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A medida que pasan los años, es más frecuente escuchar en nuestros entornos inmediatos la preocupación de las personas sobre la “pérdida de valores”. Es muy común escuchar sobre todo a la gente mayor decir: “Los muchachos de ahora no son educados”, “¿qué está ocurriendo con los jóvenes de ahora?”, “¿por qué la gente se comporta de esta manera?”, “¡qué barbaridad, a ese niño no le enseñaron nada sus papás!”, “¿por qué, cuando era niño, no le explicaron cómo comportarse?”, “¡esos son los resultados de no enseñarles a los chicos los límites que hay!”, “en mis tiempos, imposible que hubieras hecho eso sin que te llegue un verdadero castigo”. En algunas situaciones escuchamos estas frases como reproche y en otras como consideración de mal comportamiento.

Tenemos que reconocer que el primer lugar de aprendizaje de valores es la casa; que la forma más elemental de enseñar los mismos es con el ejemplo y que los primeros responsables en que los valores se hagan una práctica de vida cotidiana para los hijos somos los padres.

Cuando interactuamos o nos relacionamos con otras personas se ponen a prueba los valores que hemos aprendido y asumido en nuestro cotidiano. En cada palabra, gesto o acción están siempre presentes los valores que rigen nuestra vida, es por eso que personalmente pienso que hay una falta de práctica de valores que puede conducir a su pérdida. Por otra parte, considero que esa limitada práctica de valores no sólo es de los jóvenes, ya que todos alguna vez nos olvidamos lo que nos enseñaron y nos dejamos llevar por el impulso para hacer las cosas sin reflexión, sin coherencia, sin sentido. Los valores, sin embargo, están en nuestro fuero interno, sólo debemos vivirlos.

El respeto es sin duda uno de los valores fundamentales que todas y todos, sin distinción alguna, debemos aprender, practicar y en su momento enseñar. Este valor implica reconocimiento, cuidado y consideración hacia un ser vivo (persona, animal, planta) o hacia una cosa. Su práctica se constituye en la base fundamental para una convivencia armónica.

Desde pequeños nos enseñaron de distintas maneras a vivir en el día a día este valor para que se convierta en un hábito consolidado en nuestra personalidad moral. Así aprendimos a saludar al ingresar a cualquier lugar; a escuchar con atención a las personas mayores; a cumplir con las reglas de un juego y en consecuencia, a no hacer trampa; a jugar sin torpeza; a no poner apodos ni llamar a las personas con términos despectivos o denigrantes ni burlarte de ellas; a ser puntual y prestar atención en clases; a tratar a todos con amabilidad; a cuidar las plantas y a los animales; a no apropiarte de lo que no es tuyo; a ser ordenado y poner la basura en su lugar.

A medida que vamos creciendo y madurando, ese aprendizaje se convierte en una práctica reflexiva que consolida el valor del respeto y se manifiesta en diferentes situaciones:

  • Llegar a tiempo a los compromisos personales y profesionales asumidos
  • Esperar a que una persona termine de hablar antes de responderle o señalar un punto de vista
  • Desempeñar las tareas o las funciones encomendadas
  • Cumplir las normas de tránsito
  • Mantener el orden y esperar el turno asignado
  • Reconocer y valorar las condiciones diferentes de las personas
  • Entender que no somos iguales ni pensamos igual y que esas diferencias no nos hacen contrarios y menos enemigos
  • Comprender que los acuerdos se construyen y que tienen mayor fuerza cuando reflejan la opinión de todas y todos
  • Respetar las costumbres o tradiciones de otras personas
  • Reconocer las distintas opciones sexuales
  • Tener consideración con aquellas personas con alguna discapacidad
  • Proteger el medio ambiente y cuidar el ornato público
  • Cumplir con los requisitos y los plazos que se establecen para un determinado trámite
  • Cumplir los acuerdos establecidos en consenso o por mayoría
  • Acatar las decisiones o fallos emitidos por autoridades competentes o impugnarlos a través de los procedimientos legales establecidos, sin recurrir a insultos y sin denigrar o afectar su honra
  • Comprender que las normas y leyes se establecen para cumplirlas y no para eludirlas

Al igual que la anterior lista de aprendizajes, esta lista de prácticas puede ser interminable. 

En estos tiempos en que prima el individualismo, es fundamental comprender que el respeto es la clave para una convivencia armónica, democrática y pacífica.

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