En 1981, cuando tenía 15 años, gracias a la invitación de mi tío Antonio Sánchez Carranza, quien por entonces trabajaba como tremendo locutor en radio Litoral, a su vez dirigida por el inolvidable Mario Otero, comencé a producir el programa radial Territorio del Viento. La experiencia de la radio llegaba a mí como una de las actividades más valiosas, más inolvidables de mi vida: prestar mi voz a los micrófonos, y a través de las ondas radiales llegar a las casas y los oídos de la gente. Era Territorio del Viento: “Los molinos ya no están, pero el viento sigue todavía”, como un día de 1884 escribió Vincent Van Gogh a su amado hermano Theo. El viento sopla en los atardeceres, y sabemos que lo que importa en la vida sigue todavía aquí.
Había que ponerle nombre al programa. Como aprendí de mi papá Ronald, me gustaba hacer listas de palabras, diccionario en mano, para ir visualizando y, además, pronunciando (porque el acto de decir es el acto que hace nacer), aquellas que mejor nombraban una idea, algo que iba a germinar. Programas, canciones, poemas, columnas, pinturas, en fin, los productos de la creación, se nombran, tal como se nombran y bautizan las personas. Entre esas muchas palabras escritas a máquina en una hoja de papel obra, a doble columna, estaban “territorio”, “renacer”, “renoval”, “viento”, “lindero”, “atardecer”, si es que recuerdo bien algunas. Haciendo combinaciones, nació la idea de un territorio del viento. ¿Cuál es ese territorio, esa comarca, esa nación? De manera parecida a la expresión de “ponerle puertas al campo”, que a su vez dio origen a un libro de Octavio Paz, el territorio del viento es, en realidad, un imposible, pero un imposible cargado de significación. Un territorio tiene límites: el viento, en cambio, no. Su territorio, entonces, es la libertad.
Organicé un grupo de amigos para iniciar esta aventura juvenil: hablé con compañeros del Instituto Laredo para que formaran parte del programa, el que saldría durante una hora los días domingos, y se sumaron Javier Bellot, Karina Tapia e Igor Quiroga al proyecto. De los tres, sólo Javier estaba en mi curso (el entonces llamado “tercero medio”): Karina estaba en la promoción, e Igor ya era bachiller, pero eso no importaba en aquel Laredo en el que todos éramos amigos de todos, donde todos podíamos planear proyectos culturales entre todos. Y no sólo eso: otra amiga, del Irlandés, Katia Ferrufino, también se decidió a participar en el proyecto. Así nacía un programa de radio que marcaría mi adolescencia y mi vida futura. Un sábado, me parece, fuimos a grabar el primer programa, y, en diferido, se emitió al día siguiente. Antonio Sánchez Carranza prestó su poderosa voz de actor y locutor para grabar las características, y escogimos, con Igor, la música de la cortina de fondo: Peregrino Soy, de Los Calchaquís. Territorio del Viento había nacido, este “programa semanal con nuevos planteamientos, y mecanismos para la libertad”.
El programa era ya una realidad en el segundo semestre de 1981, pero ocurrirían algunos cambios. Los programas pasaron de ser grabados, a ser emitidos en vivo. Primero Katia y Karina abandonarían el programa, y por un tiempo quedamos Javier, Igor y Yo. Luego solamente Igor permanecería, y hasta el final. Pero en ese interín, llegaron dos amigos: Efraín Muñoz y Jaime Zenteno, quienes ya portaban una valiosa experiencia en el quehacer radial, aprendida y forjada en la radio Pío XII de Llallagua. Fue coser y cantar: Jaime y Efraín se incorporaron al equipo, y en algún punto, quedaríamos cuatro haciendo los Territorios…: Igor, Jaime, Efraín y Mauricio. Efraín tuvo que marcharse, pero los tres que quedamos supimos remontar y madurar el programa radial hasta 1985.
El 18 de septiembre de 1982 ocurriría un evento significante que marcó la trayectoria del programa. De haber nacido como un programa cultural/juvenil, como nos gustaba identificarlo, nuestro programa se había ido convirtiendo en un programa más bien latinoamericanista, de fuerte compromiso social, pero, y esto es importante, sin olvidar la cultura, la música y la poesía como pilares fundamentales de lo que considerábamos la buena radio debía de ser. Se habían juntado nuestros atesorados discos, tanto de Jaime, como de Igor, y los míos, heredados de todos los que compraba mi papá en el Santiago de Chile de Allende. Este fondo musical, claro, se veía poderosamente reforzado con los discos prestados, como, por ejemplo, los discos Pueblo que Fernando Mayorga, por entonces estudiando en México, le enviaba a su hermano y también nuestro amigo Coco. Llegábamos a la radio cargados de discos, y aquel día del 18 de septiembre, decidimos homenajear al pueblo de Chile en un tiempo en que la dictadura de Augusto Pinochet había suprimido las libertades democráticas y violentaba los derechos humanos. Si bien muy bien intencionado, nuestro programa de homenaje a Chile, justamente ese 18 de septiembre, se estaba emitiendo al aire por la radio…Litoral. Llamadas van, llamadas vienen, y el comité cívico, el comité pro mar, y otros órganos de la sociedad conservadora, levantaron el grito al cielo por nuestra osadía de distinguir a Chile, país que nos había arrebatado el mar, justamente en la radio Litoral. A la semana siguiente, y por presión de estas sociedades defensoras de la patria, Territorio del Viento fue clausurado.
Fue un momento triste, porque recuerdo a un periodista gritarnos en la calle: “¡Traidores!”, por el solo hecho de hacer ese programa. Pero bueno, en 1983, después de algunos meses de silencio, volvimos al éter radial, esta vez en la radio Nacional de la Alcaldía. Y allí el programa se desarrollaría en su etapa final y más fructífera, hablando de cultura, de esperanzas, de compromisos, de América Latina, de sus artistas, de sus sueños. Entrevistamos a, entre otros, los más importantes cantautores del Movimiento de la Nueva Canción Boliviana, como Charles Suárez o Jenny Cárdenas. Artistas de otros países pasaron por los Territorios, y no nos cansábamos de escribir guiones a máquina, a lo largo de la semana, para leerlos en vivo ante el público radioyente. En fin, esos nuestros años 80 estaban teñidos de radio, de radialidad. Pero por alguna ley de vida, llegaría el momento en que, menguando poco a poco, Territorio del Viento se iría apagando, desvaneciendo como las voces que quedan lejanas. En algún momento de 1985 no salió al aire más. Pero su huella quedó allí, y fructificaría luego en otros programas, como Casi en Silencio, de nuestro último colaborador, gran amigo y poeta Alberto Crespo, y mi programa personal de los años 90, Radio Ritual. Pero eso es ya otra historia.
Territorio del Viento, aunque pase el tiempo, sigue siendo una de mis obras más queridas, más recordadas, cuya semilla aún llevo en mí. Por eso no puedo olvidarme nunca de lo que dijo Vincent, el genial pelirrojo: aunque el programa de radio sea sólo un recuerdo y ya no esté más (pero, ¿es que acaso los programas de radio están, si sólo son, como las palabras humanas, un puro pasar?), su viento sigue todavía, recordándome quiénes somos, y quién soy.
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