Malkya Tudela Canaviri (Guardiana) y fotos de El Deber
Miércoles 4 de noviembre de 2020.- La marcha de protesta iba ese día con consignas bien definidas: “La biotecnología garantiza alimentos para todos los bolivianos” y “En defensa al derecho a producir con biotecnología”. Esa manifestación, que sucedía en la ciudad de Santa Cruz, defendía los decretos que abren paso a la introducción de cinco cultivos transgénicos: de maíz, caña de azúcar, algodón, trigo y soya.
El hecho sucedió el 25 de septiembre, el mismo día en que la justicia boliviana iba a resolver una acción popular que había sido presentada para obstruir los decretos y con ello evitar que se abreviara el procedimiento científico de evaluación de los cinco cultivos transgénicos.
Los titulares de El Deber difundieron similares mensajes, entre engañosos y falsos, antes y después del viernes 25: “La CAO rechaza acción que busca frenar la biotecnología y advierte que amenaza la seguridad alimentaria y empleos” (25-08-2020); “Ministra: Detractores de la biotecnología carecen de justificación científica” (27-08-2020); “Agricultores están en emergencia por acción que busca frenar la biotecnología en el país”; “Justicia niega Acción Popular que buscaba frenar uso de la biotecnología” (25-09-2020).
Es falso de la acción popular, objetivo de la protesta, hubiera demandado prohibir el uso de la biotecnología en algún sentido o en algún ámbito productivo.
Precisamente uno de los mitos sobre los cultivos genéticamente modificados es que “biotecnología es igual a transgénicos”, dice una cartilla educativa de PROBIOMA.
El científico y biólogo Vicent Vos explica que los promotores de los cultivos genéticamente modificados utilizan el término biotecnología porque “la mayoría de los bolivianos está contra los transgénicos por los posibles impactos negativos que pueda tener. Al decir ‘biotecnología’ siguen hablando de eventos transgénicos a favor del monocultivo de productos para la exportación principalmente”.
La biotecnología es cualquier intervención o mejoramiento de un proceso biológico con el uso de microorganismos, dice Vos. El hecho es que se utiliza biotecnología tanto en la fabricación de un yogurt como de la cerveza o de la penicilina o incluso en la limpieza de aguas contaminadas. El concepto es tan amplio que la ingeniería genética empleada en la agricultura es solo una pequeña parte de la biotecnología.
“Yo soy un científico, no me voy a oponer a la ciencia, ni a la biotecnología ni al desarrollo… No han analizado el fondo de nuestra demanda y creen que estamos en contra de cualquier transgénico, en contra de la biotecnología y obviamente no es así”, dice Vos, biólogo y uno de los firmantes de la acción popular. Junto a él presentaron la demanda otros científicos, productores campesinos indígenas, promotores de desarrollo rural y activistas en la protección del medio ambiente.
ABREVIANDO PASOS CIENTÍFICOS
Con la acción popular “cuestionamos el procedimiento abreviado para cinco diferentes cultivos y podría ser para cientos de eventos transgénicos”, dijo al PD-PIEB el biólogo Vincent Vos.
“En vez de hacer un análisis serio, paso por paso, de cada evento transgénico que quieren introducir –explicó Vos, lo que hacen es aprobar en dos patadas, a partir de un análisis en un país vecino, simplemente acortando los análisis científicos. O sea, los que se están oponiendo a la ciencia son los que proponen el procedimiento abreviado”.
La acción popular estaba orientada a pedir la anulación del Decreto Supremo 4232/20, el que “de manera excepcional autoriza al Comité Nacional de Bioseguridad establecer procedimientos abreviados para la evaluación del maíz, caña de azúcar, algodón, trigo y soya, genéticamente modificados en sus diferentes eventos, destinados al abastecimiento del consumo interno y comercialización externa”. Para ello establece un pazo de 10 días.
El otro Decreto 4238/20, interpelado por la acción popular, amplía el plazo a 40 días. Los decretos fueron emitidos en mayo de 2020, lo que hace suponer que a estas alturas están aprobados y vigentes los procedimientos.
En términos generales, la población no consume soya, sino que se usa para alimentar animales de granja, pero el trigo o el maíz son productos de consumo diario.
