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El conjunto de personas que conforman lo que llamamos “la sociedad boliviana”, lejos de haber alcanzado una vida de bienestar y convivencia pacífica, se encuentra, tal vez más que nunca, viviendo en una forma de apartheid, de segregación entre unos y otros, promovida por los sucesivos gobiernos del MAS; aunque a nombre de combatir, precisamente, “toda forma de racismo y discriminación”. Se trata, así, de una de sus más nocivas paradojas.

La realidad dista mucho de lo declarativo de constituciones y leyes: a lo largo del siglo XXI, se viene promoviendo una implícita situación social de separación, de disgregación entre, por lo menos, cuatro sectores de la sociedad, que, grosso modo, caracterizo a continuación.  

En primer lugar, están los “sectores populares”, un agregado de agrupaciones sociales vinculadas al MAS, que, siendo de orígenes indígenas, se encuentran plenamente insertadas en el sistema capitalista desde el siglo XVI, y que poseen valores y mentalidades que no son sólo indígenas, como muchos de sus apologetas quieren hacernos creer: sabemos que sus creencias y estructuras de relaciones son fruto de largos, complejos y contradictorios procesos de mestizaje, de mezcla, entre el mundo cultural hispánico, católico, mediterráneo, y luego occidental en general, con el mundo cultural indígena. A los integrantes de este agregado de agrupaciones podemos llamarlos “mestizos”, “cholos”, o “interculturales”, o cualquier expresión así. Cualquier término que usemos, por fuerza estará cargado de valoraciones, dado que nada hay de más conflictivo que el nombrar grupos humanos. Pero esto nos pone en la encrucijada, entonces, de no poder nombrar las cosas.  Y el derecho a nombrar seguirá siendo un derecho fundamental del pensamiento reflexivo humano.

En segundo lugar, están los grupos que llamamos “elites”, o clases altas, o “jailones”, según el modismo boliviano. Probablemente portadores de una herencia genética más europea (digo probablemente, porque la mezcla de genes en Bolivia, como en toda América Latina, es muy alta), estos grupos también suelen apoyar, o al menos haberse acomodado bien, a los gobiernos del MAS, aunque no sin fisuras. Allí se cobijan las ideas más derechistas posibles, una visión del mundo soberbia y rampante, como si nadie más que ellos fueran seres humanos. Estos sectores, y sus ideologías fanatizadas y ultraconservadoras, sin embargo, han sabido compatibilizar bien con los gobiernos “populares” del MAS, dado que nunca dejaron de hacer buenos negocios, ni de usufructuar de privilegios fundamentales. Al igual que los “sectores populares”, se benefician, por ejemplo, del irracional saqueo de la naturaleza, o de la defensa de una economía de mercado casi sin regulaciones, porque, al igual que los “sectores populares”, el bienestar social se reduce a su búsqueda de enriquecimientos fáciles, rápidos y consumistas.

En tercer lugar, están las tan mal estudiadas y denominadas “clases medias”. Aquí no podría explicar por qué no son comprendidas realmente, ni qué son, ni por qué las llamamos “medias” (lo cual es, bien visto, un sinsentido: las personas no están a la mitad de otras, porque todas son plenamente lo que son). Un conglomerado quizás aún más heterogéneo que los grupos de elite o los sectores sociales, pero caracterizadas por niveles educativos más altos, consumos y conductas más occidentales y liberales.  Podríamos redondear diciendo que en estas “clases medias” aparecen dos posturas sociales básicas.

Postura uno: la de aquellas personas de “clase media” que se han convertido en los dirigentes, “intelectuales orgánicos”, idealistas, izquierdistas, revolucionarios, etc., del MAS, y que, a cambio de hablar socapadamente del “pueblo”, se acomodan no sólo en expectables cargos públicos, o realizan buenos negocios con el gobierno, sino que también alimentan su autoimagen como personas exitosas, cargadas de valores, progresistas, etc.: en resumen, una postura más bien narcisista y de búsqueda de prestigios.

Postura dos: personas de clases medias que, gracias a que tienen capacidades de reflexión compleja, dado su acceso a mejores condiciones educativas (esto no es taxativo: personas racionales pueden existir en todas las clases sociales, pero su capacidad de reflexión crítica está condicionada por los controles más o menos opresivos de los demás, a los que no se quiere, o no se pude, contradecir), asumen una clara y decidida actitud de oposición a las políticas y actos del MAS, dado que ponen en la balanza los graves efectos a mediano y largo plazo que estos gobiernos están provocando en la sociedad y también en la naturaleza.

