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¿Por qué faltan especialistas para terapia intensiva en Bolivia?

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Por Esther Mamani para Guardiana (Bolivia), foto de Sedes La Paz

Lunes 24 de enero de 2021.- Beep, beep, beep… y un olor constante a lavandina, sensación de frío y de nuevo beep, beep, beep del ventilador mecánico. La monotonía de ese sonido se rompe cuando los médicos hacen guardia y pasan cama por cama viendo las expectativas de vida de quienes están siendo derrotados por la enfermedad. Apresuran su paso, son muchos pacientes, pocos médicos.

Y aun si el Estado habilitara cientos de ítems para estas salas, la crisis no se resolverá. La terapia intensiva como especialidad es el talón de Aquiles del sistema público de salud. Antes de la pandemia ya teníamos pocos y solo en el eje central. Los sueldos para el sector, en hospitales de tercer nivel, no superan los 6.000 bolivianos al iniciar el ejercicio de su profesión.

En los últimos días y durante la cuarta ola de Covid-19 en Bolivia con una última variante del coronavirus llamada ómicron que contagia 70 veces más rápido la enfermedad, nuevamente se ha hecho sentir la falta de mayor cantidad de especialistas en terapia intensiva, llegando al extremo de que, por ejemplo, en un centro médico de Cochabamba se encontraban camas de unidades de terapia intensiva sin uso en un salón porque de ser instaladas, igual no habría quién las vigile si allá fueran a parar más enfermos.

Para los intensivistas son 24 horas de turno. Para los pacientes es una eternidad. Son horas de horror al estar intubados, sedados y lejos de sus seres queridos. Y en primera fila la única visita que se resiste a irse es la muerte que hace rondas a cada momento.

En las Unidades de Terapia Intensiva (UTI), los pacientes tienen la última oportunidad que les da la vida. Si no se vence a la enfermedad en esta sala de urgencias, no se puede hablar de otra fase, lo que sigue es un ataúd y, por eso, los médicos intensivistas tienen una justa difícil de librar.

El cuerpo se adapta

El reloj marca las ocho de la mañana, hora en que el intensivista debe comenzar a trabajar porque es el cambio de guardia. Hace 18 años, el médico y actual presidente de la Sociedad Boliviana de Medicina Crítica y Terapia Intensiva, Joel Gutiérrez, se unió a las filas del servicio público. Cuenta que en sus turnos, su cuerpo se adapta a horas y horas sin ingerir alimentos. Un dulce podría ser, solo uno, un pecado para engañar al estómago. Hay que desvestir la cara; los barbijos, los lentes y las ligas dejan unas marcas en la cara desde la mejilla hacia las orejas.

Le toma como una hora a quien hizo guardia explicar a su colega que tomará la posta la situación clínica de cada paciente, qué procedimientos aplicó, qué medicamentos prescribió y qué más se puede hacer para salvar esa vida y las expectativas reales. Acompañan en ese informe oral la responsable de enfermería, kinesiología y nutrición.

“Después del cambio de turno -relata Gutiérrez- vemos los laboratorios, gasometrías y todos los estudios que sean necesarios. Paciente por paciente debemos revisar las modalidades de ventilación, las bombas de infusión, que los goteros estén bien… todo”.

En Enfermería programan la entrega de medicamentos. Coordinan con responsables de farmacia o con los familiares si el fármaco no está disponible. Y es que a medio día algunas personas ajenas al hospital ya pueden pasar por los pasillos de cuidados intensivos. Por un par de horas, los familiares podrán conversar con los médicos y estos tendrán que dar informes orales.

La hora del almuerzo puede terminar corriéndose hasta las 16.00 o 17.00 de la tarde. En ese momento de descanso, dependiendo del hospital, tendrán un espacio en el comedor o se sentarán en alguna silla frente a una camilla para comer. El personal de limpieza, enfermería, choferes de ambulancias y otros tienen un espacio diferenciado. Sus turnos no son de 24 horas y sus responsabilidades sobre la vida de un paciente son menores.

Noches cortas, madrugadas apresuradas

La noche trae sus propias dificultades. Hay menos personal, no están los familiares y el cuerpo querrá dormir. Eso no puede pasar. Si el médico Gutiérrez está de turno, tiene la sensación de noches cortas y madrugadas apresuradas. Muchas vidas se van en esos horarios. “Ningún médico quiere que un paciente muera. Me ha tocado llorar con familiares porque hacemos todo lo posible y aún así perdemos frente a la muerte”. Gutiérrez ha visto al sol ponerse en esos turnos y no es un alivio, el alivio y satisfacción es que los pacientes sigan luchando para pasar a cuidados intermedios.

El colapso de UTI en la cuarta ola de contagios se suma a todo ese drama. La falta de especialistas alarma pues cada paciente implica monitoreo durante las 24 horas. Para el anestesiólogo Freddy Fernández, secretario general del Colegio Médico de Bolivia, estamos viendo el problema al revés, pensando en la falta de especialistas médicos y no en la carencia de centros de salud donde se capaciten.