“En teoría creo que podría haber transgénicos que sean positivos, por ejemplo (el que) respaldaron los premios Nobel que dijeron que los de Greenpeace no se tendrían que poner en contra de un arroz con más vitamina A para aliviar la desnutrición. No habría que oponerse a eso, (pero) en la práctica no se produjo ese arroz. El transgénico que ya ha sido aprobado en Bolivia es el Roundup Ready para producirse con glifosato, todo muere menos tu plantita de soya. Y sobre el glifosato hay consenso científico completamente respaldado de que es un veneno tóxico para seres humanos, para animales, para plantas, para el suelo y el agua”, dice Vincent Vos.
¿GANÓ LA CIENCIA?
Ese 25 de septiembre, luego de casi 10 horas de sesión, los jueces decidieron no ingresar a analizar el fondo de la acción popular, es decir no evaluar sus fundamentos técnicos de derecho sobre el procedimiento para introducir cultivos transgénicos al país.
Los jueces Carla Arancibia Morató y Diego Ramírez Cruz decidieron que una demanda contra los decretos supremos debe hacerse a través de una acción de inconstitucionalidad y no de una acción popular.
El diario El Deber publicó nuevamente: “Justicia niega acción popular que buscaba frenar el uso de la biotecnología”. El reporte periodístico recoge testimonios de los agroexportadores, aquí uno de ellos: “Es un día histórico para el agro cruceño, la justicia le ha dado la razón a la ciencia, en contra del miedo y la incertidumbre sembrada por el activismo medio ambiental que pretendía negarnos el derecho a producir mejor para toda Bolivia” (Marcelo Pantoja, de la Asociación de Productores de Oleaginosas).
Antes de esas declaraciones victoriosas, los agroexportadores habían señalado a los firmantes de la acción popular como personas con argumentos “sin sustento científico” (CAO) y que usan “pretextos que no tienen ningún sustento científico” (Confeagro).
La acción popular, considerando solamente la afectación de los transgénicos a la naturaleza, al ecosistema, a los animales vertebrados e invertebrados, pero además la afectación del glifosato a las plantas y a los seres humanos, se fundamenta en 22 investigadores científicos con trabajos desarrollados en Brasil, Chile, México, Paraguay y Uruguay, incluido en este paquete un estado del arte del Colegio de Biólogos de La Paz.
Junto a esos estudios especializados en genética, están otros que se concentran en el impacto del uso de los transgénicos en la actividad productiva, por ejemplo en la deforestación que es necesaria para la ampliación de la frontera agrícola, y el impacto social vinculado a los derechos de las comunidades indígenas y la población en general.
¿SIN PLAGUICIDAS?
La CAO afirma sobre el paquete transgénico: “Está demostrado técnicamente que con la utilización de esta tecnología se deja de aplicar una gran cantidad de plaguicidas”.
El modelo de los OGM en la soya está asociado a un potente herbicida que es el glifosato. La soya transgénica es resistente a este agroquímico, por tanto, en teoría, cuando se aplica sobre los cultivos mueren todas las malas hierbas sin afectar la producción de la soya.
En años recientes, eso sí, los estudios demuestran que las malezas son cada vez más resistentes al glifosato y necesitan ser rociadas cada vez con más herbicidas. Esta tesis de doctorado reporta que la resistencia se registra en varios países de América Latina, y está bastante documentada en Brasil y Argentina por el uso de por lo menos cuatro décadas del agrotóxico. Los estudios informan que en Argentina ha llegado a reforzarse el glifosato con la aplicación de otros agroquímicos coadyuvantes. En Bolivia una encuesta reportó que los agricultores están mezclando el glifosato con otros herbicidas porque han tenido problemas al usarlo como único compuesto.
La reacción de la industria química fue crear otros herbicidas más potentes, entre ellos se usa en Bolivia el glufosinato de amonio que “incrementa los niveles de amonio en las plantas y les causa la muerte rápidamente”.
EL GRANO DE LOS MALOS RENDIMIENTOS
En Bolivia, el INE reporta (2018-2019) un total de 1.370.986 hectáreas de soya. A las que se sumaron otras 250 mil hectáreas de ampliación de la frontera agrícola en una negociación entre el gobierno y los agroindustriales el año 2019.
La soya producida en Bolivia deviene de semilla transgénica. El SENASAG reportó el año pasado que ingresaron 3.919 toneladas de semilla del evento 40-3-2 (Roundup Ready) autorizado desde 2005.
Theodor Friedrich, ingeniero agrónomo y doctor en Mecanización Agrícola de la Universidad de Gotinga (Alemania), fue representante de la FAO hasta septiembre pasado. En una entrevista con el PD-PIEB dijo que el principal problema de los transgénicos es que impulsan el monocultivo.