En cuarto lugar quedan, más desprotegidas que ningún otro grupo, más segregadas que nunca, más empobrecidas, vulnerables y amenazadas, las personas pertenecientes a los grupos indígenas más indígenas, si se me permite la expresión: aquellos que se encuentran más alejados de las lógicas mestizas de conducta y de pensamiento, y que subsisten en condiciones de pobreza, a pesar de los embates de los intereses económicos, territoriales y valorativos de las clases altas y de las clases o sectores “populares”. Estos indígenas suelen ser  en su mayoría aquellos que habitan en la cuenca amazónica o en la cuenca del Plata bolivianas, pero también los hay en el mundo andino, como es el caso de los chipayas, para poner un ejemplo.

Vuelvo a la idea inicial: en Bolivia se ha acentuado, y se seguirá acentuando, una sociedad de apartheid. Pero,  a diferencia del muy oprobioso sistema de apartheid sudafricano, o incluso el del sur de los Estados Unidos, o el de las sociedades coloniales americanas, que por lo menos ejercían de manera explícita sus prácticas de discriminación y dominación de unos sobre otros a través de leyes y de actos violentos “autorizados”, aquí lo que tenemos es un sistema subterráneo, subrepticio, hipócrita y falseador, que podemos resumir con el título de “populista”, que declarando combatir la división social, la profundiza. Porque se habla a nombre del pueblo y sus derechos, pero en la vida real se cambian estos derechos del pueblo por privilegios y fueros del pueblo, tal como en su momento los tuvieron el clero y la nobleza, dos de los estados del Ancien Régime.

Se habla a nombre de los indígenas, pero se oculta el hecho de que sólo los indígenas clientes, sólo aquellos que se doblegan a un modelo de poder, merecen los favores del Estado-rey.

Se habla a nombre de la naturaleza, pero acto seguido no se duda en condenarla a muerte, a nombre de la búsqueda insaciable de “recursos naturales” concebidos así para el enriquecimiento rápido.

Se habla de una cruzada de “descolonización”, cuando lo que se hace es profundizar los mecanismos más oscuros y las mentalidades más coloniales en el plano mismo de la conformación del Estado y de las relaciones sociales.

Se habla a nombre del progresismo, cuando se arraigan como nunca valores profundamente conservadores y arcaicos.

Se habla de democracia, pero se impone la ley del más fuerte… En fin: un mundo donde lo que se dice significa exactamente su contrario, un mundo donde la Mentira es la Verdad, donde el Odio es Amor, la Guerra es la Paz, como ya lo entendió con asombrosa lucidez George Orwell. Un reino, también, de la impunidad.

Llegamos a 2021 en el medio de una aterradora y desesperanzadora pandemia, como no se veía en casi un siglo. Pensábamos que de pestes y plagas estaríamos para siempre exentos, con la arrogancia humana de estos nuevos tiempos. Pero no sólo es eso. Llegamos a la tercera década del siglo XXI atrapados en un régimen de profunda segregación, patrocinado por el nuevo gobierno del MAS, según lo cual cualquiera que sea crítico es, automáticamente etiquetado (y muchas veces perseguido) como “pitita”, “derechista”, “imperialista”, “golpista”, “vendepatria”, para ejemplificar sólo con los epítetos más suaves que de entre muchos abundan.  Se puede decir lo mismo de los sectores anti-MAS, ya que allí también abundan las etiquetaciones; pero el punto aquí es que el poder, la situación establecida y no marginada, está del lado de los seguidores del MAS, y sus etiquetaciones tienen efectos reales. Se trata así de un proyecto autoritario y totalitario, que intenta promover un nuevo orden de discriminación, desde un conglomerado de grupos en poder que, si bien en algún momento fueron discriminados, y aunque muchos de sus integrantes lo sigan estando, se sienten los dueños, los que están en el centro mismo del poder o que encarnan el Estado y por tanto, pueden abusar de él.

Se trata, entonces, de algo así como “la tortilla dada la vuelta” de las coplas de la guerra civil española. Pero esta tortilla al revés no significa que “los pobres coman pan” y vivan felices para siempre, y los supuestos “ricos” nunca más. Es una tortilla al revés donde todos, al final de cuentas, con el pasar del tiempo y con la profundización del odio, todos comerán…

Complete el lector la palabra que falta.

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