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Sí, me imaginé que dentro de uno mismo habitan 52 parásitos, pero no de esos malos, que se alimentan y medran a costa de sus huéspedes, sino que, más bien, son parásitos de los buenos, de los que nos alimentan, los que nos ayudan a procesar, resistir los embates del medio, a existir, a progresar. Y eso es raro, porque no sé si así se llamarían “parásitos”, o si deberían de llamarse otra cosa: benefactores, mecenas, pero más aún, “sitóforos”, los que portan el trigo para alimentarnos. El trigo de la sabiduría, de la felicidad, de la sanación y superación personal.

Bueno, los imaginé. Tal vez existan en algún rincón del organismo del alma… y los dibujaré, los pintaré, a todos los parásitos buenos, sitóforos que habitan en mí, con tus colores, con tus líneas, como si existieran desde el origen de las especies. Dibujarlos es hacer que existan, que es el gran poder del arte. Y describirlos, nombrarlos, también (esto ya lo hacía de niño, como Julius). Por eso empezaré a nombrarlos aquí, quizá no a todos porque son muchos y no tengo que dar un examen ni nada parecido. Pero a algunos… sólo porque sí, porque lo divertido es saludable si se refiere a saber qué es lo que nos puebla, o podría poblarnos, germinando por dentro.

Por ejemplo, está la Simplicitas saginata: un ser que nos ayuda a ser simples, sencillos, pero abarrotados de emociones o dichos o ideas. También conocida como Referta simplicitate, este ser no se envanece, evita que lo hagamos, navega por la sangre chupándose la arrogancia, y se llena de experiencias y memorias potentes, generativas, fructuosas.

O está la Libertas latum, ancha como los caminos del futuro, siempre y cuando se sea libre. Extendida como planicie, en la que plantarás tus banderas, en la que otearás los amaneceres y los sabios atardeceres, para seguir el camino y el tuo canto libero.

Otro parásito magnánimo es la Gaudium ecstatica, que se expande como un dilatador de las vías sentimentales óptimamente acondicionadas por la evolución, en los surcos del espíritu, en los tejidos del aplomo, en las pieles de la euforia y en los ventrículos del amor.

También se derrama por el organismo la Bonae spei cataracta, saliendo por los ojos, deslizándose por los poros de la melancolía, y limpiando los restos de desolaciones rudas. Lleva y redondea las piedritas de los obstáculos, pero las triza en el aire y las convierte en gotas de poesía.

Y se desarrolla dentro de los órganos del coraje la Fortitudo clara, porque la fortaleza de la entraña requiere de la claridad del lucero, para alumbrarle los pasos…, para despejar quimeras del corazón y robustecer las alas.

Contagiada por las vías respiratorias del rocío matutino, la Aurora tenax, bacilo transparente, germen del tiempo florido, permite a su portador respirar más hondo, entender los signos del futuro, y caminar firme, tenaz, sin prisas ni pausas, hacia su destino decidido.

Y quizás recién descubierto, el Ingenium mauritiunensis, microbio que se había congelado en las eras del siglo, ha comenzado a despertar para llenar de creatividad los días tontos, de originalidad lo repetitivo, de primicia lo antiguo. El ingenio ayuda a renovar las células del desánimo, y cultiva en sus terrazas la insondable verdad de las metáforas verdaderas.

Por si fuera poco, en el herbolario de los parásitos fértiles, la Eloquentia visiva, parásita recién identificada en los ojos y en las manos, se cría en los colores que se incrustan en los pinceles, el polvo de lentes, los rastros de tintas.

Casi al final ya de este breve animalario, la Comitas vivax, la gentileza vibrante, la cortesía potente de ánimos, la amabilidad enérgica que va más allá de los buenos modales y la moderación, recorre los cuerpos de aquellos que, como al bailar, hacen evoluciones con los brazos, con las piernas, y se inclinan, y hacen venias, a nombre de la felicidad que un día, con la infestación de estos parásitos insólitos, llegará.

Encontré el libro ajado de los parásitos del alma, pero de los buenos. Los malos no estaban ahí: ese libro es el más común, lo usan a diario los políticos, los choferes del transporte público, los estafadores del Estado, en fin. No hay espacio aquí para esas pútridas parasitaciones.

Pero en el viejo libro apergaminado que encontré, recuerdo un sitóforo: el Amor animosus. Estimula la glándula del amor valiente y corajudo. Quizás el que hace falta, al final de todo. El parásito más noble y más callado. Pero también el que más fuertemente nos ha infestado. Si así lo hace, entonces nos llevará, volando, en sus brazos. 

Simplicitas saginata, Libertas latum, Gaudium ecstatica, Bonae spei cataracta, Fortitudo clara, Aurora tenax, Ingenium mauritiunensis, Eloquentia visiva, Comitas vivax, y Amor animosus: ¡Venid! Aprópiense de mi cuerpo y naveguen por mis orgánulos... Quizás así comencemos un tiempo nuevo.

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