“Debemos pensar en el lugar, en el ambiente donde va a desempeñar sus funciones el residente. En este caso las unidades de terapia intensiva o cuidado crítico”. El médico ha pasado más de la mitad de su vida entre hospitales y universidades. Fernández dice ser feliz con el camino que eligió, pero ahora que mira por el retrovisor ve una vida alejado de su familia cubriendo turnos dobles porque no había colegas que lo reemplacen.

La Sociedad Boliviana de Medicina Crítica y Terapia Intensiva tiene los registros del Sistema Público y del Seguro Social. Son 430 unidades de terapia intensiva. Bolivia tiene unos 12 millones de habitantes. El número mínimo de UTI, según recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, es de una por cada 10 mil habitantes. Es decir, requerimos 1.200 espacios bien equipados y con intensivistas suficientes para las guardias.

Al doctor Gutiérrez, médico que nos describió una jornada de turno, le faltan dedos en las manos para enumerar cuántos años cuesta formar a un intensivista. Un lustro para vencer la Carrera de Medicina, otro año de residencia para el título de médico general y otros cinco o seis de especialización que también es residencia.

“Cuando eliges esta especialidad, todo tu tiempo es para la lectura y práctica, la dedicación es exclusiva. Eso es la residencia médica. Al pasar el examen de competencia viene más esfuerzo”, explica y se lamenta antes de describir las deficiencias que sopesan como sector.

El Comité Nacional de Integración Docente Asistencial e Investigación de Bolivia se encarga de lanzar las convocatorias para recién titulados. Son 10 requisitos. Para postular al Sistema Nacional de Residencia el candidato hace dos pagos: uno de 700 bolivianos (2.100 bolivianos para postulantes extranjeros) y 200 bolivianos para el derecho a código del sistema informático del Ministerio de Salud.

La doctora Amparo Rejas es Jefa de Enseñanza e Investigación en el Instituto Nacional de Gastroenterología, ella sigue el proceso académico de los residentes. “Tenemos tres residencias que son cirugía gastroenterológica, gastroenterología clínica y terapia intensiva. Cada especialidad tiene su programa académico”.

El camino es largo y ya que se han vencido tantas fases se espera un nivel de profesionales muy alto. Rejas indica que “(...) no hay datos al respecto, así que sería importante hacer un estudio. Que la universidad privada y pública respondan cuántos médicos ingresan y cuántos llegan a entrar a la residencia”.

Las plazas de residencia médica de este 2022 en especialidades y subespecialidades son 414, solo 414 si tomamos en cuenta que cada año se titulan entre 5.000 y 6.000 médicos, según el Comité Ejecutivo de la Universidad Boliviana. En 2021 se habilitaron 400 cupos; en 2020 hubo 318 oportunidades de especialización.

Todas las fuentes consultadas coinciden en señalar que la remuneración económica no se compara con el esfuerzo, tiempo, dinero y moral invertidos. Siendo residentes, el pago mensual es de un salario básico nacional: 2. 164 bolivianos y ya con su especialización el sueldo irá subiendo en el escalafón.

El pago promedio de un especialista de esa área, con ítem, es de aproximadamente 15.000 bolivianos, pero para llegar a esa cifra se debe tener la paciencia de esperar al menos 10 años que habiliten el pago de estudios. Quienes trabajan a contrato ganan 8.000 bolivianos, pero con descuentos de ley el pago es de 6.500 bolivianos. En el sistema privado, la remuneración es más alta. Los datos que maneja el Colegio Médico de Bolivia señalan que el 60 por ciento de los galenos trabaja con esta modalidad.

“No hay ítems para especialidades y sigue el desempleo. Si no hay inversión en salud pública no se puede hablar de más especialistas. Hay pocos servicios que tienen terapia intensiva en el eje troncal; entonces, ni pensar en otros departamentos”, señala el presidente del Colegio Médico de Bolivia, Luis Larrea.

El doctor Juan Guerra, presidente de la Sociedad de Medicina Crítica y Terapia Intensiva de la filial La Paz, es optimista y explica que no hay mayor satisfacción y pago que un trabajo médico bien realizado. “El intensivista no puede fallar ni faltar a su trabajo. En otras profesiones no ocurre lo mismo si el profesional no está, porque no está en juego una vida. Nosotros buscamos resolver los problemas de salud para salvar vidas”.

Esta filial viene trabajando hace dos años en un documento que compila decenas de libros del área. Este documento académico es inédito en Bolivia, pues la Sociedad Científica no había tenido un libro único antes para medicina. Su presentación está prevista para junio.

En el patio del edificio de Medicina de la Universidad Mayor de San Andrés algunos estudiantes ya tenían el dato. Las y los jóvenes que creen en salvar vidas, están entusiastas. Ni los largos años de estudio ni el olor a lavandina en las salas de UTI ni el beep, beep, beep… ni las guardias de la muerte los apartan de su objetivo.

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