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En algún lugar del futuro está esperando un mundo donde los árboles renacen de sus cenizas como fénix con hojas en vez de plumas, y los bosques y praderas vuelven a florecer, pero donde también los que les prendieron fuego por fin cobran conciencia del mal que causaron a los demás, al bosque, a los animales, al aire, al agua, en fin, a sí mismos, y quizás también renacen de sus malhadadas cenizas del alma, y, por fin en algún lugar del futuro, lloran para apagar los incendios que ellos mismos prendieron. Tendrán que llorar mucho, ríos y mares, para calmar el alma de la naturaleza que se desangra.

Esos árboles, esas aves, esos animales, esas plantas que no tienen por qué morir, que no tienen por qué consumirse en la locura de la destrucción por causa humana, están muriendo porque sí, sin razón, sin sentido. Al igual que los muertos en Gaza, y al igual que los muertos en los kibutz israelitas, y al igual que los muertos en Ucrania, no tienen por qué morir, pero son víctimas de la brutalidad humana. 

La violencia humana. La violencia más inútil de todas las creadas sobre la faz de la Tierra. Pero que, cuando se mezcla con las ambiciones, los acomplejamientos, el egoísmo de grupo, los delirios mesiánicos, las inflamaciones nacionalistas, los utopismos desquiciados, la búsqueda de ganancias fáciles, y un largo etcétera de irracionalidades y oportunismos humanos, no importa de quién venga: es una violencia que sólo destruye, sólo mata, sólo calcina, sólo aniquila. No sirve para nada.

Muy pocos, muy pocos, pero con poder;  y no me refiero exclusivamente a los ricos, ni a los líderes, sino también a los pobres. Me refiero a los que, azuzados por los populismos y las ideologías extremas de la religión, la ganancia o la política, sienten que pueden hacer lo que les venga en gana, destruir y asesinar sin remordimientos, esos pocos que, con ese poder de destruir, condenan a los más, a los que sólo les queda huir, aguantar, impedir, tratar de remediar.

Se quema sobre quemado, porque ya no podemos decir que “llueve sobre mojado”. Cada vez peor, porque tanto humo y emanaciones tóxicas calientan aún más la atmósfera, aumentan el tapón de gases con efecto invernadero y entonces, el planeta se calienta más, y hay más sequía y menos lluvias, entre otras cosas porque los árboles quemados ya no podrán generar humedad, y entonces la espiral de desastres sea, quizás ya, imparable. Mientras los poderosos siguen justificando con mentiras y con falsedades interesadas que están trabajando, que se preocupan y que hacen algo, pero sólo son meros tecnicismos publicitarios, discursos vacíos y baratos, tardíos, impunes, que nada solucionan y nada salvan.

Son días muy tristes, y se siente mucho miedo. Muchos animales murieron, y árboles. Alguien me dijo eso: alguien importante, que, a diferencia de los poderosos desalmados, vibra con la alegría de la lluvia que llega, y que ama a los pequeños bichitos del agua.

En algún lugar del futuro crearemos un mundo donde los árboles no mueran quemados sólo por la estupidez humana que, al quemarlos, se mata a sí misma llevándose consigo todo, a la nada.

En ese lugar aún estamos ya viviendo, juntos, renaciendo con cada gota de lluvia y en cada renoval de arbolitos nuevos, caminos verticales del espíritu harmónico humano/naturaleza, y que ascienden felices hacia la esperanza.

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