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“¡Nos están matando¡” fue el título de mi columna quincenal en abril pasado. Varias reacciones produjeron su difusión, desde aquellas sororas de mujeres comprometidas con la eliminación de la violencia machista, las solidarias de varios compañeros de lucha hasta otras de felicitaciones (no las creo merecedora, pues no es un tema del que uno se enorgullezca al escribir o hablar).

Entre las reacciones recibí de un apreciado compañero de diálogos y reflexiones una pregunta que se puede considerar como gravitante: “¿Por qué crees que están subiendo tanto los feminicidios (en una década, de 2001 a 2021, son más de 1.147 casos) y la violencia hacia las mujeres en tu país y en el mundo?”

La respuesta no es simple ni única, por lo tanto, es compleja y muy desafiante. Me atrevo a ensayar un acercamiento hacia su comprensión:

Primera aproximación: considero que el aumento se debe a diferentes factores multicausales irresueltos y profundizados, desde aquellos históricos (pasando desde el patriarcado heredado y reforzado desde el propio colonialismo en los pueblos del mundo hasta la propia colonialidad), que se encargan de establecer y reforzar relaciones de poder inequitativas y perversas, estereotipos de roles de género y niveles en los que en la cúspide está el “ser hombre” desde la perspectiva de una masculinidad hegemónica, alentados por constructos culturales muy arraigados, alentados desde el seno familiar, por las instituciones educativas y de salud, e incluso por las propias religiones y, por supuesto, por las desigualdades socioeconómicas. Recientemente se ha producido un estudio muy importante sobre la conexión directa e irrefutable entre la pobreza multidimensionalidad y la desigualdad de género en Bolivia, afirmando con certeza que “abarca la distribución desigual de recursos, de oportunidades, de autonomía y de poder que, en su imbricación con el género, la clase o la etnia, hacen que la pobreza se viva y se enfrente de manera diferente”.

Así las violencias de género, en sus manifestaciones directa, cultural y estructural, son, parafraseando a Johan Galtung, esas “afrentas evitables a las necesidades humanas” como fenómenos cada vez más presentes, articulados y naturalizados en nuestra cotidianidad.

Segunda aproximación: mujeres y hombres (aquellos compañeros de lucha) estamos cansados e indignados, ya no callamos. Esto se amplifica y viraliza aún más con las redes sociales que les da visibilidad (en modo morbo en su mayoría). Aquí vale la pena hacer una reflexión especial sobre el rol de los medios de información sobre hechos de violencia: los medios desempeñan un papel fundamental en la configuración e interpretación de la realidad que nos rodea. Una realidad que puede ser incompleta y parcial, si no refleja los derechos y libertades de sus protagonistas. Así, los medios de información “modelan y reproducen aquello que social y culturalmente es considerado ‘adecuado’ para mujeres y para hombres a través de la representación estereotipada de los roles que cada uno debe ejercer en la sociedad”, afirmó la Alianza por la Solidaridad que encargó a Ximena Pabón la investigación “Coberturas y representaciones que los medios de comunicación y las/os periodistas hacen de la violencia contra la mujer”, y que abarcó a cuatro municipios de los departamentos de La Paz y Cochabamba, en 2015.

Sus hallazgos están críticamente más vigentes seis años después de su publicación: los medios de información, en los últimos años, han incrementado la cantidad de noticias que difunden sobre la violencia contra las mujeres. Sin embargo, la mayoría de ellas narran episodios trágicos de violencia contra la mujer como son las violaciones, feminicidios, palizas, robos, atropellamientos, etc., en tanto que solo un 20 por ciento, es decir, una quinta parte de la información, hace referencia a acciones de prevención de la violencia y solo en espacios de publicidad”.

Los datos de la investigación revelaron que aún no se ha comprendido que el tratamiento de la violencia de género en los medios no solo pasa por la difusión en forma de anuncio, sino también por la generación de información que ayude a entender los patrones culturales, machistas y patriarcales productores y reproductores de la violencia.

Tercera aproximación: otro elemento de este incremento es el factor psicosocial en la violencia de género –sustentado en el miedo, sentimientos de vulnerabilidad, desesperación, desamparo, dolor, tristeza, odio e incluso abuso del alcohol— al que se suman las tensiones vinculadas con la posmodernidad y su marca relacionada con la competitividad y el individualismo, generando un clima de estrés permanente en las personas por la presión del denominado “éxito económico y ascenso social”, y estas condiciones y tensiones generan reacciones verticales, autoritarias y también violentas.

Cuarta aproximación: la insensibilidad de la institucionalidad estatal hacia hechos de violencia (de género y generacional) –con honrosas excepciones– genera condiciones de impunidad lacerante de los hechos de violencia, con respuestas alejadas de una humanización de los servicios en el acceso a justicia, en atención pronta a la víctima, y más bien una tendencia de revictimización, casi como patrón de conducta de los servicios y servidores garantes de derechos. El reciente "Estudio sobre las Características de los Casos de Feminicidio y la Respuesta del Sistema de Justicia en las Nueve Capitales y El Alto", presentado el reciente 8 de julio, concluye por ejemplo que “no existe información suficiente en los casos judiciales de feminicidios en Bolivia. Solo en 15 de cada 100 procesos se incluye una descripción más completa del acusado. Para hacer campañas efectivas en la sociedad y para proteger mejor a futuro a las víctimas se necesita saber cuáles son las características de estas personas”. Igualmente, otra publicación presentada en este séptimo mes, “Los rostros de la violencia de género”, señala enfáticamente que “el feminicidio no se consuma con la muerte de la víctima, se encarrila en las rutas tortuosas del sistema legal y en los medios de comunicación; asimismo, corta para siempre algunas formas de la vida familiar”.

Cómo podemos revertir esta situación es, sin duda, otra pregunta compleja. Creo que parte de establecer una autoconciencia para cambiar esta realidad violenta que vivimos e imaginar los modos posibles de trascender y transformarla. Jean Paul Lederach, en su texto “La imaginación moral”, comparte de partida un poema con signos de esperanza y dignidad: “Y así nos levantamos, Bailarines del Polvo, sandalias sobre la tierra, entre el calor y las hogueras. No importa la oscuridad, porque ella se levanta cada noche…”. La inacción es la peor respuesta ante un escenario que requiere sumar y multiplicar voces como respuestas claras a las violencias, esas que buscan anularnos, paralizarnos y silenciarnos.

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