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Gracias a la evolución de las tecnologías e Internet en la sociedad globalizada, la inteligencia artificial (IA) forma día a día de cada una de nuestras comunicaciones, sentimientos e ideas compartidos a través de la computadora, los celulares y otros dispositivos y sus aplicaciones como WhatsApp y otras redes sociales en casa, la oficina o la universidad. Todas nuestras comunicaciones están cifradas y supervisadas.

La IA la constituyen sistemas que piensan como humanos, como las redes neuronales artificiales gracias a la combinación de algoritmos con el propósito de crear máquinas que imitan la inteligencia humana para realizar tareas y pueden mejorar conforme la información que recopilan.

El algoritmo es la secuencia de instrucciones mediante la cual podemos resolver un problema o cuestión. De hecho, todas las tareas ejecutadas por la computadora se basan en algoritmos, de la misma forma que los softwares. Los algoritmos son esos códigos matemáticos que abarcan desde los resultados de los buscadores de internet y redes sociales, hasta los sistemas de seguridad de nuestras tarjetas de crédito y teléfonos móviles. De hecho, el éxito de Google, Amazon, YouTube o Netflix es fruto de los algoritmos.

Los algoritmos también han transformado el comercio (desde librerías hasta supermercados) y gestionado la mayoría de las transacciones financieras. También pueden ayudar a encontrar pareja, trabajo, reconocer rostros, tomar fotos, construir y manejar autos, enviar correos electrónicos o ubicarse en un mapa (BBC, 15/02/2017).

Sin embargo, existen algunos riesgos que no siempre se toman en cuenta y que en el caso boliviano precisan leyes y reglamentos para prevenir su mal uso, entre ellos están:

- La perturbación de los mercados financieros como en el caso de la caída de la libra esterlina por el Brexit el 2016.

- El fomento a los discursos de odio en internet, como ocurrió con el programa informático de Microsoft llamado “Tay” creado para mantener conversaciones con usuarios de Twitter. Ese experimento fracasó, el bot basado en algoritmos había “aprendido” a responder a los interlocutores emitiendo comentarios racistas y xenófobos, mostrando su simpatía por Hitler y justificando el Holocausto, según el portal noticioso BBC.

- La distribución de noticias falsas. Facebook creó una herramienta para destacar los temas que son tendencia en la sección de noticias de la gente. "Primero, contó con un equipo humano para editarlo, pero hubo controversia cuando les acusaron de sesgo contra los conservadores, así que decidió dejarlo en manos de los algoritmos. El problema fue que las máquinas no pudieron diferenciar las noticias falsas de las reales” (Pew Research Center en BBC, 15/02/2017).

- El aumento de la desigualdad y la discriminación. Como parte del lado oscuro del Big data, existen algoritmos que pueden llegar a controlar resultados académicos, clasificar currículos vitae, evaluar a trabajadores, determinar votantes, establecer penas de libertad condicional y vigilar la salud de los ciudadanos.

- La desaparición de empleos. La preocupación es que esa constante evolución de la tecnología va a ocasionar que muchos empleos desaparezcan. Sería bueno saber qué profesiones se convertirán en obsoletas, pero al parecer los oficios técnicos con acciones repetitivas serán los primeros en desaparecer.

- La vulnerabilidad de internet causada por los hackers y los ciberataques bombardea con basura y virus grandes empresas de telefonía, aplicaciones como Spotify y cuentas de medios de comunicación.

- La falta de ética y otros peligros potenciales. Alberto Ibargüen, presidente de la Fundación Knight, cree que los algoritmos de las máquinas reflejan "ciertos estándares de comportamiento". Por esta razón, junto al Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), la Universidad de Harvard y otras instituciones han decidido crear el Fondo para la Ética y Gobierno de la Inteligencia Artificial. El objetivo es mantener esos sistemas de inteligencia artificial dentro la ética y los valores humanos.

En las ciencias sociales, los algoritmos se traducen en sistemas de traducción automática, en los asistentes virtuales y en algoritmos que pueden presentar sesgos en lo que se refiere a grupos sociales, por razones de género, religión o raza, entre otros.

Se sugiere que los estudios desde las ciencias sociales permitan potenciar “algoritmos buenos”. Amparo Alonso Betanzos, investigadora de la Universidad de Coruña, sugiere poner a las personas en el centro de los algoritmos y por tanto, humanizar éticamente el uso de la tecnología avanzada. Y añade: “Se trata de crear una simbiosis, que las tareas que las máquinas hacen mejor las hagan se automaticen y que las que hacen mejor las personas las sigan haciendo ellas” (Iglesias, 23/01/2023).

La gran pregunta es: ¿cómo se está atendiendo, gestionando y planificando el uso de algoritmos en nuestro país? De esta duda surgen muchas otras que interpelan a nuestros académicos, instituciones y representantes oficiales para diseñar y responder a corto plazo.

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