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Ayer se conmemoró el Día internacional de la Mujer que nos recuerda que aún es necesario seguir luchando por lograr paz, justicia e igualdad. Precisamente por ello es importante tomar en cuenta que también las niñas, adolescentes y jóvenes pertenecen al género femenino, sólo que a menudo no se las reconoce como ciudadanas con derechos, sino como objetos y mercancías.

Han transcurrido varios años de mi niñez, ahora soy una mujer adulta que aún lucha por sus sueños. Mi niña interior sonríe a veces, a medida que los años pasan y las preocupaciones ganan terreno a nuestro placentero sueño.

Las niñas, adolescentes y jóvenes en mi país estudian, trabajan, cocinan, planchan, lavan, cuidan a los hermanos menores, hacen deporte, son hijas y hermanas que sueñan con ser profesionales, lideresas y empresarias; aunque algunas serán también esposas y madres (espero por elección). No obstante, la condición social del hogar, el grado de educación y el tipo de empleos de padre y madre, el nivel de escolarización alcanzado y el lugar de residencia de esas niñas son factores que limitan y frustran muchos de esos sueños.

La violencia sigue siendo flagelo que afecta como la peor pandemia a millones de niñas, adolescentes, jóvenes y mujeres en el mundo. De forma muy cruel las más pequeñas son víctimas de violencia con mayor frecuencia, incluso en sus propios hogares. Su rol protagónico en la construcción de nuestra sociedad no se visibiliza porque son pequeñas. Si alguien tiene una hija coincidirá conmigo en que son fuente de ternura, cariño, alegría y esperanza; pero también de inquietud por su futuro en un mundo condicionado por patrones de comportamiento que pondrán freno a sus metas, a su libertad y a su felicidad.

Se asegura que se lucha por los derechos de las mujeres, pero en la práctica nuestros gobiernos municipales no aplican las leyes y no asignan suficiente presupuesto para las defensorías de la niñez o los albergues para acoger a madres que sufren violencia junto a sus hijos e hijas.

Cuidar la vida de una niña, adolescente o joven mujer es fundamental para construir el futuro; es inversión en el desarrollo humano, científico y económico de nuestro país. Sin embargo, mientras una niña de 9 años escape de su hogar porque la agreden y una pequeña de meses sea empeñada mientras sus padres consumen bebidas alcohólicas, ¿qué esperanza de vida y qué futuro tendrá nuestro país?

La violencia de género es estructural, mediática y simbólica, y se sigue reproduciendo en el sistema educativo que forma niñas en costura y cocina y a los varones en carpintería o robótica. Con frecuencia he observado que estudiantes brillantes en la universidad culminan su carrera y se gradúan por excelencia. El gran desafío viene luego si se casan y/o tienen hijos porque el esposo y la familia les pedirán que hagan un alto a su desarrollo profesional porque se espera sean madres antes que trabajadoras, esposas antes que mujeres. Si haces algo contrario a ese mandato social eres irresponsable, egoísta o una mala mujer.

Y, por tanto, debes postergar para cuidar; luchar el doble y trabajar el doble que tus compañeros varones. Prevalece el rol femenino del cuidado de la familia, de la casa, del marido, así como los prejuicios, los estereotipos, las costumbres y prácticas sociales.

Por eso, al conmemorar el 8 de marzo es importante evaluar el legado que todas las mujeres adultas les estamos dejando a nuestras niñas, adolescentes y jóvenes si siempre nos resignamos a cuidar de alguien más y a no ser dueñas de nuestras vidas, de nuestra historia. Seamos solidarias, repensemos los roles de género, promovamos el respeto y la igualdad porque el mañana se construye hoy.

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