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Para junio de 2017, la población de personas mayores de 60 años alcanzaba aproximadamente a 996.415 habitantes, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).

De acuerdo con esas cifras, el 62,8% de los adultos mayores vive en el área urbana y el 37,21% en el área rural. Por otro lado, del total general, un 52,7% son mujeres adultas mayores y 47,29% son varones.

En el “Estudio Post-Censal del Adulto Mayor. Estado de situación de los adultos mayores en Bolivia”, Yuri Miranda, director general ejecutivo del INE (2019), afirmó: “Bolivia, similar al resto de los países en la región, está ingresando en un proceso de envejecimiento demográfico, caracterizado por el incremento de la población adulta mayor. Esta recomposición poblacional demandará del diseño de políticas y acciones específicas que debe asumir el Estado, así como la sociedad por las profundas transformaciones en los planos económico, social, político y cultural que conlleva”.

La vulnerabilidad que experimentan los adultos mayores debido a la edad tiene una amplia variedad de factores, entre los que resaltan la falta de empleo o la jubilación, y se suman los problemas de salud que causan declives fisiológicos, reducción de ingresos, jubilación y disminución del flujo de relaciones sociales (Araníbar en INE, 2019).

La discriminación que se presenta como una forma de violencia pasiva es un proceso que vulnera aún más los derechos de la población adulta mayor. Las mujeres adultas mayores son particularmente vulnerables porque a lo largo de su vida ya han experimentado con frecuencia una doble discriminación por su edad y su género debido a sus limitaciones en el acceso a servicios de educación, salud, oportunidades de empleo, jubilación, etc. (INE, 2019).

Solo en el ámbito de salud, se visibilizó a través de noticias internacionales que la atención en salud para pacientes con Covid-19 en Italia constató que al momento de escoger a qué población contagiada salvar la vida, se escogía priorizar la salud de personas jóvenes y dejar morir a los adultos mayores. Dramáticas imágenes de despedida de sus seres queridos fueron transmitidas también por redes sociales. ¿Será que una persona adulta mayor debe ser considerada desechable?

Mi respuesta rotunda es NO, cada vida vale y mucho. Solo ayer una apreciada amiga me narró cómo su mamá con cáncer estaba siendo desatendida en un seguro médico privado debido a su avanzada edad y a un cuadro de salud muy delicado. Se tomó la decisión de “dejarla morir”, seguramente porque no se quiere “gastar” en medicamentos ni personal médico para atenderla. La atención se redujo a darle calmantes sin importar su voluntad de vivir e intentar comunicarse sin éxito debido a la neurocefalia causada por los tratamientos. “Solo nos mira y llora, impotente de poder hablarnos”, me comentó esa amiga entre lágrimas de impotencia.

A nivel personal viví lo mismo por años. Mi madre tenía Alzheimer y su capacidad cognitiva se fue deteriorando paulatinamente, se dormía en cualquier parte y en una ocasión se quedó dormida y cayó de bruces en un piso de cemento y ese golpe le causó una triple factura de tabique.

El doctor de su seguro médico de maestra jubilada nos dijo: “A la edad de la señora ya no se aconseja operarlas porque puede afectarles la anestesia y sería un desperdicio”. ¿Un desperdicio brindar alivio o cuidar la salud de una persona?, pensé yo, más tratándose de mi madre. Ella solía enojarse mucho porque me decía que aportó por años a un seguro médico que le mezquinaba atención y tratamientos.

Lo cierto es que nos hemos acostumbrado a pensar que una persona jubilada no aporta a la sociedad. Peor realidad debe ser si se trata de una mujer que nunca trabajó en el sector formal ni tampoco aportó a ningún fondo de pensiones para recibir una renta y debe seguir subsistiendo “como puede”, incluso mendigando en las calles.

Valores humanos siguen haciendo falta, recuperar el respeto a quienes sacrificaron sus vidas por hijos e hijas que con frecuencia los olvidan, poco los cuidan o hacen la vista a un lado para “no complicarse la vida”, para “no sentir”, aunque si algo de conciencia existe, la culpa siempre estará ahí para recordarles su falta de apego para honrar a sus padres.

Es importante recordar nuestros valores como seres humanos, como profesionales de la salud y como ciudadanos. ¿Cuánto presupuesto se destina no solo a tratamientos médicos sino a espacios de inserción laboral de personas adultas mayores? Muchos son abuelos y abuelas que cuidan a sus nietos. Otros siguen trabajando en el comercio informal y los más vulnerables están postrados en una cama o en una silla de ruedas esperando una sonrisa.

Ellos y ellas a menudo sienten que el peso de la edad los posterga, los condena al olvido de sus familias y de la sociedad.

No existen programas de capacitación a las familias, ni indicadores de calidad humana de la atención en salud o actividades deportivas, lúdicas o de aprendizaje para los adultos mayores.

Desafortunadamente si no se pone un freno a esta situación desde políticas públicas municipales, de las gobernaciones o desde el nivel central del Estado, nuestra sociedad se deshumanizará a un ritmo acelerado.

¡Qué mala madre!

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