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El pasar del tiempo, el inevitable impacto de la entropía, la terrible sensación de que el tiempo de vivir se va, puede experimentarse como algo desolador, pero también como algo liberador. No porque envejecer sea inevitable, no porque envejecer sea malo o sea bueno… simplemente porque nos enfrenta ante la realidad, el hecho mismo de que vivir no es un don infinito, y que ningún poderío, ningún abuso del poder, ningún exacerbado triunfalismo, durará para siempre, como no duran para siempre ni las vidas ni las obras humanas.

A pesar de los tiempos difíciles, no todo está perdido. El reencontrarse con los amigos, por ejemplo, es uno de los dones más maravillosos del tiempo de vivir. Son tristes las partidas, las despedidas, las desapariciones, las distancias, pero cuando los amigos vuelven la vida es mejor, porque la sola presencia del amigo, así esté muy lejos, es la señal de que se nos premia por vivir, por persistir, por estar, por ser. A pesar de los errores, se nos compensa por existir.

Nadie sabe a quién perderá, a quién encontrará en el camino. Pero muchos ni siquiera se detienen, en un momento, a pensar en lo que son, en dudar, en rectificarse, en aprender de las propias equivocaciones, y mucho menos, en las injusticias y extravíos del grupo al que declaran su vasallaje incondicional.  Por eso pensar en el camino de la vida es ya una señal de ir por buen camino, porque el que se detiene a ver de dónde viene, el que duda, reflexiona y aquilata lo vivido, es el que puede dirigirse mejor a donde va.

Nunca olvidaré aquellas “cavilaciones del desierto, del mar” de nuestra temprana juventud, porque como dijo un hermano lejano, “todo gira y vuelve a empezar”. También decía otro poeta que, y aunque aún no llegó plenamente, llegará “aquel famoso tiempo de vivir”. Para algunos, llevados por la fantasía colectiva de los triunfos pírricos, Bolivia es ya el paraíso en la Tierra. Para otros, que cometemos el pecado de pensar un poco más, de detenernos en el camino a mirar lo andado y lo que queda por andar, ya tendríamos mucho con que no sea el infierno en la Tierra. Pero todo gira y vuelve a empezar. Lo que subió hoy, caerá mañana; lo que hoy es euforia, mañana será lágrima, pero eso también cambiará.

Por eso los memento mori están ahí, desde tiempos romanos: acordarnos de morir es darle más sentido a la vida, la necesidad de recordar vivir: memento vivere.  Recuerda morir para vivir. Y esto nos baja de todos los pedestales, de todas las famas, de todas las arrogancias.

Pero hay algunos que nunca lo sabrán, porque prometen bienestares de 500 años, porque fantasean con un edén perdido que según ellos volvió, porque engatusan a la gente prometiendo que no se irán del poder nunca más, aduciendo que el pueblo volvió al poder, que “seremos grandes otra vez”, porque se recuperó la democracia (la que ellos llaman así) “para siempre”, y por eso, neciamente, creen estar más allá de la muerte, más allá del bien y del mal, más allá del olvido, más allá de la justicia, más allá de la verdad. Pero no lo están: son mortales, son erróneos, simples seres humanos: arrogantes y arbitrarios, fanatizados y agresivos, sólo simples seres humanos.

Memento mori, y entonces la humildad llega con los años, la alegría por las cosas simples de la vida, como el volver a caminar por las calles de la infancia, o volverse a encontrar con un amigo, o disfrutar del color y el aroma de las flores, o componer una canción entre dos, que quedará como certeza de lo que fue.

El pasar del tiempo se comprueba cuando cumplimos años, o en cualquier segundo de nuestras vidas, y nadie puede detenerlo, y hace bien sentirlo para saber que estamos viviendo. Por eso el tiempo es sólo tiempo…como dice el gran poeta donostiarra Karmelo C. Iribarren: “No sucede nada, no temas. / Sólo es el tiempo. / Nos ha pasado / como una exhalación / y hemos tenido que arrimarnos un poco / al arcén. Pero / ya contábamos con eso. / Mira, la noche (allí enfrente, / esperando) aún está lejos. / Ven, / salgamos fuera. / Todavía / nos queda mucho / atardecer”.

Podrá el reino de los yahoo tiranizar, avasallar, y convencer a muchos que las tinieblas son la claridad. Pero el tiempo vencerá. Salgamos afuera: nos queda el atardecer y sus semillas están llenas del renacer.

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