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Por Guardiana (Bolivia)

Jueves 19 de agosto de 2021.- Las y los pequeños tienen poco o nada de tiempo para el juego. A su corta de edad ya conocen la preocupación por la falta de dinero en casa o por deudas. Son niñas, niños y adolescentes que trabajan para ayudar a subsistir a sus familias, una situación que sobrellevan entre horarios para el estudio y el agotamiento de sus labores. Guardiana entrevistó a dos adolescentes y tres niños que ganan el sustento con diferentes trabajos que realizan en la ciudad de La Paz.

Javier: “Ayudo a mi mamá para que no tenga problemas”

“Chocolates, dos por cinco pesos. Es bien rico. ¡Comprame, comprame!”, grita entusiasta Javier, de 11 años, mostrando una gran sonrisa que busca convencer a quienes pasan por la plaza Eduardo Abaroa, en la zona de Sopocachi de La Paz. Él ofrece sus chocolates desde una banqueta, donde aprovecha para contar cuántos le quedan.

Solo tiene una fila de chocolates, que suman 10 unidades. Saca de su mochila otra caja donde hay una cifra similar. “Estas son de mi hermana, esta vez hemos empatado porque casi siempre le gano en vender. Yo grito más fuerte”, afirma el niño, mientras su hermana Heydi, de 12 años, juega en el columpio que está a un par de metros.

Javier asegura que habitualmente acaba una caja en un día y que de esa venta obtiene Bs 81. Él y su hermana viven en la ciudad de El Alto, en la zona Juana Azurduy (una hora en minibús desde La Ceja), y salen casi todos los días de su casa a eso de las 10:00 rumbo a la plaza Abaroa para vender chocolates.

“Si no termino mi caja, trabajo hasta las 09:00 de la noche; pero si tengo solo una fila o poquitos chocolates, me voy nomás a mi casa porque es peligroso estar solito en la calle (…). A mi mamá le ayudo vendiendo esto. Ella nos da y le ayudo para que no tenga problemas”, justifica el niño.

Él comenzó a trabajar hace cuatro meses ante los problemas de dinero en su casa y a sugerencia de una tía. “En la pandemia, antes, estaba en mi casa haciendo mi tarea. Una tía nos ha dicho que trabajemos en esto, por eso estamos aquí. Yo voy a seguir trabajando, me gusta porque ayudo a mi mamá”, afirma.

Javier cursa el 5° de primaria y dice que le va bien en las notas del colegio, donde les imparten clases virtuales semana por medio. “Cuando comiencen las clases, seguro me van a mandar tarea. Voy a hacer todo lo posible para terminar mi tarea en casa, si me dan, para ir luego con mi mamá a vender”.

Javier vende chocolates en la plaza Abaroa de la ciudad de La Paz (foto: Guiomara Calle).
Heydi: “Trabajo para que mi mamá ya no se endeude”

Mientras más se eleva el columpio, más ríe Heydi. Ella disfruta de este juego en el pequeño parque de la plaza Abaroa. Su hermano menor, Javier, le hace señas para que salga, pero ella ni lo mira, solo ríe y toma más impulso. Cuando termina de jugar, se acerca tímidamente y pide disculpas a su hermano. “Es que estaba lindo”, le dice. Ella vende chocolates y afirma que le gusta “escapar” al parque.

Heydi tiene 12 años y trabaja hace dos meses. Decidió hacerlo porque su familia acumula deudas a causa de que su padre cubre los altos costos de un accidente de tránsito que protagonizó cuando trabajaba de chofer, atropelló a tres personas. Ella, Javier y su mamá ahorran para pagar esta deuda.

“No se gana tanto. Al mes gano unos 200 bolivianos. Ahorro porque me gusta ahorrar y para darle a mi mamá, para que no se endeude, es que antes mi papá ha tenido un accidente y desde ahí no hemos podido pagar a esas personas, a mis tíos les pedíamos dinero y mi mamá sacaba del banco. Hemos sacado de todo lado plata”, recuerda.

