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Preludio: Esta columna late con cada nota de “Canción sin miedo”, de la mexicana Vida Quintanilla y con más de cinco versiones bolivianas. Que tiemble el Estado…

El 31 de enero (31E) se produjeron marchas sin miedo y esa fecha quedará inscrita en la historia de luchas feministas en Bolivia, a través de la “Marcha de las mujeres” en nuestro país por lograr un Estado libre de violencias en el que miles de mujeres (en su mayoría) y hombres tomaron las calles, en diferentes ciudades –la más visible la que unió El Alto con La Paz–  demandando que la justicia actúe en conformidad frente a hechos tan brutales como el generado en torno a la liberación de Richard Choque Flores, el actuar del exjuez Rafael Alcón, parte de un sistema corrupto y asesino como el propio condenado en el que el engranaje judicial, incluyendo abogadas, médico y  trabajadora social de turno, se pone al mismo nivel que el violador y feminicida.

¿Estamos en el nivel más bajo de credibilidad “de la justica de mierda que deja partir” a nuestras hermanas, madres, hijas y amigas? Sin duda, la respuesta no es tan obvia ni certera, porque es parte de una estructura de desigualdades que dan lugar a un patriarcado arraigado en la historia de nuestros pueblos durante siglos. Por eso, esperar que en 120 días (cuatro meses, es decir hasta el 2 de junio próximo) se resuelvan parece una osadía; aunque ya se cuente con una lista de 119 denuncias de feminicidas y violentos que gozan de impunidad.

Respecto al funcionamiento de la Comisión, hay más dudas que certezas, porque ya existen precedentes en los que el aparato estatal tuvo el mandato, pero no logró resultados tangibles que paren la pandemia de feminicidios, una estructura que ha hecho un modus vivendi para una parte del aparato judicial, y que revictimiza a las y los sobrevivientes, sus hijas e hijos, sus madres y padres, sus hermanas, sus amigas.

Que tiemble el Estado, los cielos, las calles
Que tiemblen los jueces y los judiciales
Hoy a las mujeres nos quitan la calma
Nos sembraron miedo, nos crecieron alas

Más allá de los 120 días demandamos que el Estado asuma a la justicia de género como una forma de ser y estar en el territorio boliviano, junto con los desafíos que representa el cambio climático y la construcción de una sociedad igualitaria, parafraseando a Ivan Jablonka y Rita Segato.

A cada minuto, de cada semana
Nos roban amigas, nos matan hermanas
Destrozan sus cuerpos, los desaparecen
No olvide sus nombres, por favor, señor Presidente

La Comisión Económica para América Latina (CEPAL) señala que Bolivia es el país con la tasa más alta de feminicidios en Sudamérica. En 122 meses (de enero de 2011 a febrero de 2022) se han perpetrado 1.200 feminicidios, en promedio uno cada tres días, cifras que expresan pistas que transitan del feminicidio al femigenicidio, parafraseando otra vez a Segato. Sin embargo, este dato escalofriante no es casual. Sólo como referencia, en el penal de San Pedro de La Paz quienes comenten estos delitos y otros contra las mujeres, como violaciones, ocupan “cargos” de representación de las personas privadas de libertad, lo que les brinda privilegios, denunciados este 8 de febrero en el programa de María Galindo, que van desde ventajas económicas hasta la libertad por 24 horas o hasta detención domiciliaria, pese a contar con condenas máximas.

Y los insumos en relación a un mal desempeño del sistema de justicia suman y siguen. Entre ellos destaca el "Estudio sobre las Características de los casos de feminicidio y la respuesta del sistema de justicia en las nueve capitales y El Alto", destacando que no existe información suficiente en los casos judiciales de feminicidios en Bolivia. Solo en 15 de cada 100 procesos se incluye una descripción más completa del acusado. Para hacer campañas efectivas en la sociedad y para proteger mejor a futuro a las víctimas se necesita saber cuáles son las características de estas personas. Otro dato que llama la atención es que el 92 por ciento de los feminicidios se han producido en las ciudades (La Paz en el municipio con las estadísticas más lamentables); ni las víctimas ni sus descendientes tienen suficiente protección; en 75 de cada 100 casos las y los hijos no fueron protegidos. Así también en 39 de cada 100 casos no se ha hecho uso de instrumentos internacionales sobre los derechos humanos. Esto significa que poco se está tomando en cuenta el enfoque de género a la hora de procesar casos por feminicidio en Bolivia.

Un dato no menor es que de cada 10 mujeres víctimas de violencia ocho desisten de la denuncia debido a la mora judicial, así como el 60 por ciento de las denuncias se las realiza de oficio, según el Servicio Legal Integral Municipal (SLIM). También es evidente que la violencia está tomando una magnitud desbordada en nuestra sociedad, lamentablemente la coyuntura sociocultural, la situación económica y la pandemia destapan una situación crítica. El Cedla, con el apoyo de la Cooperación de Suecia en Bolivia, ha producido un estudio muy importante sobre la conexión directa e irrefutable entre la pobreza multidimensionalidad y la desigualdad de género en Bolivia, afirmando con certeza que “abarca la distribución desigual de recursos, de oportunidades, de autonomía y de poder que, en su imbricación con el género, la clase o la etnia, hacen que la pobreza se viva y se enfrente de manera diferente”.

Soy Mónica, soy Beatriz, soy Nayeli,
Soy Margarita, soy María, soy Balvina
Soy la niña que subiste por la fuerza
Soy la madre que ahora llora por sus muertas
Y soy esta que te hará pagar las cuentas

¡Justicia, justicia, justicia!

Cantamos sin miedo, pedimos justicia
Gritamos por cada desaparecida
Que resuene fuerte "¡nos queremos vivas!"
Que caiga con fuerza el feminicida

Así las violencias de género, en sus manifestaciones directa, cultural y estructural, son, parafraseando a Johan Galtung, esas “afrentas e-vi-ta-bles a las necesidades humanas”, y remarco los de “evitables”, pero que lamentablemente son fenómenos cada vez más presentes, articulados y naturalizados en nuestra cotidianidad.

Para mí las marchas sin miedo del 31E son un reencuentro para la denuncia propositiva, el compartir tanto nuestro dolor como nuestra indignación, y ojalá fueran para deliberar, reconocer y abrir puertas para una dinámica permanente de interacción entre nosotras, nosotros y nosotres, entre sociedad civil y gobiernos en estos temas cruciales, para afianzar estas redes tanto de esperanza como de indignación, y como un hecho político pleno y potente que inspira articulación y movilización social.

Yo todo lo incendio, yo todo lo rompo
Si un día algún fulano te apaga los ojos
Ya nada me calla, ya todo me sobra
Si tocan a una, respondemos todas

Que caiga con fuerza el feminicida
Y retiemblen sus centros la tierra
Al sororo rugir del amor

Dejemos de naturalizar las violencias hacia las mujeres y de normalizar una justicia corrupta en la que se instala un Estado tanto opresor como negligente. Bertolt Brecht nos insta a “no aceptar lo habitual como cosa natural, pues en tiempos de confusión organizada, de arbitrariedad consciente, de humanidad deshumanizada, nada debe ser natural, nada debe ser imposible de cambiar”, porque hay costumbres que son crímenes. “Al sororo rugir del amor”, exigimos el cambio auténtico y significativo, un sistema de justicia que asuma este orden político patriarcal y actúe para reducirlo, sino anularlo, y no realice simples parches para la foto, porque pese a estas experiencias de terror hoy perdimos el miedo.

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