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En la imagen que corre por las redes, se escucha el sonido de agua que chisporrotea cantarinamente. Si uno cierra los ojos, parecía que es agua que corre por una acequia, libre, regando un cultivo. Pero no, es una imagen brutal, despiadada, que debería ingresar en la lista de infamias de las que el ser humano es capaz en contra de sus semejantes. A continuación, se escucha decir, como una suerte de parte de guerra, de alguien que parece dar un informe por celular a otros: “Buen día, buen día, compañeros. Aquí, de don Juvenal, se lo estamos vaciando su agua. Este cuatito no entiende. Mira, de calladito se lo había estado repartiendo. ¡Qué macho alcahuete!”. Y el sonido del agua prosigue… Por lo que se ve, los individuos que han procedido al asalto del agua, conocen al conductor o propietario de un carro cisterna capturado en la zona sud de Cochabamba.

En otra segunda imagen, se escucha la voz de una mujer: “Aquí estamos echando su agua del… del Choquito (de fondo, se escuchan risas burlonas). Como no hay jardín aquí”. La interrumpe un individuo trepado al sillar de la cisterna y, junto con otros, complementa la burla de la mujer: “El jardín estamos regando de los lugareños, ja, ja, ja”.

Las imágenes muestran un terreno baldío, seco, con pastizal amarillento, que es ahí donde inútilmente el agua se derrama, mientras, allá, al fondo, se ven las casas, cuyos habitantes estarían esperando anhelantes el líquido del “aguatero” para la compra en turriles.

Se trata de los bloqueadores que reclaman "¡Elecciones ya!", renuncia de Áñez, fin de la cuarentena, etc. La crueldad radica en que cuatro individuos han procedido a la acción de castigar al “aguatero” derramando todo el contenido de miles de litros de agua al suelo.

La zona sud, de siempre, ha padecido la falta de agua. En un estudio realizado el 2012 por  el Instituto de Investigaciones de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, de la Universidad Mayor de San Simón, titulado “El desafío de ser joven y vivir en la zona sud de Cochabamba”, se mostró que un afán constante, una preocupación de cada día, es conseguir agua. Los proveedores son los carros “aguateros”, que venden el líquido en turriles, baldes. Algunos acaudalados pueden darse el lujo de contratar todo el carro cisterna y vaciar la totalidad del contenido en un depósito de agua de miles de litros, pero esos son los menos.

No importa si un universitario está por salir a clases, pues, si llega el carro aguatero, tiene que ayudar en el afán de recoger el agua a toda su familia: “El agua, ¡uyy!, es un caos, porque hay que madrugar desde las seis de la mañana y a veces te dan cuatro o cinco turriles”. Si un turril se llena, se colocan baldes, ollas, todo  recipiente que pueda almacenar el líquido. El chofer apremia para que se apuren, pues tiene que seguir su recorrido. Otros pueden vivir tan en la pendiente de los cerros, que la cisterna no llega hasta los domicilios. Entonces, colocan turriles en  un trecho intermedio, hasta donde alcancen las mangueras de agua. De ahí, la familia, fatigada, lleva el agua hasta la casa en baldes, en viajes de ida y vuelta, hasta vaciar esos turriles que les sirvieron como simples receptáculos temporales.

Carmen Ledo, investigadora profunda del tema del agua en la zona sud, ha señalado en su momento que el consumo de agua en la zona sud es menor al que se consume en zonas de refugiados de Oriente Medio, África, en caso de crisis humanitaria. El consumo no solo es la ingesta en alimentos, sino se refiere al lavado de la ropa, de los platos, el aseo personal. Y en todos esos aspectos, la zona sud muestra un déficit de consumo, ya que por familia consumen entre 11 y 19 litros por día, cuando hasta los refugiados en campamentos improvisados consumen 20 litros por persona.

De los testimonios recogidos, el ahorro de agua es sobrecogedor: “Limpios teníamos que ir a la escuela. Y por la misma necesidad, ¿no?, por esa carencia de agua, uno se acostumbra a bañarse con un baldecito de agua. Me iba echando agua con jarrito, con tutumita, con lo que sea. ¿Y la ropa? Con poquita agua lavábamos, midiéndonos. Mejor usar “ace”. Jabón, no, perjudicial. Un turril puedes gastar y no sale la espuma”. Por último, ni el agua utilizada en el lavado de ropa se echa a perder: “Entonces, lo utilizábamos para regar el piso, para regar la calle”. O bien, “aquí el agua jabonosa, aquí el agua clarita. Con esas agüitas, los pies o la ropa interior, ¿no?”.

Si así era en condiciones “normales”, solo resta imaginar qué situación angustiosa estarán atravesando los miles de habitantes de la zona sud, a donde ahora no pueden llegar los carros aguateros por los bloqueos, pero además por el asalto de individuos que se divierten en grande echando el agua ¡al suelo! Al respecto, Fernando Salazar, investigador de la UMSS igualmente dedicado al tema del agua, escribe indignado en las redes: “Las reservas de agua se pueden agotar en dos a tres días. Los más afectados serán las familias más pobres  que solo tienen turriles, y  los que no lograron comprar y abastecerse de agua.  Estas familias solo cuentan con reservas en bidones y baldes. Esta acción inhumana, solo lo haría un lugareño enfermo mental o criminal, ya que se imaginan, cómo explicar que un sujeto llegaría a cortar el agua a su propia  casa, a sus familiares, amigos y vecinos.  Esta acción criminal de ataque a carros cisternas nunca, nunca se dio”.

Salazar reflexiona que población de la Zona Sud, en estos puntos movilizados, está dividida. “Algunos apoyan y están movilizados. Otros no  apoyan estos actos políticos, pero viven en situación de rehenes,  sometidos, amenazados y extorsionados, tanto por algunos de sus dirigentes que tienen respaldo político de un partido y respaldo de grupos de choque. O directamente por pandillas contratadas. Precautelando su integridad física, sus vidas y sus bienes, que pueden ser saqueados o quemados, miles de familias callarán”.

Los que abrimos un grifo de un pileta, con instalación domiciliaria de agua las 24 horas, no podemos apartar de la mente esa siniestra escena de agua que se escurre por entre los matorrales, porque un aguatero “de calladito se lo había estado repartiendo” y, al fondo, las casas, sedientas, prisioneras de una terrible estrategia que pareciera de guerra en contra de población civil.

Y, muchas gracias a Guardiana, que, a través de su directora Amparo Canedo, me abre las puertas. Aquí estaremos cada quince días.

*La Dirección de Guardiana le da la bienvenida a la sección de Opiniones de este medio digital boliviano a Sonia Castro Escalante, quien es psicóloga. Se desempeña como docente e investigadora en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) de Cochabamba (Bolivia).

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