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¿Cuál cree que pueda ser el papel de la mujer en la resolución de conflictos y los procesos de paz? Fue la pregunta de partida que una colega me hizo a propósito de la celebración del 21 de septiembre como el día internacional de la paz y el rol de nosotras cuando se busca promover la facilitación de procesos de resolución, reconciliación y reconstrucción luego de la desescalada del conflicto con vista a reconstituir la paz.

Sin duda, la polarización sociopolítica es ese virus dilapidario que ni bien encuentra la oportunidad ataca corroyendo cada vez nuestro debilitado tejido social, y lo hace como un reguero de pólvora erosionando relaciones culturales, sociales, económicas, más allá de las políticas partidarias, anidándose incluso en el seno de las familias. Estas acciones arteras nos dividen y son fuentes de tensionamiento ocasionadas por patrones de conducta discriminatorias, relaciones inequitativas de poder, distribución económica injusta, vulneración de los derechos humanos, incumplimiento de normativa, corrupción u otras causas que provocan fraccionamiento entre los sectores y la ciudadanía y que, de manera intencionada, es utilizada para mantener la polarización existente entre las partes del conflicto.

Es importante comprender que nuestro contexto/conflicto es altamente dinámico y complejo. Las percepciones con respecto al pasado, al presente y al futuro son diversas y distintas, y muchas veces contrapuestas. Por ende, para profundizar en su entendimiento es necesario abordarlo desde un enfoque sensible para una gestión y transformación sostenible, incluye pulsaciones que nos dan pautas para identificar patrones y tendencias de desigualdades crónicas, relaciones de poder inequitativas, así como el afianzamiento de valores, actitudes y comportamientos que buscan negar derechos de quien disiente de voces hegemónicas que buscan mantener privilegios de poder y voz.

Y no podemos ignorar esta realidad que se encuentra en todas las capas de la piel de nuestra sociedad, los resultados de su aliento permanente por actores interesados en mantener una crispación social, la que nos mueve milimétricamente hacia el abismo del desencuentro y enfrentamiento permanentes, que puede ser mortal para el desarrollo de un país con gobernabilidad democrática e inclusiva plenas.

En la experiencia en la (re)construcción de la paz se reconoce la importancia de fortalecer las capacidades de paz, esto es reforzar los denominados conectores del contexto/conflicto, que interrelacionan actores que edifican paz, buscando transformar los conflictos sin violencia, conformando alianzas locales para la paz, y/o construyendo posibilidades para el diálogo con medidas que crean confianza y seguridad.

Pero cómo podemos llegar a un acuerdo para construir una agenda que contrarreste la polarización/división y establezca bases sólidas de construcción de paz nacional. Tengo una apuesta/propuesta: este proceso que no se dará a corto plazo tiene que ser liderado por mujeres pluriversas, con un rol claro de articulación, mediación y facilitador, y es que lo que hemos vivido no se resuelve ni siquiera en un año, es decir requiere imaginar, co-crear, ambicionar e invertir en una experiencia que dé las condiciones para la (re)conciliación y la (re)constitución del tejido social local, regional y nacional.

Tres razones alientan mi propuesta: la primera relacionada con la vitalidad que los movimientos sociales y culturales de mujeres han demostrado por luchar contra las violencias y su búsqueda de justicia. Esta experiencia, ganada con mucho dolor (sí, no se lo puede negar), con valentía y congruencia, presenta la sustancia para establecer la paz.

La segunda razón está asentada en los aportes de las mujeres a la construcción de paz, a partir de un instinto de actitudes y comportamientos históricos que ha permitido desarrollar aún más la empatía, la solidaridad, la propia sororidad, desde los contextos particulares, desde el propio hogar, desde la enseñanza formal y académica, desde el hecho de que somos fuerza motora de los sectores estratégicos como el socioeconómico (seis de cada 10 mujeres trabajan en el mercado informal, tanto por las características de la estructura productiva como por la distribución del trabajo de cuidado —de personas que por algún motivo no pueden valerse por sí mismas (niños, adultos mayores y enfermos); de la salud (el 67% del personal de esta área somos mujeres); de la agricultura familiar (corazón y garantía de la seguridad alimentaria, el 25% de las unidades productivas están a cargo de mujeres campesinas e indígenas que generan, dirigen y gestionan proyectos propios y asociativos tanto en la elaboración de alimentos como en artesanías y otras actividades derivadas); o en el sector de la educación, donde el 58,2% de profesionales de la enseñanza es mujer, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística, quienes, con sus luces y sombras,  siembran semillas en tres de las cuatro dimensiones del cambio social para la transformación constructiva: la individual, la relacional y la cultural.