En su criterio, los organismos genéticamente modificados no son perjudiciales en sí mismos.
Los transgénicos resistentes a herbicidas “fueron desarrollados básicamente para facilitar el manejo de malezas y para ampliar el uso del glifosato que, en ese momento, cuando apareció en el mercado, parecía uno de los herbicidas menos tóxicos y menos problemáticos en el medio ambiente. Actualmente es el herbicida más usado en el mundo”, relata Friedrich.
Pero el glifosato comenzó a ser usado durante el crecimiento del cultivo y no antes de la siembra.
“Al aparecer esta tecnología, los campesinos se vieron posibilitados de olvidarse de otras medidas de control de malezas, entre ellos la rotación de cultivos, la buena cobertura del suelo, así lo aplicaron y con eso facilitaron los monocultivos. Esto llevo al problema de que los monocultivos, sea como sea, a lo largo del tiempo, reducen los rendimientos, aumentan los costos de control de plagas y malezas. Los productores entran con eso en un círculo vicioso de baja productividad y altos costos. Eso se ve en Bolivia con el cultivo de soya que hace más de 10 años se usa transgénicos con rendimientos muy bajos y economía muy mala”, dice Friedrich.
El otro problema con el uso del glifosato sobre el cultivo en crecimiento es que, remarca Friedrich, “el glifosato puede entrar en la cadena alimenticia”. “Eso es lo que vemos ahora en todo el mundo, donde la gente dice 'esos son los transgénicos, son tóxicos, son malos para la salud'. Pero no creo que sean los transgénicos, sino los residuos de glifosato que entran por esta vía en la cadena alimenticia, más todavía en cultivos no transgénicos donde usan el glifosato para disecar los cultivos antes de la cosecha, tiene todavía más probabilidad de entrar directamente con la cosecha en la cadena alimenticia, hablando de arroz, de trigo y de caña”.
LOS BOLIVIANOS CONSUMEN POCA SOYA
Otro discurso de los agroexportadores para impulsar la introducción de más cultivos y eventos de semillas transgénicas es el aporte a la seguridad alimentaria.
CONFEAGRO dice: “Hace años alertamos a nuestras autoridades que cerrar los ojos al avance tecnológico era un grave error que ponía en riesgo la alimentación de los bolivianos”.
A diciembre de 2019, Bolivia tenía 1,3 millones de hectáreas de soya, pero la población usa poco esta leguminosa en su alimentación cotidiana porque está destinada principalmente a la exportación para servir como forraje para cerdos y aves en otros países tanto dentro como fuera del país.
Los agroindustriales han admitido que solo un 32% de la soya se consume internamente en forma de harina solvente, harina integral, aceite y semilla. El 68% de toda la producción va para la exportación.
El otro factor ligado a la seguridad alimentaria es la relación entre el crecimiento de los cultivos de soya y la simultánea reducción de las cosechas de otros productos para la alimentación. Es decir se desarrolla el monocultivo y se pierde la diversidad, con lo que se pierde el acceso a una alimentación variada.
Julio Prudencio Böhrt señala que en el periodo 2005-2015 la producción agrícola nacional se incrementó en un 42%, lo que más aumentó fue la soya, seguida del girasol, más abajo la quinua, el sorgo y en los últimos años el trigo. Mientras que disminuyen el arroz, cebada, café, plátanos, hortalizas y ajo, también la yuca y otros tubérculos.
Aumentan los productos para la exportación y disminuyen los productos para el consumo interno. El aumento de producción no es por rendimiento sino por ampliación de la frontera agrícola. Según un estudio de Prudencio Borth: “Los principales productos que aumentaron su superficie cultivada fueron los productos de exportación (soya, girasol, caña de azúcar) que aumentaron prácticamente el doble mientras que la superficie cultivada de varios productos básicos de la alimentación disminuyó (arroz, tomate, yuca, cebada grano). En otros grupos apenas aumentó la superficie cultivada (frejol) y varios permanecen estancados (ajos, habas, maíz choclo)”.
Según la FAO, el número de personas que experimentan inseguridad alimentaria en el mundo ha aumentado, y esa cifra mundial está apuntalada por África y América Latina, curiosamente destaca América del Sur, donde varios países aplican el modelo del agronegocio (Brasil, Argentina, Paraguay, Bolivia, etc.)
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