Y te veo ahí, empezando un poema, en tu soledad fecunda, en la efervescencia de tu mente, el vuelo de tu alma, la égida de los sueños, el faro de la esperanza. Escribes, y te salen los versos, y ni siquiera los corriges: sólo escribes, sólo surcas el aire del papel con tu bolígrafo, sólo sabes que quieres, y que debes hacerlo.
Se lo muestras a alguien, y ese alguien te festeja. Pero también hay quienes te miran mal, quienes no entienden y que piensan que esa es una pérdida de tiempo, y una conducta sin utilidad ninguna. Y aunque quizás te avergüences, y aunque quizás te achicopales, igual escribes, igual buscas el cuaderno y allí dejas, con tu letra, “lo que estaba dormido sobre tu alma”.
Y se acumulan los versos en los cuadernos, y cuando estás triste, cuando estás alegre, en los largos días, en el vivir y derramarse, en el sentirse abatido, en la melancolía, en la ilusión, en el hechizo del amor, en la pena sin nombre, allí escribes… y sólo escribes. Porque cura tu corazón, quién sabe cómo, cada palabra arrojada a la línea, cada mancha de tinta, cada tachadura y cada palabra recién aparecida. Te haces tu propia terapia, tu propia salvación.
Alguna vez conocerás poetas, porque alguien, quizás, te regale sus libros, y los leerás con avidez marina, con atención celeste: descubrirás en sus figuras, en sus metáforas, en sus comienzos y finales, en sus libres versos y en sus versos libres, aquello que tú querías decir, y los amarás, a los poetas, porque en algún momento, en su soledad fecunda, en la efervescencia de su mente, crearon un poema y, al hacerlo, crearon, mejorado, el mundo mismo. Como tú sientes hacerlo cuando abres la página nueva y sin saber qué vendrá, empiezas a labrar los versos que quedarán ahí, y que encontrarás, cuando pasen las décadas, ahí tan sinceros, ahí tan humildes, pero diciéndote cosas que de otra manera nadie te diría nunca. Y sonríes, y talvez una lágrima ruede por el pómulo porque sabes que en ese poema está lo mejor de ti.
Creer en la poesía es combatir contra molinos de viento. Pero ojalá fueran molinos: en realidad, son los ramplones cerebros y anestesiados corazones de los que no aceptan lo que no entienden, lo que no están preparados para sentir. Pero alguien habrá que te entienda, alguien habrá que te descifre. Y al encontrarlo sabrás que ya valió la pena escribir lo que escribes y ser lo que eres.
No hay fórmulas para esto, no hay escuelas, no hay carreras. Es una maldición bendita, un anatema santificado, una condena que libera. Es como el amor, la magia, la creencia en lo bueno, pero no por eso es un mundo estable y sin peripecias. Es, solamente, la poesía que se agazapa dentro de uno. Y no puede quedarse allí, atrapada como animal enjaulado. Tiene alas, y son tus alas. Tiene voz, y es tu voz. Tiene sueños, son tus sueños. Tiene inmensidad…como la inmensidad de tu mirada cuando el sol se oculta tras las montañas.
Un día publicarás, quién sabe, y será un logro valioso, si eso que escribiste quedará en el corazón de alguien más. Pero eso no es lo que interesa realmente: no se escribe sólo para eso. Se escribe porque importa. Porque el alma lo necesita, pero no sólo por eso. Se escribe porque se existe. Y porque se busca existir mejor, y explicarse, y darse sentido. El verso lo sabe, uno es el vehículo, el portante, y el verso existe. Eso es lo importante, como la rosa.
Y te veo ahí, terminando un poema, en tu soledad fecunda, en la efervescencia de tu mente, el vuelo de tu alma, la égida de los sueños, el faro de la esperanza. Escribiste hoy, una vez más, en el cuaderno nuevo con pájaros parlantes, que alguien te regalara. Soy igual que tú: la vida es un poema que sólo los poetas, marcados por el estigma invisible del coraje, saben leer en los días y las noches, y entonces, para no olvidarlo, dejan testimonio de lo que solo ellos saben traducir de la muerte, pero también la infinita y honda, vida verdadera.
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