A diferencia de Javier, los días de Heydi son más ajetreados porque pasa clases virtuales tres días a la semana, cursa el 6° de primaria. Solo esos días sale a vender chocolate más tarde, después de mediodía. “Me dan a veces tareas y cuando llego de aquí a mi casa recién estoy haciendo mis tareas”, indica tras afirmar que quisiera un poco más tiempo para estudiar.

Cuando la venta no es buena, ella suele quedarse hasta las 22:00 en la plaza Abaroa o en la plaza Isabel la Católica, que está a unos metros de distancia. Luego, junto a su hermano, toma un minibús que los lleva a La Ceja, en El Alto, para luego tomar hasta dos minibuses más para llegar a su casa, en la zona Juana Azurduy, que queda en dirección a la zona de Río Seco.

La Ceja es un área catalogada como “roja” por la Policía, debido al sinfín de delitos que se cometen ahí, sobre todo a altas horas de la noche. Pero, dos niños, de 11 y 12 años, caminan por el lugar entre las 22:00 y 23:00 en busca de una movilidad que les lleve hasta su hogar. “A veces tres minibuses tenemos que tomar. Vivimos en la Juana Azurduy, de La Ceja a una hora o a veces media hora (de distancia). No nos da miedo porque caminamos los dos y a veces con mi mamá más”.

Heydi disfruta del columpio en una plaza de la ciudad de La Paz (foto: Guiomara Calle).
Diego: “Estoy sin trabajo por la pandemia”

Diego vive con su mamá, su papá falleció cuando era un niño. Comenzó a trabajar desde los 12 años en un supermercado de La Paz, donde permaneció como embolsador por cuatro años, hasta marzo del 2020, cuando el país ingresó a una cuarentena para evitar la propagación de la Covid-19. El dinero que consiguió le ayudó a mantener por un tiempo a su mamá porque enfermó.

“Estoy sin trabajo por temas de la pandemia, pero antes trabajaba de embolsador en un supermercado. Cuando las personas acababan de hacer sus compras, nosotros embolsábamos y les ayudábamos a llevar las bolsas al garaje o hasta algún taxi”, explica Diego, quien también forma parte de la dirigencia de Taypi NAT (Niños y Adolescentes Trabajadores), que agrupa a menores que trabajan en La Paz.

El ingreso al supermercado era a las 07:00, pero él llegaba antes de las 06:00 para ganar un lugar en la caja más concurrida con el fin de recibir las propinas de los clientes, que era su único ingreso. El trabajo concluía a las 12:00 para almorzar y luego cambiarse para llegar al colegio a las 14:00. El ajetreo le llevó muchas veces a completar las tareas a última hora y en la misma aula.

“Ganaba unos 50 bolivianos al día, a veces más y a veces menos. El supermercado nos daba el almuerzo y desayuno. El dinero que ganaba lo usaba más que todo para mis estudios y a veces ayudaba en mi casa, para la comida (…) yo quería trabajar para ahorrar y comprar algunas cositas”, cuenta Diego.

Él recuerda que en una temporada, el dinero que ganaba le ayudó a mantener a su mamá, quien enfermó y perdió su trabajo. Pudo comprar comida para ambos y pagar las facturas de servicios básicos, lo que los libró de más problemas. Actualmente, él estudia y cuida a su mamá; aunque piensa retornar a un supermercado para trabajar.

José: “Limpio parabrisas para comprar un celular y pasar clases”

En El Prado de La Paz, tres personas limpian parabrisas a cambio de monedas. Entre ellos está José, de nueve años, quien aprovecha las luces rojas del semáforo para acercarse a los autos más pequeños y alcanzarlos con su limpia parabrisas. Tras acabar de limpiar, dirige su mirada hacia un joven, quien le dice: “Lo hiciste bien”. Se trata de su tío, de 20 años y con quien recorre diferentes calles para este trabajo.

José comenzó a trabajar hace menos de un mes. Se animó a hacerlo porque anhela reunir el suficiente dinero para comprar un celular que le permita pasar las clases virtuales, una modalidad implementada en todos los colegios del país como prevención contra la Covid-19.

“Mi tío me prestó su limpia parabrisas para trabajar y mis papás me apoyan. Ahorro para mi celular y pasar clases”, expresa el niño, luego de explicar que por la falta de este dispositivo tuvo que abandonar el colegio.