Y la tercera razón se refiere a la destacada participación de las mujeres en procesos de paz, en la que incluso hay un marco referencial expresado en la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre el rol de las mujeres en procesos de paz y seguridad. Este protagonismo no es casual, pues es resultado de un largo proceso histórico-político que afianza el paradigma de la perspectiva transversal de género que reconoce a la mujer como un componente esencial en todas las instancias del conflicto y construcción de la paz y convoca a reconstruir sobre la firme convicción de que la paz, la seguridad y la resolución de las controversias sólo son posibles sobre la base de la plena igualdad entre hombres y mujeres.

Destaco la trascendencia de la Resolución 1325 porque pone particular énfasis en la importancia de la integración de género en el área de los conflictos y la seguridad, “instando enfáticamente a los actores nacionales e internacionales a involucrar a las mujeres completamente en la prevención, resolución y recuperación de los conflictos y a asegurar que todos los esfuerzos por la consolidación de la paz concuerden con los principios de la igualdad de género”. Así como su plan de acción incluye cuatro áreas de trabajo que otorgan las condiciones para su desarrollo: (a) incorporación de la perspectiva de género; (b) mayor participación y representación de las mujeres en todos los niveles decisorios para la prevención, la gestión y la solución de conflictos; (c) capacitación y entrenamiento especializado en igualdad de género; y (d) protección de los derechos de las mujeres en los conflictos, aspecto fundamental considerando nuestra reciente historia y la afectación nefasta a mujeres en la crisis de noviembre de 2019.

Revalorizar la importancia del aporte significativo que realizan las mujeres a la consolidación de la paz debe ser un asunto prioritario y de interés para la democracia, la justicia y la propia igualdad de género. El canadiense Steven Pinker, en su libro Los ángeles que llevamos dentro, a propósito de su estudio sobre el declive de la violencia a lo largo de la historia de la humanidad identifica a la tercera fuerza que favorece la inclinación del ser humano hacia la paz: el proceso de feminización según el cual las culturas están más proclives a respetar cada vez más los intereses y valores de las mujeres (a veces con avances simbólicos y otras con retrocesos críticos); señalando además que “la violencia de alguna forma es un pasatiempo masculino, entonces las culturas que dan poder a las mujeres tienden a alejarse de la glorificación de la violencia y es menos probable que engendren subculturas de jóvenes desarraigados”. Si bien los hombres también pueden hacerlo, considero que las mujeres han desarrollado actitudes y comportamientos en sintonía con la colaboración, desde la empatía, solidaridad hasta la sororidad, antes que la competencia propia de las masculinidades hegemónicas muy vigentes en nuestras realidades.

Por otro lado, 1.000 razones sustentan mi apuesta, las historias de vida de 1.000 mujeres de paz que representan a 157 países son dedicadas a la promoción de la paz, su negociación y consolidación, así como a la prevalencia de la dignidad humana, y que en 2005 estuvieron como firmes candidatas al Premio Nobel de la Paz, Anita Romero de Campero (+), Domitila Chungara (+) y Nicolasa Machaca fueron las bolivianas que representaron al país. Estos argumentos y otros, seguro también sustanciales, son los que presento para apostar a la paz con rostro de mujer, que seguro promoverá iniciativas de alcance de política pública, normativa y de visión de país, pero que al mismo tiempo permita el reconocimiento de las necesidades propias y de las de las otras partes involucradas en el conflicto irresuelto, para alentar el (re)establecimiento de conexiones sociales y de empatía colectiva, alentando el desarrollo de actitudes y comportamientos más equitativos e igualitarios, posibilitando pactos entre nosotras, nosotros y nosotres, sustentados en una ética política que posibilite el necesario cambio de paradigma: apuntalar a ese 50% de la población que desde su ser y hacer puede efectivamente contribuir a la construcción de la convivencia social y consolidación multiversas, como parte vital de esa todavía furtiva paz social.

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