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Como parte de mi labor docente interactúo a menudo con formas de comunicación traducidas en lenguajes y formas de comportamiento de jóvenes universitarios. A partir de esa experiencia, en el último tiempo he observado una variedad de expresiones orales y escritas que escapan a la tradicional forma de comunicarnos.

Al parecer los que somos padres hoy, heredamos la dificultad de comunicarnos con hijos adolescentes y jóvenes como lo hicieron nuestros padres. No obstante, existe una particular diferencia, como adultos “analógicos” coexistimos con la generación de los Millennials (nacidos entre 1981 y 1996 con 25 a 40 años) y la generación Z (nacidos entre 1996 y 2012).

Los Millennials fueron testigos de la llegada del Internet en sus hogares y su uso expansivo en la educación, así como del arribo de los teléfonos inteligentes (smartphones), computadoras portátiles (laptop) y tablets. La generación Z o Centennials es la más joven, se caracteriza por aceptar la diversidad, son considerados ciudadanos y ciudadanas digitales y según la revista The Conversation (2021), se caracterizan por cuatro ‘íes’: internet, irreverencia, inmediatez e incertidumbre.

Los Centennials han crecido conectados a internet con todo lo que conlleva percibir y vivir una época de muchas tensiones socio-políticas, relaciones “líquidas” y un tiempo marcado por la instantaneidad y fugacidad. La sociedad de la información en la que los jóvenes han crecido los ha acostumbrado a desarrollar nuevos lenguajes y jergas propias de su edad y aficiones.

En ese contexto existen variantes lingüísticas que son todas las diferencias que existen dentro de una misma lengua por segmentos, zonas o grupos demográficos; por tanto, están los geolectos (variación lingüística regional o geográfica), los sociolectos (formas de hablar según clase social, profesión y nivel educativo), las variaciones diafásicas o situacionales (solemne, culto, coloquial, de jerga, vulgar). Finalmente, están los cronolectos que se refieren a distintas formas de hablar que pueden tener las personas de diferentes edades, aunque hablen un mismo idioma; por tanto, los cronolectos pueden ser infantiles, juveniles o adultos.

Intencionalmente, quiero referirme a los cronolectos juveniles que suelen ser la forma más esparcida y popular, ya que es común encontrarlo en los medios de comunicación dirigidos a adolescentes y adultos jóvenes.

El cronolecto juvenil tiene una fuerte relación con el argot, que es un tipo de jerga común a nivel global o para un grupo cerrado y pequeño como una pandilla. Un ejemplo sería el término para llamar a los compañeros: “chabón” en Argentina, “tío” en España o “güey” en México. Muchos cronolectos suelen ser informales y de corta duración porque algunas palabras suelen entrar en desuso.

No obstante, en la actualidad los cronolectos juveniles pueden ser más uniformes gracias a la comunicación global que brinda Internet; por primera vez, las variaciones geográficas del lenguaje pueden presentarse en diversos países al mismo tiempo.

La “nueva normalidad” luego de la cuarentena, es una realidad híbrida en la que los adolescentes y jóvenes interpretan personajes y el mundo que les rodea influenciados del cibermundo de video juegos como Free Fire, Fornite, Minecraft, League of Legends, Valorant, Warzone y otros tantos. Los juegos en línea son el espacio para interactuar sin presiones sociales, para encarnar personajes desde la comodidad del sillón en casa y la incomodidad de “conocer en persona”.

Expresiones en inglés como “selfie”, “gamer”, “LOL” o “XD” son algunas de las más populares entre jóvenes de todo el mundo. (Cajal. 2017). Otras expresiones típicas de los videojuegos incluyen frases abreviadas en inglés como: “GG (good game), HF (have fun), W8 (wait) o WP (well played), así como expresiones como “manco” (mal jugador), “popear” (despreciar o tener algo con alguien), “flexear” (alardear), estar “baneado” (de banned – prohibido) o “chetear” (de cheat – usar trucos en el juego).

Sin ir muy lejos, la aparición de los celulares y Whatsapp superó a la telefonía fija e incluso al uso del correo electrónico en la computadora; en ese pequeño artefacto también se dio el uso de los emoticones o emojis (inspiración en el mundo manga de Shigetaka Kurita, 1999) sin los cuales sería imposible pensar en comunicarse a los jóvenes hoy.

La intensa y dinámica evolución de las redes sociales. En 1997 se creó SixDegrees, el primer sitio en la historia de las redes sociales, le sucedieron Messenger (1999); Fotolog friendster (2002); Myspace (2003); Flickr, Vimeo y Facebook (2004); Reddit y Youtube (2005); Spotify y Twitter (2006); Tinder (2007): Whatsapp (2009); Pinterest e Instagram (2010); Twitch (2011); Snapchat (2011); Tik Tok (2016) y otras que siguen surgiendo en años más recientes. En todas ellas los lenguajes y las formas de interacción usan términos, formas y tonos cargados de cronolectos juveniles que se ponen de moda de la mano de términos ligados a ―además de los videojuegos― anglicismos y expresiones de influencers locales o extranjeros en el mundo virtual paralelo de Youtube, Facebook, Instagram o Twitch.

Los influencers usan expresiones comunes como “random” (algo aleatorio y casual), “crush” (amor platónico), “haul” (video que enseñan productos como ropa y maquillaje), “feed” (apariencia visual del perfil de Instagram), “hater” (persona que insultan a influencers) y “stalkear” (relativo a acosar o seguir intensamente o de forma anónima a una persona).

Los cronolectos nos muestran ese mundo cuya propia lógica y lenguajes influyen en el comportamiento de adolescentes y jóvenes, ni qué decir de la forma de pensar y escribir. Ante ese somero contexto, ¿estaremos en condiciones de conversar con nuestros hijos o será la tecnología el único canal para conocer su forma de pensar y expresarse? ¿podremos hacerlo los adultos Baby Boomers (nacidos 1957 y 1977) o de la generación X (nacidos entre 1965 y 1981)?

Hay mucho por aprender, una opción podría ser acudir a lo básico como una aventura en la montaña, una excursión o la práctica del deporte o la lectura siempre podrían ser opciones antiguas ―pero no anticuadas― de retomar el diálogo y aprender de los cronolectos hoy.

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