Sus papás son de escasos recursos, se dedican al comercio ambulante. El tío indica que José y sus padres viven en una casa con tíos, primos y abuelos debido a la falta de dinero. “La plata ya no alcanza, la pandemia ha empeorado todo, por eso hasta el José tiene que trabajar. Yo lo cuido. Esto para mí no es nuevo, yo trabajo desde los seis años, en mi familia lastimosamente las cosas son así. Él quiere un celular”.

Casi a diario, José llega a El Prado al mediodía y regresa a su casa entre las 16:00 y 17:00; la mayoría de las veces se va solo hasta Bajo Llojeta, asegura que conoce muy bien qué movilidad tomar. En cuatro o cinco horas de trabajo él gana hasta Bs 40.

“A veces me dan un boliviano, a veces cinco, a veces 10 bolivianos. Yo no cobro, ellos me dan (..) de lo que gano, guardo 20 lucas para mí y 20 lucas es para el alquiler de mi cuarto (el que comparte con sus papás y su hermano de un año y medio)”, indica el niño.

José niño
José niño
Carla: “El dinero no alcanza para mi abuelita y para mí”

Carla llega corriendo y agitada a El Prado, esquina calle Colombia, en La Paz. “Ya no hay comida, me he atrasado”, lamenta. En este lugar, un grupo de evangélicos acostumbra a repartir comida gratuita al mediodía a personas de escasos recursos. Entonces, ella guarda las pequeñas bolsas en las que esperaba recoger alimentos para su abuela y abre una caja con una variedad de manillas.

“Yo las elaboro (las manillas). Muchas veces no hay venta, pero a veces sí me compran (…) al día gano de 10 a 15 bolivianos, pero a veces me voy con las manos vacías. Tengo de 5, 8, 10 y 12 bolivianos. He aprendido a hacerlas viendo en internet”, dice Carla, de 15 años, mientras muestra el papel con el que arma de forma creativa sus manillas.

Ella vive con su abuela, de 65 años; sus padres fallecieron en un accidente cuando era apenas una niña. La renta dignidad, de Bs 350 mensual, y el dinero de algunos trabajos de cocina que realizaba la abuela eran los únicos ingresos para ambas. Sin embargo, la pandemia y el avance del reumatismo de su abuela complicaron su situación.

“Me animé a trabajar por la pandemia, el dinero no alcanzaba para mi abuelita y para mí. Trabajo hace tres meses. Ahora vivimos de la renta dignidad de mi abuela, que es el único ingreso, más la venta de mis manillitas, pero a veces vendo y a veces no. Tratamos de jalar el dinero para que alcance para la luz, el agua y eso”, detalla.

Carla llega a diario a El Prado entre las 11:00 y 12:00, luego de atender a su abuela enferma y hacer tareas del colegio. A eso de las 15:00 retorna a su casa, cerca al puente Topater (zona Norte), a ver a su abuela. Luego se alista para las clases nocturnas. Prefiere asistir a los horarios de la noche porque es “menos caro”, no piden uniforme ni tampoco muchos útiles escolares.

“A veces (el trabajo) sí me afecta con las tareas, pero trato de animarme con mis estudios, porque es lo que más quiero, quiero ser profesional, estudiar una carrera y dejar de vender, quiero ser veterinaria”, dice la adolescente que actualmente cursa el 4° de secundaria.

Carla aguarda por personas interesadas en las manillas que ofrece a la venta (foto: Guiomara Calle).

Este artículo forma parte de una investigación que incluye los siguientes materiales:

  1. Historia del manejo político del trabajo infantil en Bolivia desde el 2014
  2. Gobierno admite que no logró objetivos y alista política pública para trabajo infantil
  3. Ministerio de Trabajo mantiene su palabra  de erradicar el trabajo infantil hasta 2025
  4. Muy pocos adolescentes piden y tienen permiso de las defensorías para trabajar
  5. En La Paz, "trabajo para que mi mamá ya no se endeude"..."lo hago por un celular"
  6. Hay pequeños en la Llajta que trabajan más horas de lo permitido y esquivando carros
  7. En Santa Cruz son vendedores, estibadores, ambulantes, cuidadores y malabaristas

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