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Aquellos cavernícolas, “monos desnudos”, a decir de Desmond Morris, enfrentados a otros cavernícolas, tal vez levantaron del suelo lo que había al alcance, piedras, para ocasionar bajas al otro y hacerles huir. Ante la falta de herramientas, tomaban elementos de la naturaleza en su estado puro. Estaban descubriendo las armas arrojadizas, que conllevan menor peligro para uno mismo. Hay otras armas que ha fabricado luego la humanidad, como armas de “estoque”, que consisten en garrotes, por ejemplo, con el inconveniente de que el atacante tiene que acercarse demasiado a su oponente. También hay armas de “corte” (hachas, puñales, cuchillos, machetes), igualmente con el riesgo de vérselas cara a cara con el enemigo.

Volviendo a las armas “arrojadizas”, acaso las primeras utilizadas para lastimar al enemigo o para la caza, son útiles para minimizar riesgos. Puedes lanzar a alguien algo que puede golpearlo, punzarlo, cortarlo, con la ventaja de hacerlo a la distancia y así no corres gran peligro. Estas armas “arrojadizas” fueron primero piedras tal vez redondas, para impulsarlas con la mano y luego con honda. Con el tiempo,  se perfeccionaron en su poder destructor y se inventaron las jabalinas, las flechas lanzadas con arco, después un cañón, una bala impulsada por un arcabuz cuando se inventó la pólvora. Siguiendo con la estela de muerte, hubo a continuación granadas, misiles, bombas atómicas, etc., todas lanzadas a la distancia.

En los últimos tiempos, en nuestro contexto, hemos visto trifulcas con sillas como armas arrojadizas entre miembros del partido Movimiento al Socialismo. Primero, con cierta perplejidad y luego con hilaridad, se ha visto este modo de “combate”, que, a decir verdad, no produce bajas mortales por ser el material de plástico. Aunque, siendo exactos, no es del todo novedoso pelearse a silletadas.  En algunas chicherías, las de antes, era frecuente encontrar unas sillas robustas de madera, tan pesadas que hacía falta mover entre dos personas. Explicaban que era para evitar que los parroquianos, ya borrachos, se agarraran a golpes de silla y las destrozaran, con perjuicio para la señora chichera. Ajá, entonces, hay una cierta tradición de tomar una silla como arma.

Los miembros del partido gobernante, convocados a ampliados para dirimir (léase, acatar) nombres para candidatos para elecciones subnacionales, ante la comunicación vertical de personajes no consensuados, han empezado a expresar su enojo mediante arrojarse sillas alquiladas para eventos. No se están arrojando sillas; atávicamente se están arrojando piedras. De la violencia simbólica (insultos, sarcasmos, ironías, burlas, gestos ofensivos, obscenos, etc.), se ha pasado a la violencia física. De momento, son sillas. Solo de momento.

El MAS ha alentado acciones de hecho. Recuérdese que una vez, en la gestión de Morales, se condecoró como “mártires por la reivindicación marítima” a unos volteadores de autos robados y otros ilícitos. Luego, se alentó bloqueos violentos para impedir el paso de alimentos; quemas de domicilios particulares; quema de vehículos de transporte público; saqueo de pollos en carreteras de transportadoras de carne blanca; corte de ingreso a vertederos de basura. Posterior al retorno al poder el MAS, con Arce y Choquehuanca como binomio presidencial, cada perpetrador del orden ha exigido para sí ventajas, llamándose a sí mismos “luchadores por la democracia”. El colmo se lo tiene en la viuda del minero Orlando Gutiérrez, que ha vociferado que un ministerio tiene que pertenecer a la “familia” (bueno, ya, buena mujer tome un buen cargo). Jesús Vera, presunto pirómano de los pumakataris, se perfila para alcalde de La Paz, por dar un caso. Estas referencias —de ventajas personalísimas— acicatean y estimulan a los demás del partido masista para también hacerse de parcelas de poder sin disimulo, sin rubor. Se ha concebido al Estado como una suerte de botín al que hay que escarbar para beneficio de sí y de la “familia”. Por lo tanto, la lucha es enconada; en algunos casos, hemos visto luchas cuerpo a cuerpo, a puñetazos y empujones, latigazos.

Se ha dicho que los partidarios del MAS comienzan a pensar autónomamente, que se desmarcan del caudillo. No parecería un desmarque, sino una desesperación para tomar una tajada para sí (y la familia). Lo han expresado más o menos así: “Los que ya se aprovecharon durante los 14 años deben retirarse, ahora nos toca a nosotros, no importando si damos o no la talla para los cargos; si no somos profesionales, nos sentimos profesionales”.

Por lo tanto, los ampliados se vuelven violentos; si no, díganles a los que se escaparon disfrazados de Betanzos. Cuando se desata la violencia y se cruzan los límites fijados por las normas de convivencia y los códigos morales, no sabemos las consecuencias. Ahora es con sillas, ahora es entre ellos mismos. Más tarde, si no se aplican los debidos correctivos, que los debiera haber, los demonios serán liberados. Los que han sido liberados han sido todos los violentos, uno a uno. Mala señal, mal precedente.

En lo sucesivo pueden ser armas de “corte”, un machete. O de “estoque”, un garrote con púas. Si hasta a su líder supremo, casi dios redivivo, líder indígena de talla intercontinental (a su decir), le ha llegado una silla como arma arrojadiza, no podemos imaginar qué sería ante un “pitita”, “un derechista”. Algunos opositores ahora se están riendo de esas trifulcas como un dulce consuelo. Yo no me reiría.

Los bolivianos solemos avanzar como hacia una suerte de precipicio. Cuando estamos a punto de despeñarnos, un rayo de lucidez nos detiene. Confiemos en que suceda eso y que no nos envuelva una vorágine de violencia. De momento, tal vez las aseguradoras incluyan la avería de sillas de plástico en su oferta de seguros ante daños ocasionados por terceros.

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