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Cuatro constataciones de partida:

  1. La violencia genera más violencia: la paz no se la recupera con las armas, sino todo lo contrario, se la pierde.
  2. Así como en los conflictos la comunicación se quiebra, en la guerra la verdad es la que primero muere.
  3. Una crisis de alta tensión, como es una guerra, orilla a pensar y actuar bajo una lógica dicotómica: o estás conmigo o eres mi enemigo.
  4. Los métodos alternativos de resolución de conflictos –como el diálogo, la negociación y la conciliación– son fuentes inagotables de posibilidades, ergo la diplomacia nunca, pero nunca, debería cambiarse por armas cada vez más sofisticadas y letales.

El jueves 24 de febrero reciente nos enteramos por los medios de información del inicio de la invasión rusa de Ucrania, anunciada por Vladimir Putin como una “operación militar especial”.  Es posible que ese día se haya comenzado a establecer un nuevo orden mundial y a escribir la historia nefasta sobre los esfuerzos de construcción de paz, no sólo en Ucrania, sino a escala mundial. Así lo recoge el comunicado del Instituto Internacional por la Construcción de la Paz (ICIP), que destaca: “Rusia ha iniciado una guerra que acaba con nueve años de esfuerzos por encontrar una solución pacífica al conflicto de la región ucraniana de Donbás. La invasión hace saltar por los aires los Acuerdos de Minsk de 2014, que creaban un alto al fuego y una hoja de ruta para resolver (gestionar) el conflicto, y barre las iniciativas ciudadanas de diálogo social y político, de defensa de los derechos humanos y de crítica al autoritarismo, tanto en Ucrania como en Rusia”.

El ICIP advierte sobre un aspecto que quiebra un paradigma de relacionamiento interestatal: el ataque derrumba la arquitectura de provención de conflictos de Europa, basada en el concepto de una “seguridad compartida” y el diálogo en el marco de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), rompiendo el frágil consenso internacional sobre la necesidad de que prime la diplomacia como vía de gestión de conflictos. No voy a profundizar en la temática porque no soy especialista en diplomacia y menos en conflictos internacionales de la talla que hoy nos ocupa.

Más bien comparto unas inquietudes que surgen a raíz del rol de terceros en el conflicto, países con una trayectoria histórica de construcción civilizatoria y que durante este tiempo han respondido a la afrenta rusa en la misma medida: apostando a una escalada bélica y, por tanto, de tender puentes hacia una mayor violencia al enviar armamento a Ucrania.

También escucho a diferentes voces, que trabajan en el ámbito diplomático, que “el diálogo se agotó y que no quedaba otra”, y ahí siento que la consistencia y coherencia tienen un techo, tal vez muy limitado, cuando como humanidad creímos haber logrado avances y cualificado los métodos alternativos de resolución de conflictos, afianzando y puliendo procedimientos y técnicas relacionadas en especial con el diálogo político, la negociación entre pueblos y naciones.

Ante la complejidad de la situación, y desde una perspectiva pacifista imperfecta comparto con la noción de que el militarismo por sí solo no se ha traducido nunca en una gestión positiva de los conflictos, al contrario, a mediano y largo plazo los ha enquistado, desplazado o empeorado. Por lo tanto: ¿Estos días de ofensiva en Ucrania, de qué seguridad hablamos? ¿De quién y para quién? Cuando más bien deberíamos buscar afianzar la necesidad de buscar mecanismos de solidaridad y seguridad compartida para evitar la violencia y la carrera armamentista, que sin duda en el recuento de los daños directos y colaterales será la gran ganadora.

Países clave como terceros actores apuntan a fortalecer su fuerza militar, incrementando presupuestos. Vicenç Fisas, desde La nuesa del pacifista davant la crisi, cuestiona estas nuevas políticas de defensa, basadas en la acumulación en la carrera armamentista renovada en los últimos días, lo que provoca una dinámica de acción-reacción.

Es real que ante la vulneración de derechos no hay neutralidad, pero como constructores de paz podemos recuperar la noción y fuerzas para alentar a deconstruir la imagen del enemigo que hoy –desde los diferentes polos mediáticos y políticos– se está afianzando y animando en el subconsciente de animadversión y de los nacionalismos ortodoxos y segregacionistas, así como indignarnos cada vez que una persona, sector o país tome las armas en nombre de la mal llamada “guerra justa” para apuntalar “su versión de paz”.

Desde el ámbito de la construcción de paz reafirmo que la injerencia interestatal, las invasiones y las guerras nunca pueden ser una opción. Ante el escenario que se abre hoy en Ucrania hace falta valentía, creatividad y apoyo colectivo global para encontrar vías alternativas a las armas, sustentadas en la “seguridad compartida” desde una perspectiva multidimensional. Me ratifico en la necesidad de generar una estrategia de construcción de paz centrada en las personas, la seguridad humana y el ecofeminismo, con todos los argumentos vertidos a través de Guardiana, el pasado septiembre de 2021, que desde una perspectiva local transformadora propone una agenda global con rostro de mujer, quien es la mayor perdedora –junto con la niñez y personas de tercera edad– afectadas por el desplazamiento que generan las violencias.

Así, desde un pensamiento feminista, parafraseando a Fisas, podemos hacer un análisis introspectivo, partir de uno o una misma, de las vivencias propias, para después procesarlas e incluso enriquecerlas, “en una espiral creativa que incluso, puede surgir de los errores reconocidos, y que en otras ocasiones puede ser resultado de la serendipidad”, de un descubrimiento casual o imprevisto, fruto de una actitud proactiva, crítica y coherente con los valores y principios que nos demanda una paz; aunque imperfecta y frágil, para construir un futuro posible.

¿Qué Defensor/a queremos y necesitamos?

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