El modo más cómodo de conocer una ciudad – afirmaba Albert Camus, en La Peste– es averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere. Y continuaba sosteniendo que en Orán, la ciudad de su relato, todo se hacía igual. Setenta años después, en Bolivia, ¿cómo se hace todo esto?
Hoy en Bolivia se muere en la pobreza, de pobre y por pobre.
Se encuentran cadáveres en las calles; otros, en cajones tienen que hacer una última espera que les permita ingresar en algún cementerio. Una familia en Cochabamba tuvo que dejar a un difunto en su casa, porque ni la policía ni las funerarias querían llevárselo.
Se muere por ignorancia, porque no se tienen los cuidados suficientes, porque se desafía al virus ante la necesidad de hacer algo para conseguir unos pesos o por creer que es un invento imperialista, como en algún momento se sostuvo en Entre Ríos, hasta que su Alcalde cogió el virus y murió.
Hoy en nuestro país, mueren las víctimas de una cultura burocrática que no permite la atención oportuna de los casos sospechosos de Covid-19, que van de hospital en hospital, hasta el punto de que algunas personas murieron en las puertas de los centros de salud.
Se muere en medio de pugnas insensatas y mezquinas por el poder. En Cochabamba es tan evidente el nivel de irresponsabilidad e inmadurez de las autoridades, que la gente se siente librada a su suerte. Lo propio sucede en el gobierno central, con una Asamblea Legislativa que hoy juega a “gobernar” después de 14 años de poltrona.
Hoy en Bolivia uno muere aterrorizado. Si alguien tiene algún síntoma, no sabe si contrajo Covid-19, ni idea si alcanzarán el tiempo, los recursos o la “muñeca” para realizarse una prueba. Uno muere sin saber si sus seres más queridos correrán su misma suerte.
Y es que nuestro amor es todavía mezquino, no nos alcanza. Y aunque la pandemia también nos está ayudando a sacar lo mejor de nosotros, pareciera que nos falta una dosis adicional de dolor.
De igual manera se trabaja. Se lo hace ignorando al otro. Solo compitiendo. Velando solamente por uno mismo. Sin la mínima idea del servicio que supone cualquier actividad laboral.
Tal como lo adelantó Camus, la epidemia nos está desvelando lo que en realidad somos.
Ojalá que esta macabra sucesión de hechos que estamos viviendo, nos lleve como lo hizo en Orán, a despertar la solidaridad, a mirar al otro como ser humano, a extender la mano a quien lo necesita. Que el trabajo y el amor de los bolivianos nos ayuden a evitar muertes y a respetar la dignidad de aquellos que mueren, acompañándolos con todos los cuidados hasta su último minuto de vida.
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