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1. ¿Puede haber tiempos mejores? Es posible, pero no es cierto. Es posible porque, por ejemplo, el momento en que se termine la pandemia de Covid-19, por supuesto que serán tiempos mejores, porque no puede haber más alegría y más alivio que saber que este azote de nuestro tiempo pasó por fin. Pero digo que es imposible que hayan tiempos mejores, porque no existe, en la realidad, en el universo, un tiempo “mejor”: la existencia de las cosas es sólo eso, existencia. No es ni mejor ni peor: sólo es.

2. Pero este extremo de realismo suena a pesimismo, y lo sé. Daría la impresión de que es un fatalismo total: ¿Para qué vivir, para qué luchar contra las adversidades, si todo da lo mismo, si nada es bueno ni malo, si todo lo que es sólo lo es de manera ciega, inexorable y cruel?

3. El saber que las cosas son como son, no las hace menos emocionales o emocionantes, sólo nos permite matizar nuestras emociones, nos permite, como a su manera lo hace el psicoanálisis, aceptar la realidad y sobrellevarla mejor. Por ejemplo: todas las personas nos vamos a morir, es inevitable…hoy por hoy. Pero hay sociedades y personas más preparadas para aceptarlo, otras menos. En fin, quiero decir con esto que el sueño de un “tiempo mejor” es un sueño, y quizás nunca exista en la realidad, pero podemos vivir como si lo fuera, podemos buscar su posibilidad aquí y ahora... que es todo lo que hay.

4. Mucha de la sabiduría de la vida, de todos los tiempos y en muchos lugares, tiene que ver con el carpe diem de Horacio: cosechar el día, vivir el momento, darle sentido al momento, ser consciente de la fragilidad. Sea Horacio en el siglo I a C. o Sting en el siglo XX d C., sea la filosofía de Buda y el arte de lo efímero; sea el kalachakra o la activación de la “energía sutil del cuerpo a la iluminación”, o sean los versos de Kerry Livgren: “Ahora, no esperes, nada dura para siempre excepto la tierra y el cielo” o los de Sting: “Una y otra vez la lluvia caerá como lágrimas de una estrella… y una y otra vez la lluvia dirá, cuán frágiles somos”, recordar la fragilidad, lo pasajero de la vida, no es un derrotismo: es quizás un saber profundo del hecho de estar y pasar, y por tanto, una fuerza para ir adelante.

5. El siglo XIX nos heredó una oleada de pensamientos utópicos, que por cierto, no se inventaron entonces. Sabemos que “Utopía” es el nombre que concibe Moro para su ciudad ideal situada en el futuro de los hombres, un futuro de bienaventuranza total. Pero en el siglo XIX surgieron personajes más o menos iluminados que quisieron hacer de la utopía la razón de ser del pensamiento “científico”, de la única obligación de la política: la búsqueda de la sociedad no sólo mejor, sino perfecta. Pero ¡ay! la existencia de la sociedad perfecta, de Utopía es, lamentablemente, una utopía.

6. Entonces, ¿debemos ser idealistas, soñadores que creen en la revolución como el único medio para llegar a la sociedad perfecta, a la sociedad ideal donde todos sean felices y vivan como reyes, sin conflictos, sin dolores, sin desigualdad?  De manera un poco realista, pero en mucho, táctica, algunos creyentes en la revolución piensan que eso nunca existirá o demorará 200, 300 años, pero no importa, porque llegará, y hay que empezar ya: mientras más pronto, mejor.

Esa maniobra hacia el futuro, sin embargo, esconde que detrás del sueño de la revolución no hay un ideal, no habita una ensoñación feliz: se disimula una imposición, la ocultación de un sufrimiento, una especie de goce en el sentido lacaniano de la noción. Muchos dependerán de ese goce para construir su aceptación social, y pasar como personas con ideales, cuando quizás se trata de algo gozoso: una insatisfacción no satisfacible.

7. Es muy fácil y muy bonito soñar con tiempos mejores, soñar con la paz final de la Tierra, con la revolución, con la justicia social, con el tiempo de la felicidad total. Pero allá donde se ha intentado llevarlo a la práctica perentoriamente, el sueño deviene pesadilla, o cuando menos, sufrimiento, temor y sojuzgamiento aún mayor.  De nuevo, el ponerlo en cuestión no es ser pesimista, ni ser (peor aún), reaccionario, conservador o derechista. Es solo aceptar la naturaleza humana, lo que está implícito en el ser polvo-en-el-viento, lágrimas de las estrellas, sólo cosechadores de días, seres imperfectos y contradictorios; y por lo tanto, es pretender ser más sabios en el curso y el arte del vivir. Como alguna vez cantó mi hermano Miguel Luis: Ser “tan suspendidos y frágiles”, conscientes de nuestra fortaleza en la fragilidad.

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