En 1958 se reportó el primer caso de fiebre hemorrágica en Bolivia en la comunidad de Yutiole (Beni). El mismo año, los científicos aislaban en Argentina a un virus que también había hecho de las suyas en parte de ese país en la década del 50 y lo bautizaban con el nombre de Junín, identificación que en el caso boliviano se produjo en 1963 con el virus Machupo. Sin embargo, hace 12 años el vecino país ya tiene incluida la vacuna Candid #1 en su calendario de vacunación para luchar contra el virus Junín con un 95 por ciento de eficacia, mientras en Bolivia seguimos hablando de lo bueno que hubiese sido contar con una vacuna para luchar contra el virus Machupo.
Si bien ya se sabe que erradicar totalmente este tipo de mal no es posible, solo se puede tenerlo bajo control, a estas alturas es probable que Bolivia también hubiese podido contar con su propia vacuna si hubiese existido mayor voluntad política de los gobiernos para velar por la salud de la población.
En el caso argentino, ellos avanzaron paso a paso. En 1965 ya contaban en la ciudad de Pergamino con un Centro de Estudios de la Fiebre Hemorrágica Argentina que tenía la tarea de diagnosticar y colaborar clínicamente a quienes padecían el mal. Este tipo de actividad sentó las bases de lo que luego sería un programa nacional pensado para el control del mal, no para la erradicación debido a las características de la enfermedad con un reservorio natural que no es humano.
Para ayudar a reducir el número de muertos a consecuencia de la fiebre hemorrágica, dicho programa implementó un sistema de notificación de los casos con diagnóstico clínico; generó datos epidemiológicos confiables; impulsó un sistema de diagnóstico clínico precoz para acceder al tratamiento temprano de los enfermos y realizó actividades continuas de educación para la salud, a fin de disminuir conductas de riesgo en la población y sostener un nivel de alerta médico que propicie el diagnóstico precoz e instaló bancos de sangre inmune en las cuatro provincias afectadas para la provisión del tratamiento específico.
En 1979 se inició el proyecto internacional “Desarrollo de una vacuna contra la fiebre hemorrágica argentina”, que terminó en 1983 con la obtención de lo que los científicos llaman una Semilla Maestra y Semilla de Trabajo de la cepa Candid #1 del virus Junín.
En marzo de 1980, la entonces Secretaría de Estado de Salud Pública de Argentina financió la construcción de instalaciones adecuadas para la producción de vacunas destinadas al uso en humanos. La infraestructura mínima de este nuevo edificio se construyó entre 1980 y 1983.
La vacuna Candid #1, que Argentina tiene incluida como parte de sus campañas oficiales desde 2007, es aplicada a personas entre los 15 y 65 años de edad en las zonas de riesgo. Se aplica una sola vez. La literatura médica indica que tiene una eficacia del 95 por ciento e incluso se habla del 95,5 por ciento.
Y la preocupación al respecto no fue solo del Gobierno y los científicos, sino incluso de la comunidad universitaria que orientó esfuerzos hacia el tema en trabajos de investigación como el de María Leonor Argañaraz, Natalia Costilla y Florencia Beatriz David, quienes evalúan: “A los 15 días post vacunación ya se detectan anticuerpos en un porcentaje significativo de los vacunados, mientras que a los dos meses, más del 90 % han desarrollado respuesta inmune. Esta inmunidad específica podría mantenerse aparentemente de por vida, ya que se ha demostrado la persistencia de los anticuerpos hasta más de 15 años luego de la vacunación en el 90 % de los casos estudiados. Los estudios de persistencia de la respuesta inmune se continúan realizando en el INEVH. La vacuna tiene una eficacia de 95,5% en personas de 15 a 65 años de edad”.
Precisamente, Cecilia Gárgano hace notar en su artículo “Fiebre Hemorrágica Argentina: Conflictos y Desafíos para la Ciencia en el Ámbito Rural” la existencia de contribuciones científicas en Argentina con respecto a este tema: “Los estudios que han tomado como objeto problemáticas relativas a la salud en Argentina, la conformación de saberes y prácticas profesionales, y la transformación de imaginarios asociados a diversas enfermedades, entre otras temáticas, poseen una larga trayectoria. Entre otros aportes, se destacan las indagaciones de Armus (2005, 2007) en tono al eje ciudad y salud, el estudio de Babini (2000) sobre la historia de la medicina, las indagaciones de Belmartino (2005) y de Souza y Hurtado (2010) en torno a las prácticas médicas en el siglo XX y XIX, respectivamente, y el estudio de las controversias científicas ligadas al tratamiento del Chagas (Zabala, 2009, 2010; Kreimer y Zabala, 2007; Kreimer, Romero y Bilder, 2010).Asimismo, enfocando prácticas médicas desde el Perú y Latinoamérica, los trabajos de Cueto (2000, 2004) han implicado un aporte relevante tanto para la historia social, como para los estudios del campo ciencia-tecnología-sociedad (CTS). En este sentido, cabe también mencionar los estudios de Martins y Maia (2003), y Moulín (2003). En relación a la FHA, los trabajos de Graciela Agnese (2005, 2007, 2011) han analizado los comienzos de la enfermedad, la reconstrucción de diversos grupos de investigación implicados en la gestación de los primeros procedimientos médicos y las representaciones sociales asociadas a la enfermedad. En particular, ha reconstruido el desarrollo de tres proyectos de vacunas que se sucedieron durante el período 1959-1990 (Agnese, 2013). Mientras que han sido estudiados los orígenes y evolución de la FHA hasta la década de 1990, se ha registrado un área de vacancia en relación con trabajos que analicen el estado actual de las investigaciones”.
Si bien en el caso del virus Machupo no sabemos si hubiese sido del todo posible hallar la vacuna como ocurrió con el Junín, en todo caso tendríamos mucho camino andado porque...de todo lo mencionado, de todos los pasos dados, de todas las instituciones creadas y desarrolladas, de todos los proyectos echados a andar, de todos los científicos metidos en el asunto, de todo eso en Argentina...¿qué tiene Bolivia? ¿Qué hicimos en Bolivia en todos esos años?, ¿por qué 61 años después del primer caso este país aún no cuenta con una vacuna como la que tiene Argentina?, ¿hasta cuándo nos vamos a golpear el pecho?
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