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No existe elemento más mágico y sagrado en todas las culturas del mundo que el agua. Su forma, sus beneficios, su antigüedad, su origen y “espíritu” son adorados desde tiempos muy remotos. Los chamanes americanos le hablan el agua para que a través de ella el cuerpo reciba los alimentos sustanciales necesarios para vivir y además se revitalice con la energía primordial del universo.

El agua está relacionada con la mujer y la maternidad porque no sólo es el elemento esencial sin el cual no existe la vida tal y como la conocemos, sino que el agua es nuestro elemento primigenio, que compartimos desde que estamos en el vientre materno. Durante toda la gestación nos alimentamos de líquido, respiramos agua, de hecho sólo cuando partimos del útero empezamos nuestra relación con el aire, otro elemento por demás sagrado.

Nos cuentan nuestros ancestros que durante muchísimo tiempo, antes de transformarnos en seres humanos, éramos peces. Vivíamos en el agua y conocíamos los secretos primigenios de la vida y la existencia a través de nuestros cuerpos escamosos. Compartíamos, desde esa forma de existencia, toda la sabiduría del planeta. Poco a poco, nuestra condición de existencia se fue alterando hasta transformarnos en la especie que actualmente somos. Toda esa transformación, nos cuentan los ancestros, la podemos observar claramente durante la gestación de las especies vivas. Según ellos, los peces, los reptiles, las aves y los mamíferos, en las primeras semanas de gestación, son prácticamente iguales, tienen la misma forma y poco a poco se transforman con las características particulares que cada especie tiene.

Desde esta transformación, los ancestros entienden que toda la sabiduría de los peces, reptiles, aves y mamíferos se transfiere a nivel celular a la especie humana. Por eso consideran —y ya lo vimos en una reflexión anterior— que el ser humano es el hermano mayor de todos los seres vivos, porque en ellos está condensada toda la sabiduría de la vida, incluyendo el extenso pasado de nuestros hermanos menores vivos.

Para finalizar, la cantidad de agua que tenemos en el planeta siempre es la misma, lo único que cambia es su estado —líquido, gaseoso y sólido— y, ésta se encuentra repartida por toda la Tierra. Así, el agua que nosotros tenemos es el mismo desde el principio de los tiempos: no existe agua nueva, es la misma agua que una y otra vez se transforma y purifica para luego energizar y mantener la vida de todo el planeta.

Todas las noches, antes de dormir, es importante servirse una copa de agua, en un vaso de vidrio, y hablarle, pedirle que nos alimente, que expulse la mala energía y que la buena energía del cuerpo purifique el espíritu. Hay que dejar reposando el agua durante toda la noche y, a la mañana siguiente, lo primero que hacemos es tomarla. Así se empieza a armonizar nuestra relación con el ser vivo más antiguo y mágico que hay: el agua.

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