Los seres humanos estamos sujetos al tiempo. Nuestra vida se desarrolla en un espacio temporal, en un lapso de minutos, días, meses y años. Heidegger plantea que no sólo transitamos por el tiempo, sino que es nuestra condición de ser, es decir, que en él podremos llegar a ser verdaderamente humanos, podremos descubrirnos y reconocernos.
En el tiempo, por ejemplo, se pone en juego la libertad que es esencial al ser humano. Vivimos tomando decisiones a cada momento, algunas poco importantes, hasta automáticas, otras, en cambio trascendentales. Un día somos consecuentes, otro día nos traicionamos a nosotros mismos. Un día logramos hacer muchas cosas y otros días pareciera que el tiempo ha volado.
La pandemia nos ha obligado a tener otras maneras de vivir el tiempo, sobre todo durante las cuarentenas y todavía hoy con el teletrabajo. Al principio parecía todo sencillo, no había que alistarse para salir, todo era dentro de la comodidad de casa; pero también nos agotamos y comenzamos a ser menos productivos.
A veces sentimos que el tiempo nos come y me viene a la mente la famosa obra de Goya, “Saturno devorando un hijo”, en la que el Dios del tiempo (que en la mitología griega es Kronos), es representado como un viejo loco, obsesionado por el poder y angustiado, en medio de un fondo oscuro en el que relucen los rojos de la sangre de su hijo, ya sin cabeza.
Y es que este tiempo de pandemia nos tiene atemorizados. Muchos con el miedo del contagio, otros con el de la muerte.
Al parecer lo mejor es mantenerse ocupados ya que, como dice el texto bíblico, todo tiene su tiempo: “Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol: un tiempo para nacer y un tiempo para morir.”
No quiero decir que nuestras preocupaciones y temores desaparecerán, sólo pretendo sugerir que ocupemos el tiempo de tal manera que le hagamos frente a su paso inexorable. Y no lo podemos hacer mejor que con el cuerpo, con las manos, con los hombros, con las espaldas… trabajando. No me detendré en este aspecto; aunque es concreto e importante para nuestra salud física y mental. De seguro, amable lector, usted encontrará algunas páginas en internet que lo orientarán de manera muy completa.
El paso del tiempo también conlleva problemas fundamentales en la cultura y época en la que vivimos. Nos da miedo llegar a viejos. Que nuestras arrugas den cuenta de los años que hemos vivido. Tal vez porque nuestra cultura nos está enseñando a despreciar a los ancianos, a descartarlos, como dice Francisco. No sabemos valorar su experiencia y su sabiduría, ni siquiera reconocemos el sacrificio con el que nos criaron.
Nos atemoriza no aprovechar ocasionalmente las oportunidades que nos da la vida. Cuántas veces hemos escuchado la trillada frase “Me ha dejado el tren”, para expresar que dejamos pasar una buena ocasión de mejorar o de triunfar. Nos da miedo llegar a cierta edad y quedarnos solos. Huimos a la posibilidad de que el paso del tiempo desgaste naturalmente nuestra salud.
Por estos días una joven trabajadora de la empresa de aseo público en Cochabamba nos dio una lección de esperanza y optimismo. Carla estaba con un grupo de trabajadores en la Plaza 14 de Septiembre, dispuesta a fumigar, cuando de pronto comenzó a sonar con fuerza una pieza de salay, un popular ritmo del Valle Alto cochabambino, entonces, en medio del asombro de muchos transeúntes, se puso a bailar y a fumigar transmitiendo alegría con la belleza de sus movimientos.
Cuando la entrevistaron contó que desde niña bailaba con su padre, pero que este año él tuvo que partir debido al Covid-19. Dijo que no se iba a dejar con el dolor, que este tiempo iba a pasar y que mientras tanto lo afrontaría con esperanza y alegría: bailando mientras fumiga.
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