  Este término utilizado por Unicef y las Naciones Unidas para visibilizar esta problemática, contempla tres aspectos: la deficiente educación en derechos sexuales y reproductivos, la falta de acceso a los productos de higiene menstrual y a instalaciones adecuadas para el aseo personal.

Asumir esta realidad y trabajar para subsanar estar deficiencias nos permitirá reconocer que la menstruación no es solo un tema que incumbe a las mujeres, sino que es un tema de derechos humanos.

Estela M. llegó a su noche de bodas sin haber sentido los labios del que luego fuera su esposo durante su noviazgo, mientras que Teresa B. lo único que quería era apagar la luz de la habitación. Ambas no tenían la información suficiente sobre sexualidad que les hubiera permitido, quizá, vivir de una manera diferente esa nueva experiencia en sus vidas. Y, sobre todo, dejar de avergonzarse y sentirse culpables, y tener control total sobre su cuerpo.

Si las mujeres septuagenarias de nuestras historias vivieron su primera menstruación con miedo y vergüenza, llegar al matrimonio con poca o ninguna información sobre la sexualidad, las enfrentó a situaciones inesperadas.

La sexualidad vista desde épocas distintas

Rosalba Guzmán, psicóloga especializada en educación sexual en niños, niñas y adolescentes, sostiene que la sexualidad no tiene que ver solo con los órganos sexuales, sino más bien que es la fuerza vital que atraviesa la corporalidad del ser humano; y que, la manera de cómo se la percibe en la sociedad depende de las épocas históricas que estamos pasando.

Por ejemplo, en la época victoriana (1837-1907), el mandato era que una mujer no podía tener ninguna expresión de deseo en un acto sexual. En cambio, en el siglo XX, los preceptos paternos estaban más vinculados con el bien y el mal, con lo que se podía o no hacer con tu cuerpo, como cuando la madre de Teresa B. le dijo el día que le vino por primera vez su menstruación: “Ya vas a comenzar a tener amigos, no te puedes hacer tocar”.

A medida que el tiempo pasa y surgen nuevos procesos interculturales, las concepciones sobre la sexualidad también van cambiando y como señala Guzmán, con el avance tecnológico y el surgimiento del Internet en el siglo XXI, hay un cambio en este mandato. Ahora es: “Goza, no está bien que tengas límites, rómpelos”.

“Ante estos nuevos códigos en la vivencia de la sexualidad, hay que pensar qué hacer frente a eso, cómo orientar a los niños, las niñas y los adolescentes para ayudarlos a ser responsables consigo mismos (…). En este contexto es fundamental saber escucharlos.

¿Cuáles son las diferencias del antes y del ahora, en cuanto a la comprensión de la sexualidad?, se le preguntó a la psicóloga Rosalba Guzmán Soriano, con 20 años de experiencia en talleres para adolescentes sobre educación sexual.

Las concepciones de la sexualidad responden a su tiempo, a los ideales de cada época, a los predicados paternos que postulan y definen lo que está bien y lo que está mal.

Antes, éstas se basaron mucho en la religión, en los principios morales regidos por la represión del deseo, especialmente para las mujeres; y, por el establecimiento de una ley que atravesaba la vida de la sociedad y la regulaba de esa manera, no sin consecuencias.

Actualmente los parámetros relacionados a la vivencia de la sexualidad son el producto de la caída de los ideales. Si bien antes estos principios y esta ley eran muy rígidos, poco a poco se fueron suavizando, al punto de que cayeron de tal modo, que quedó como mandato el impulso a la satisfacción, sin restricciones, el derecho a todo, sin regulación.

¿La sexualidad sigue siendo un tabú? ¿Continúa generando tensión hablar de este tema?

Creo que hay un conflicto en el lazo social intergeneracional. Mientras unos se rigen todavía por los antiguos modos de concebir y vivir la sexualidad, otros han construido sus propios modos de satisfacción.

Esto ha sucedido siempre, sin embargo, la brecha generacional se ha maximizado, al caer los imagos paternos de antes.

¿Por qué a los padres les cuesta tanto hablar de sexualidad con sus hijos?

Porque la sexualidad no es un tema como cualquier otro. Es un tema sensible que atraviesa la subjetividad. No está por fuera de las personas.

Hablar de la sexualidad supone hablar con el propio cuerpo, no como organismo, sino como receptáculo de los sentimientos, las experiencias de vida, los temores, los deseos….

¿Qué componentes debería tener la educación sobre sexualidad?

Es difícil hablar de unos componentes, pero, sí debería partirse de ciertos principios. Por ejemplo, debería ser un tema transversal en las escuelas la exigencia del respeto de los profesores a sus estudiantes, de los estudiantes entre pares; el respeto a su palabra, a los límites que cada cual ponga a su cuerpo. Tendrían que haber actitudes que se desarrollen consensuadamente, más que clases que hablen de lo que es lo biológico.

También es importante que se genere un espacio de formación seria para los profesores, en el que puedan reflexionar y reconocer aspectos relacionados con su propia concepción y vivencia de su sexualidad.

¿Es posible educar para disfrutar la sexualidad?

No creo que haya una receta, más bien una transmisión de actitudes: gozar de la sexualidad es crecer en un ambiente donde las madres y padres sepan que hay un límite con el espacio, con el cuerpo del otro, entre padres, entre padres y los hijos e hijas.

La transmisión se da por actitudes y es lo que creo que hace falta. La sexualidad atraviesa la vida de un ser humano. Disfrutar de ella es sentirse seguros de vivir sin acoso, sin miedo, sintiendo el valor de su propio cuerpo y el del otro.

Las expresiones de machismo y de discriminación hacia las mujeres pueden venir de donde menos una piensa. Los relatos de Marcia Q. y Claudia M., dos adultas mayores, reflejan cómo los preceptos imperantes en su juventud les provocaron dolorosas huellas en sus vidas.

La creencia de que los hombres tenían más derecho que las mujeres estaba –silenciosamente– naturalizada. Así es cómo el hermano mayor de Marcia se atribuyó la potestad de interferir en su futuro profesional, negándole la oportunidad de cumplir un sueño anhelado. Mientras que durante su niñez y adolescencia, Claudia M. vivió al interior de su familia, una doble discriminación con la comida: por ser mujer y por ser la hermana más “rellena” (gorda).

Muchas veces se habla de los hombres machistas, pero “¿quiénes son los que sostienen esta estructura machista? Son pues las familias, las madres, los padres, y esto se va pasando de generación en generación a partir de predicados paternos: ‘Tu hermano tiene más derecho’, ‘él debería viajar’, ‘él tiene que comer bien porque es hombre’, ‘si tiene otras mujeres es porque necesita’”, nos recuerda la psicóloga Rosalba Guzmán.

Esta forma de vida diaria no podía seguir así y ha ido cambiando poco a poco; aunque no lo suficiente ni necesario para lograr la igualdad entre hombres y mujeres. “La sociedad -dice Guzmán- está cuestionando a nivel histórico las conductas y actitudes que promueven la negación de la mujer como sujeto”. Todavía queda un largo camino por recorrer.

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