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El Martes de Ch'alla es una celebración profundamente arraigada en la identidad boliviana. Más que un simple rito festivo, es una manifestación de gratitud a la Pachamama, un acto simbólico de reciprocidad con la tierra que nos sostiene y un recordatorio de la importancia de la comunidad y la familia. En tiempos de incertidumbre, recordar su significado nos ofrece una oportunidad para reflexionar sobre aquello que valoramos y aspiramos.

La tradición de la Ch'alla se remonta a tiempos prehispánicos, cuando las civilizaciones andinas ya practicaban rituales de ofrenda a la tierra y los espíritus tutelares. En quechua y aymara, "ch'allar" significa rociar o esparcir líquidos, acción que se vincula con la costumbre de derramar alcohol, chicha o cerveza como muestra de respeto y agradecimiento a la Pachamama.

Con la llegada del mestizaje y la influencia del cristianismo, este ritual se adaptó, fusionándose con la festividad del Carnaval y convirtiéndose en un evento anual donde se "bendicen" casas, negocios y objetos preciados con la esperanza de prosperidad. En este día, la música, el colorido y la alegría llenan los hogares y calles de Bolivia, reforzando la idea de que la gratitud es el primer paso hacia la abundancia.

Sin embargo, la Ch'alla no es sólo una fiesta material. En su esencia más pura, simboliza la relación armónica con la naturaleza y el entorno. A través de la quema de ofrendas, los sahumerios y la decoración con serpentinas y flores, se expresa un deseo de continuidad, equilibrio y bienestar, valores que en el mundo moderno a veces olvidamos.

Para mí, la Ch'alla siempre ha estado ligada a la casa de mis abuelos, Antu y Laly, en Mecapaca, comunidad Carreras Calle Paz y Amor. En los años 80, ellos construyeron ese espacio como el epicentro de nuestra historia familiar, un hogar donde todos nos encontrábamos. Por más de tres décadas, esta casa de campo sirvió para que hijos, nietos e incluso bisnietos la disfruten, siendo el lugar de reunión en el Carnaval, donde la calidez de los abuelos nos envolvía y fortalecía nuestros lazos familiares.

Durante cuatro días, mi abuelo y mi abuela nos reunían sin excusas. Era la época del año en la que nos convertíamos en una sola familia, sin distancias ni diferencias. Compartíamos largas mesas de almuerzo, juegos interminables y risas que aún resuenan en mi memoria. Allí aprendimos que la Ch'alla no era sólo un acto ritual, sino un momento de comunión y gratitud. Se ch'allaba la casa, el patio, los autos, pero sobre todo, se ch'allaba la unión, la dicha de estar juntos, de ser parte de algo más grande que nosotros mismos.

Esa herencia sigue viva. Mi madre, Ely, ha sido el alma que nos une en esta tradición, el lazo invisible que, a pesar de los caminos distintos y los cambios inevitables, nos mantiene cerca cada Martes de Ch'alla. Su amor por este ritual ha hecho que, sin importar la distancia o el paso del tiempo, encontremos la manera de seguir celebrándolo. En la casa de mis padres, mi papá Fernando se suma con la misma devoción, challando con generosidad todo lo que construyó para nosotros. No necesita palabras para expresar su gratitud; en cada acto, en cada ofrenda, está su reconocimiento por lo que teníamos y su deseo de un futuro próspero. Nos enseñó que agradecer no es sólo un gesto, sino una forma de proyectar esperanza, de edificar sueños sobre cimientos de gratitud y amor.

Hoy, más que nunca, la Ch'alla debe ser un acto de conciencia colectiva. ¿Qué deberíamos agradecer los bolivianos? A pesar de las dificultades, seguimos de pie. La historia nos ha demostrado que tenemos una capacidad inquebrantable de resistencia, que hemos sabido salir adelante en los momentos más oscuros. Agradezcamos la fortaleza de nuestro pueblo, la diversidad cultural que nos enriquece y la posibilidad de seguir soñando con un país mejor.

Pero también, en esta Ch'alla, deberíamos pedir. No sólo prosperidad material, sino justicia, equidad y unidad. En una Bolivia dividida por intereses y diferencias, el verdadero ritual debería ser el de reconstruir la confianza, fortalecer la democracia y trabajar por un futuro donde las oportunidades no sean privilegio de unos pocos. Así como challamos nuestras casas y trabajos para que nos brinden seguridad y bienestar, también deberíamos "challar" nuestro compromiso con el bien común, con la educación, la salud y con la paz social.

La Ch'alla es un recordatorio de que la gratitud y la esperanza deben ir de la mano. Es mirar atrás con cariño, valorar el presente con humildad y proyectar el futuro con ambición. Sigamos challando, sigamos soñando, sigamos agradeciendo, porque en ese equilibrio reside la verdadera riqueza de Bolivia.

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